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El gran hit del verano futbolero

River repiqueteaba contra el arco de los tucumanos y transformaba en gran figura al arquero Durso. River transmitiía una energía diferente, alejada de la apatía de partidos anteriores. Sin embargo, allá por los veinte minutos del segundo tiempo, bajó la impaciencia de las tribunas del Monumental, la gente se olvidó de lo que estaba viendo y empezó a cantar «Movete River, movete…« El equipo se movió. Todavía más. Hasta que el gol de Colidio coronó la victoria. Y la multitud volvió a aplaudir y a alentar. Como si antes, nadie hubiera dicho nada.

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El lunes pasado pasó lo mismo. San Lorenzo perdía 2 a 1 con Racing y a poco del final, los hinchas también empezaron con el «Movete Boedo, movete…». El equipo se movió. Todavía mas y dio vuelta el resultado hasta ganar por 3 a 2 y convertir el estadio Pedro Bidegain en un delirio azulgrana. Sin que nadie se acuerde lo que había entonado a voz en cuello un rato antes.

Cantaron lo mismo los hinchas de Boca en la aciaga noche copera ante Alianza Lima. Y hasta los de Aldosivi luego de sumar el domingo ante Tigre una nueva derrota. El «Movete, movete« se ha transformado en el gran exito del verano futbolero. Suena a todo momento y en todas las canchas. La primera línea de la letra de Estoy hecho un Demonio, aquel exitazo compuesto por Francis Smith en 1971, lleva más de medio siglo de vigencia en las tribunas argentinas. Dos generaciones después, sigue siendo el himno de los hinchas disconformes y sobre todo ansiosos. 

Siempre las hinchadas corearon su descontento cuando las cosas no le salían a sus equipos. Pero nunca lo hicieron tan rapidamente como ahora. Si la ansiedad y la inmediatez son uno de los signos de los tiempos que corren, el fenómeno se da en las canchas con mucha mayor nitidez. Las nuevas y fervorosas generaciones de hinchas exigen ir ganando no bien la pelota se pone en movimiento. Y si eso no sucede, explotan la intolerancia y los malos humores. Aunque vayan pocos minutos de juego.  

El latigazo musical castiga a todos, no distingue jugadores ni colores. Demandan los hinchas de los equipos más poderosos y también, los que tienen ambiciones más modestas. El clima se arma y se desarma en las redes sociales, en la previa de cada partido. Y eclosiona, cada vez más rapido, cuando las cosas no salen. Si el gol llega pronto, como sucedió el domingo en el Monumental, se callan las voces y se cambia el repetorio. Si no, la advertencia ya ha sido hecha, quien quiera oir que oiga.

El resultadismo extremo ha cambiado en los últimos treinta o cuarenta años, la forma en la que los hinchas argentinos miran el fútbol. Nadie o muy pocos van a disfrutar de los partidos. Todos o casi todos sólo van a ver ganar a sus equipos. Y si no se gana rápido (o se pasa por encima al rival), reaparece el éxito del verano como banda de sonido de la impaciencia y la intolerancia tribunera. Pasó, pasa y seguirá pasando. Pero no debería pasar.

Fuente: Pagina12

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