Espectáculos

«Cónclave»: rosca política en los salones del Vaticano

4 – CÓNCLAVE
(Conclave/Reino Unido, 2024)
Dirección: Edward Berger
Guion: Peter Straughan, sobre la novela de Robert Harris
Duración: 115 minutos
Intérpretes: Ralph Fiennes, Isabella Rossellini, Stanley Tucci, Carlos Diehz, John Lithgow y Sergio Castellitto
Estreno en salas

Hace ya un buen tiempo que la Academia de Hollywood le tomó el gustito a ubicar a (por lo menos) una producción británica entre las nominadas a Mejor Película. E incluso a veces las premian, como ocurrió con la inmirable El discurso del rey u Oppenheimer. Son, casi siempre, muy serias, con mucho rostro compungido entre sus intérpretes y un tono acorde, cuestión de que quede clarito que hablan sobre temas importantes y se trata de películas ídem. 

La de este año se llama Cónclave, aspira a ocho premios Oscars, incluyendo –obvio– Mejor Película, Actor y Guion adaptado, y concentra su acción en el periodo que va desde la muerte de un Papa hasta la elección de uno nuevo, proceso del título mediante. Una etapa pródiga en rosca política, carpetazos, choques de egos, hipocresías y, desde ya, varias reflexiones y cuestionamientos internos sobre la fe, Dios, la Iglesia y sus alcances en un momento en que el mundo se mueve –no siempre en la dirección correcta– a una velocidad que los mecanismos eclesiásticos, con su liturgia exasperantemente anacrónica, no está ni cerca de tener.

Si la institución es de por sí arcaica, la principal preocupación del Cardenal Lawrence (Ralph Fiennes), que oficia como Decano del Colegio Cardenalicio y, por ende, está a cargo de organizar la votación, es que no retroceda los varios casilleros que avanzó con el fallecido Gregorio XVII al comando. Tan “moderno” era el Papa anterior, que poco antes de su muerte nombró cardenal a un mexicano radicado en Kabul. 

Esa información –toda, en realidad– se desprende de los diálogos que pueblan las dos horas de metraje, ya que la historia se desarrolla íntegramente en los pasillos, las habitaciones y el salón de reuniones del Vaticano donde cientos de cardenales de todo el mundo estarán encerrados (“secuestrados”, dicen varios) y aislados del exterior hasta que no surja un claro ganador de las papeletas. De todas formas, y más allá de los protocolos, resultará imposible que el “afuera” no se cuele por las hendijas del sistema. Y también de otras maneras que más vale no adelantar, puesto que cifran el ferviente deseo de Cónclave de dialogar con su coyuntura.

La pata retrógrada la encarna el cardenal italiano (Sergio Castellitto), un hombre de modales exagerados que hace las veces de “némesis” de un Lawrence que no considera tener las espaldas suficientes para asumir tamaño mandato, así como también del mexicano, para quien la Iglesia es acción antes que palabras. Son dos posiciones a priori irreconciliables que, sin embargo, tienen en común el estar representadas por figuras casi abstractas, atrapadas en la lógica fría de los tejes y manejes del poder y la política, así como también en la ambición, ya sea por su abundancia o su carencia. Esas posiciones, sin embargo, deberán encontrar algún punto común. Caso contrario, la fumata negra se prolongará hasta el infinito y más allá.

El director es Edward Berger, que un par de años atrás le escupió el asado a Argentina, 1985 en la categoría Mejor Film Internacional del Oscar con Sin novedad en el frente. Al igual que ahí, en Cónclave aplica un estilo que podría llamarse ausencia de estilo: es, como diría el Chapulín Colorado, fríamente calculado, además de impersonal, correcto, pulido y de una sobriedad apabullante. Eso, al servicio de las discusiones entre los cardenales, votaciones periódicas, algunos encuentros privados con olor a proselitismo y, en el medio de todo, ese faro moral que es Lawrence, con las dudas, los cuestionamientos y las crisis propias y las de quienes les presta el oído para algún cuchicheo. Porque acá no hay punto medio y se habla engoladamente en las reuniones o con susurros infidentes. No sirve de mucho: ellos son los primeros que deberían saber que Dios está en todos lados. 

Fuente: Pagina12

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