Mariano Saba y los estigmas de «la argentinidad cíclica»

El dramaturgo apeló a lo tragicómico en su nueva obra, «una antena en este momento de crueldad que atravesamos a nivel social». Saba señala: «Hoy el artificio está en el teatro de la política como ya ocurrió en otros ciclos neoliberales, pero de manera más impúdica».
«Otra vez la deuda, otra vez la estafa, otra vez
la explotación del más débil», enumera el dramaturgo y director Mariano Saba sobre su obra recientemente estrenada en el Teatro del Pueblo, Arbolitos (dantesco dolor blue). En diálogo con Página/12, asegura que «la obra se transforma en una antena en este
momento de crueldad que atravesamos a nivel social porque aparecen uno
a uno todos los estigmas de la argentinidad cíclica». Deuda, estafa y explotación no son ideas ajenas a la idiosincracia argentina. Una de las operaciones más interesantes que propone la obra es pensar esos estigmas no solo desde el código realista; se atreve a dar un salto fantástico a partir de la dimensión mítica ligada al infierno dantesco para pensar más allá de la mímesis.
Junto a los actores Gustavo Sacconi, Pablo Navarro
y Pipo Manzioni empezaron a investigar el mundo de
los arbolitos (cambistas en Argentina). Para Saba ese arquetipo nucleaba «una metáfora idiosincrática ligada al dinero, a cierta
ambición y pretensión por su valor y a cierto juego: una dinámica ligada al vínculo entre un arbolito más experimentado y otro en
trance de serlo». Como procedimiento dramático, decidió cruzar ese mundo con una imagen que Dante crea en el Canto XIII de la Divina
Comedia. Allí permanecen las almas perdidas que derrocharon la vida o el
dinero, atrapadas en la eternidad y metamorfoseadas en árboles. De la fricción entre el mundo de los arbolitos y el infierno dantesco surgió la posibilidad de indagar problemas ancestrales de Argentina desde la
dramaturgia y el relato
de actuación, que es lo que más le interesa al director y lo que considera más valioso en la pieza.
Ese posicionamiento es novedoso y alentador para un dramaturgo, porque a veces tiende a consolidarse la figura poderosa del autor por encima de otras fuerzas teatrales. Esto responde a las formaciones del equipo. Sacconi, Navarro y Saba se conocieron trabajando en el Sportivo Teatral. «Ahí nos nucleamos en una forma de entender lo teatral que tiene que ver con el lugar central de la actuación, la posibilidad de que implosione en escena a partir de su propuesta, su dinámica y su energía más allá del argumento. Por supuesto que todo lo demás tiene que estar bien, pero la posibilidad de hallar un código y una ecualización de energías se da porque estos actores tienen la habilidad de ir armando la partitura, están muy adiestrados en el juego y la dinámica de improvisación. La clave está en esos cuerpos. Para mí siempre es así», advierte Saba.
–Empezaron a investigar hace más de un año, pero Arbolitos resuena fuertemente en este presente. ¿Cómo lo pensás?
–La actualidad política y social me parece de una peligrosidad inédita. Creo que lo que considerábamos derechos constituidos o certezas en torno a lo humano están puestos en duda por el poder. El dinero dejó de ser un medio para ser el centro del sistema. Lo que antes correspondía al sujeto hoy es corrido para ubicar allí el valor de un dinero que siempre está en otro lugar, no donde se lo necesita sino donde se lo acumula. Eso conlleva cosas que me dan terror: la posibilidad de que la policía arrase con los viejos en el Congreso, que la educación y la salud pasen a ser el último interés del Estado, que la ciencia sea estigmatizada como inútil o que el teatro pierda la especificidad del simulacro. Hoy el artificio está en el teatro de la política como ya ocurrió en otros ciclos neoliberales, pero de manera más impúdica.
–En ese sentido, es interesante el tono de la obra porque apela a lo tragicómico, a la «tristeza que no tiene fin», pero de la cual nos podemos reír también, ¿no?
–Sí. Los temas que rondaban el universo que estábamos indagando hace un año –la violencia en torno a la explotación del otro, el dinero como único objetivo– empiezan a pivotar sobre una cercanía muy significativa con respecto a lo real. Lo que ocurre, y para mí esto protege a la obra y al espectador, es que trabaja sobre un grotesco tragicómico para poder narrar ese problema, entonces la gente ríe. Es algo así como el legado discepoliano: nos reímos para poder entender lo trágico. Mi intención nunca es que la risa sea cínica. Creo que hay una risa que emerge desde el
lugar de compasión de sí, lo que pasa con esta obra, con Civilización (puede verse en Dumont 4040) o con Remar cuando la hacíamos en el Sportivo es que son historias que
pivotan sobre la argentinidad y esa triste costumbre de volver a perderse en
los mismos dilemas.
Sin spoilear demasiado, puede revelarse que la obra comienza con dos arbolitos que gritan «¡cambio, cambio!» por todo el espacio escénico y en algún momento propone un salto fantástico. Esa es una de sus mayores riquezas: el salto mítico que habilitan los cuerpos de Saconni y Navarro, además de la narración y la ambientación sonora a cargo de Manzioni. Saba explica que el elemento fantástico aparece en clásicos como Hamlet, donde la trama se activa porque hay un fantasma que le ruega a su hijo la concreción de una venganza. «A veces los códigos del realismo son hegemónicos y uno no
lo ve tanto en escena, pero la maquinaria teatral siempre invita a dar ese salto hacia lo fantástico. Creo que son canales diversos, no impugnables,
aunque es cierto que hoy la reivindicación de la ficción como forma de permitir un juego trascendente es necesaria. Ese salto, que es un acuerdo ficcional, permite que
al volver de la ficción algo de esa resonancia metafórica te habilite a preguntarte cosas sobre el presente».
En relación al trabajo de los actores, Saba explica: «Pipo nos dio dos cosas muy atractivas para el
proceso: por un lado, él es la figura demiúrgica del destino, ese bosque dantesco donde están los condenados, entonces compone la
dimensión mítica de la cual surge el relato; por otro, su capacidad y su
propuesta a nivel musical y sonoro termina de construir un ambiente que
necesita de esos estímulos para permitir que el ojo y el oído de los
espectadores salte a un plano más allá de lo real. Su rol junto a las actuaciones de Pablo y Gustavo fortalecen el relato. Cuando uno
escribe y dirige hay algo del proceso creador que es caótico pero hay que
aceptarlo como tal, bajar la guardia para que emerja el mejor juego, lo
inesperado, la comunión de fuerzas de actuación, relato y espacios que, a
priori, no se podrían imaginar».
Consultado sobre la actual situación del país y la ausencia de políticas culturales del Estado, el autor responde: «Hoy lo teatral se hace con tiempos que uno le roba al trabajo o a la familia. El circuito independiente tiene muy retaceados los respaldos institucionales que le permitían poder arriesgar en términos de producción. Sin embargo, yo insisto con que atrás de esta obra hay un grupo humano que facilitó la posibilidad de concretar eso que soñamos y queríamos ver en escena. Lo hicimos con mucho esfuerzo. El carácter grupal de lo teatral hoy tiene que estar más vigente que nunca para poder soportar la relativización de su valor. El teatro tiene algo que ningún otro formato tiene: el poder aurático de los cuerpos haciendo algo poéticamente en un espacio compartido. Yo sigo creyendo que tiene vida para rato».
*Arbolitos puede verse los viernes a las 20 en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636) y las entradas se adquieren por Alternativa Teatral.