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Eugene Thacker: un banquete de pesimismo filosófico

El filósofo estadounidense despliega aforismos atravesados por el desencanto y el cansancio, pero sin perder el sentido del humor. Dialoga en sus textos con la vida y la obra de Schopenhauer, Nietzsche, Cioran, Pessoa, Leopardi, Pascal, Unamuno y Montaigne, entre otros, haciendo que los más oscuros pensamientos se acerquen al disfrute a través de la lectura. 

La secuencia optimismo-esfuerzo-decepción acompaña al género humano desde siempre. El mito de Sísifo es una prueba que se retroalimenta día a día. Pero el imperativo cultural de estos tiempos lleva a esconder la decepción y redoblar el esfuerzo para sostener -cueste lo que cueste- la positividad. Frente a esta manipulación de la realidad empírica -esfuerzo que responde a una lógica de productividad política y económica- el filósofo estadounidense Eugene Thacker propone erigir al pesimismo como «último refugio de la esperanza». 

Este aparente oximoron, junto a muchos otros, irrumpe como provocación en el exquisito libro Resignación infinita, recientemente publicado en la Argentina por el sello Interferencias, perteneciente a Adriana Hidalgo Editora. En el camino de la lectura de sus poco más de 350 páginas se va disipando esa presunta contradicción formal hasta generar algo parecido a un estado de «felicidad escéptica». «La escritura es una prueba del optimismo del pesimista» se ataja Thacker y la frase, finalmente, podría trasladarse al ejercicio mismo de la lectura. Entre aforismos sobre la inutilidad de todo esfuerzo, apelaciones al abandono y citas de Schopenhauer, Cioran, Kierkegaard, Kafka y Pessoa, entre muchos otros, Resignación infinita se impone en definitiva como el más involuntario e inverosímil libro de «autoayuda». 

Según Thacker hay dos tipos de filosofía: las que surgen del asombro y las que nacen de la desesperación. Las primeras se sienten atraídas por el conocimiento del mundo, en tanto las segundas se repliegan en la perplejidad y el cansancio. Por eso, quizás, las filosofías que surgen del asombro tienden a forjar elaborados sistemas de pensamiento, mientras que las corrientes escépticas se inclinan, por lo general, hacia formas más breves y fragmentarias.  

Como era de esperar en esta disyuntiva de filósofos, Thacker se siente cómodo expulsando sus pensamientos a través de aforismos. Lo atribuye a la pereza pero, a la vez, señala que ese modelo de comunicación escrita es «tan exacto y ensayado como un chiste». Hay, en todo este libro un sentido del humor que fluye entre las orillas de la catástrofe. Se trata de un humor sombrío, claro está. Reivindica inclusive esa clase de chistes que, en estos tiempos de funcionalidad social extrema, ya no resultan divertidos. Enumera algunos de ellos: «Lo único peor que un joven pesimista es un viejo optimista»; «el pesimista es la persona que mira a ambos lados al cruzar una calle que va en sentido único»; «si todo va bien es evidente que te faltó revisar algo…». Thacker reconoce que la vida actual hizo que estos chistes ya no sean divertidos, aunque responden a viejos y -aún hoy- atendibles enunciados filosóficos. 

Los sucesivos aforismos también arrojan luz (y sombras) sobre los matices que acercan y que alejan a conceptos compatibles con el pesimismo filosófico. No es lo mismo un pesimista que un escéptico, un depresivo, un melancólico, un misántropo, un quejoso, un fracasado o un indiferente. Aunque, a veces, compartan la misma mesa. 

Eugene Thacker, la expresión de un filósofo pesimista. 

Resignación infinita puede disfrutarse, en ese sentido, como un generoso banquete que tiene al autor y sus «santos patronos del pesimismo» como amables anfitriones. 

Thacker dice, siguiendo a Cioran, que el pesimista es incapaz de suicidarse: «uno se suicida no por que quiera morir, sino porque ya está muerto…en cuyo caso suicidarse ya no vale la pena». La misantropía, como se ve, lo alejó del suicidio. Pero solo en términos individuales. El filósofo estadounidense rescata y parafrasea a un filósofo y poeta que tiene la rara virtud de ser aún más pesimista que Schopenhauer: el alemán Philipp Mainländer, quien postuló una «voluntad de morir» inherente a todos los seres, vivos o no, animados o inanimados. Esa tendencia tanática al suicidio colectivo provocará la extinción humana sin que sean necesarios meteoritos ni invasiones alienígenas: «Nos vamos a encargar de que nada pueda venir a destronarnos. La extinción demuestra la superioridad de la especie». 

Thacker ensaya ese pronóstico en el marco de su «pesimismo cósmico» (un tercer tipo de pesimismo, que se suma, según él, al «pesimismo moral» y al «pesimismo metafísico»), que es la percepción de la inminencia de un «mundo-sin nosotros». Destaca palabras del comediante George Carlin: «¿Salvar el planeta? Ni siquiera sabemos cómo cuidarnos a nosotros mismos todavía…además, al planeta no le pasa nada. El planeta va a estar bien. Es la gente la que está jodida…».

Profesor en la New School for Social Research de Nueva York, Thacker viene desperdigando pesimismo con relativo éxito. Su libro más leído es En el polvo de este planeta (2011), con el que inició una trilogía denominada «El horror de la filosofía». El realismo especulativo y la colapsología no le son ajenos. Su pesimismo cósmico también se posó en «la nube» y en el llano de los medios actuales de comunicación (Biomedia), pero fue la música la que más contribuyó a que los seres humanos se le alejaran acaso definitivamente: su disco de «dark ambient» Songs for Sad Poets, grabado junto al compositor iraní Siavash Amini es, en el mejor de los casos, inescuchable. 

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Volviendo a Resignación infinita, el costado más «conciliador» surge en la última parte, cuando deja de lado sus aforismos para bosquejar breves perfiles de sus filósofos y/o escritores pesimistas favoritos. Lo hace con cierta indulgencia corporativa, no exenta de sarcasmo (no lo puede evitar). Así, de su amado Schopenhauer afirma: «era el arquetipo del anciano gruñón, incluso cuando era joven». Del autor de Así habló Zaratustra señala: «No le hacemos ningún favor a Nietzsche si le atribuimos a él la muerte de Dios. Simplemente dio la casualidad de que estaba en la escena del crimen y encontró el cadáver. En realidad, ni siquiera fue un asesinato: fue un suicidio». Kierkegaard, un sufriente de la fe y la melancolía, es otro de sus santos patronos, pero…»escribió la famosa frase: ‘mi dolor es mi castillo’. Lamentablemente, no todos tenemos tanto espacio».

Así, Giacomo Leopardi, Blaise Pascal, Miguel de Unamuno, Michel de Montaigne, Georg Christoph Lichtenberg y Nicolas Chamfort, entre otros, se pasean por la mirada de Thacker que parece buscar, en los pliegues de sus respectivos datos biográficos, aquello que podría conectar la existencia real (enfermedades, desencantos amorosos, el desprecio o el ninguneo de los colegas) con el núcleo filosófico de sus obras.  

Thacker dice que su trabajo no tiene más que un objetivo: introducir humildad en el pensamiento. Cita a Thomas Bernhard, quien ponía en boca de un personaje de ficción estas palabras: «Realmente podía decir, en efecto, que él sin duda era infeliz en su infelicidad, pero hubiera sido todavía más infeliz si de la noche a la mañana hubiera perdido su infelicidad, si se la hubieran arrebatado en un instante». Thacker se conforma (y nos conforma) con que ningún optimista advenedizo le arrebate su merecido pesimismo. 

Fuente: Pagina12

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