La Berlinale 2025 señala el caos del mundo
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La protagonista de «La habitación de al lado» dio un fuerte discurso político cuando recibió el Oso de Oro honorífico, mientras que el director de «Parasite» estrenó una sátira de ciencia-ficción donde el villano parece una cruza de Donald Trump con Elon Musk.
Desde Berlín
Han pasado ya cuatro jornadas del inicio de la edición 75 aniversario de la Berlinale y las palabras de Tilda Swinton en la gala de apertura, cuando recibió el Oso de Oro honorífico por su carrera, todavía siguen resonando con una fuerza, una pertinencia y una valentía que no siempre están presentes en el cine que se ha visto hasta ahora en el Berlinale Palast. “Mis queridos semejantes…”, fueron las palabras iniciales de la extraordinaria actriz escocesa, que de allí en más se afirmó en lo que llamó “el gran estado independiente del cine” para pronunciar un discurso de quince minutos en el que celebró la utopía de un mundo sin fronteras (“No known address, no visa required”, dijo) y que –sin necesidad de dar nombres propios- impugnó tanto a la política genocida del estado de Israel como al presidente estadounidense Donald Trump.
“Lo inhumano se está perpetrando bajo nuestra mirada. Estoy aquí para nombrarlo y para prestar mi solidaridad inquebrantable a todos aquellos que lo reconocen. Los asesinatos en masa perpetrados por el Estado y habilitados internacionalmente están aterrorizando activamente a más de una parte de nuestro mundo”. La protagonista de La habitación de al lado, que estuvo por primera vez en Berlín con Caravaggio (1986), de Derek Jarman, cuando apenas tenía 25 años, y que desde entonces ha regresado con más de veinte películas (además de haber presidido el jurado oficial en 2009), señaló que el del cine “es un reino ilimitado, innatamente inclusivo, inmune a los esfuerzos de ocupación, colonización, propiedad o de desarrollo inmobiliario a la manera de la Riviera”, en una clara alusión a los proclamados planes de Trump de hacer sobre los muertos y las ruinas de la franja de Gaza un “resort” turístico.
No fue la única en el festival en aludir al “Agente Naranja”, como llaman a Trump muchos estadounidenses, no sólo por su bronceado ridículamente antinatural sino también en alusión al carácter tóxico de sus políticas. En la flamante Mickey 17, la sátira de ciencia-ficción que el coreano Bong Joon-ho trajo este fin de semana en estreno mundial a la Berlinale, hay un personaje que en su arrogancia, histrionismo, belicosidad y megalomanía se le parece bastante. Y no sólo a él: también a Elon Musk, teniendo en cuenta de que esa cruza infecta de político con empresario que encarna Mark Ruffalo –más desatado todavía que en Pobres criaturas– tiene un emprendimiento espacial que consiste en expoliar un planeta cercano y eliminar como sea todo rastro de vida que se le cruce en el camino, contando con mano de obra esclava proveniente de las clases “descartables” de la Tierra.
Considerando que Mickey 17 es la primera película de Bong en seis años, desde que se hizo mundialmente famoso con la extraordinaria Parasite (2019), las expectativas sobre su regreso eran muy altas, quizás demasiadas para esta nueva farsa que no tiene el filo social acerado de la anterior. En todo caso, Mickey 17 –protagonizada por Robert Pattinson como uno de esos terrícolas “desechables”, que en verdad son dos, porque los multiplican sintéticamente- se asemeja más a las fábulas distópicas anteriores del director, Snowpiercer (2013) y Okja (2017), que no son lo mejor de su obra, que pasa sin dudas por Memories of Murder (2003), The Host (2006) y por la justamente celebrada Parasite. Ya habrá ocasión de volver sobre Mickey 17 dentro de muy poco –se estrena en Argentina el 6 de marzo- pero a su favor debe decirse que, en todo caso, aquí Bong vuelve a mostrar no sólo su espíritu crítico sino también esa capacidad tan natural en él que es la de ir creando paulatinamente un caos generalizado.
Mucho del caos del mundo es algo que asoma también en varias de las películas de Perspectives, la nueva sección competitiva creada por la Berlinale, dedicada exclusivamente a primeros largometrajes. Es el caso de How to Be Normal and the Oddness of the Other World (Cómo ser normal y la rareza del otro mundo), del austríaco Florian Pochlatko. La protagonista es Pia, una chica de 26 años que acaba de salir de una internación neuropsiquiátrica donde no parece haber resuelto ninguno de los graves problemas emocionales y de autoestima que padece.
La originalidad del film de Pochlatko está en que -lejos de arrogarse la potestad de mirar por encima a su personaje- adopta en cambio su punto de vista y hace del film una suerte de lúdica -y lúcida- hibridación de película de terror clase B y video de Tik Tok, a través de los cuales queda expuesta la deformidad del mundo. Empezando por la de sus propios padres, que parecen tanto o más perdidos que Pia. No por nada la película se abre con esa cita de Antonio Gramsci que dice: “El viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
Y caos hay también, a su manera, en El diablo fuma (y guarda las cabezas de los cerillos quemados en la misma caja), del debutante mexicano Ernesto Martínez Bucio, también en competencia en Perspectives. No es para menos: en la casa en la que transcurre enteramente la película no hay adultos responsables a cargo, solamente cinco niños pequeños, hermanos y hermanas que fueron abandonados primero por su madre y luego por su padre, que salió a buscarla y tampoco nunca regresó. La abuela que vive encerrada en uno de los cuartos no cuenta: tiene delirios paranoicos y convence a los chicos de aislarse del mundo exterior, trancando puertas y ventanas, incluso ante la llegada (del todo inoperante por cierto) de los servicios sociales.
La película de Martínez Bucio trae indefectiblemente el recuerdo de esa memorable utopía infantil que fue Nadie sabe (2004), quizás la mejor película del japonés Hirokazu Kore-eda. Como en aquel antecedente, la cámara casi no sale de la casa, pero a diferencia del tono realista del film japonés, que ponía el acento en los trabajos y los días de los niños, aquí el director mexicano le insufla un cierto aire místico, que tiene mucho que ver con la religiosidad delirante de la abuela. No se trata solamente de que todo aquello que está afuera sea un inmenso, amenazante fuera de campo. El diablo no sólo está en los detalles: también puede estar dentro de la casa.