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Adiós a Beatriz Sarlo, una intelectual rigurosa y polémica

Profesora universitaria que enseñó a leer literatura a varias generaciones de escritores y críticos, ensayista y creadora de una emblemática revista como Punto de vista (1978-2008), reconoció en varias oportunidades que la empresa de su vida «fue entender el peronismo», aunque tal vez no lo haya logrado. 

En tiempos sombríos, la despedida a Beatriz Sarlo, profesora universitaria que enseñó a leer literatura a varias generaciones de escritores y críticos desde su cátedra de Literatura Argentina del Siglo XX, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, ensayista y creadora de una emblemática revista como Punto de vista (1978-2008), se vive como el final de un tipo de intervención crítica que enlazaba lucidez, polémica, disenso y rigor. Murió el martes por la madrugada a los 82 años, estaba internada desde hace varios días a causa de un accidente cerebrovascular. La muerte de su pareja, el cineasta Rafael Filippelli en marzo del 2023, había sido un duro golpe para el ánimo y la salud de la autora de Una modernidad periférica y Escenas de la vida posmoderna.

El intento de entender al peronismo

Debatir y disentir respetuosamente, sin insultar y descalificar, es una práctica en la que amplios sectores de la política y la cultura, a un lado y otro de la grieta, están flojos de papeles. El “vieja gorila” con que más de una vez se ha buscado desacreditarla describe más a quien lo pronuncia que a Sarlo, una intelectual con mucho más espesura, erudición y complejidad en el acuerdo o en el disenso, que ha confesado: “la empresa de mi vida fue entender el peronismo”. Fue en 2011, cuando publicó La audacia y el cálculo. Kirchner 2003-2010. Tal vez no lo haya logrado su objetivo. Empresa difícil, por cierto, comprender al peronismo. La tensión que atraviesa la política argentina con mayor o menor intensidad desde 1946 hasta el presente estaba en la propia familia de la escritora, que nació en Buenos Aires, el 29 de marzo de 1942. El padre, el juez Saúl Sarlo Sabajanes, que ella misma reconocía que era “un provocador profesional”, la llevaba de noche a arrancar carteles peronistas en la calle. Su familia era antiperonista por vía materna también (eran maestras), pero hubo un tío que integraba Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), en la que militaban Arturo Jauretche y Homero Manzi, que logró adoctrinar a la niña que había cantado en la puerta de su casa la “Marcha de la libertad”, de la autoproclamada “Revolución Libertadora”.

Gracias a ese tío que no era “gorila”, rumbeó hacia el peronismo antiimperialista revolucionario. Entonces leía al propio Jauretche, Juan José Hernández Arregui, Rodolfo Puiggrós y Jorge Abelardo Ramos, entre otros. Hubo un viaje que impactó en su imaginario político y la convirtió en una marxista guevarista, como sucedió con muchos jóvenes en los años ’60. Un poco más de una década después del viaje iniciático del Che y Alberto Granado, Sarlo transitó por la selva amazónica peruana, el sur de Ecuador, las minas bolivianas y el norte argentino; experiencia que relató en el libro Viajes: De la Amazonia a Malvinas (2014). Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires y su tesis de grado fue sobre Juan María Gutiérrez.

Si es cierto que existen pocos momentos que tienen el poder de encaminar la vida, Sarlo estaba convencida de que su momento decisivo fue cuando en 1965, por casualidad, leyó un cartel que solicitaba “estudiante para trabajar en Eudeba”. La editorial universitaria vendía libros en sus propios kioscos callejeros, en paquetes de cuatro ejemplares, muy baratos, ilustrados, que compraban no solo los universitarios. El gerente de Eudeba, Boris Spivacow, un hombre de izquierda, judío, hijo de inmigrantes pobres y popular profesor de la Facultad de Ciencias Exactas, entrevistó a la joven y le dio el que sería su primer trabajo editorial. Después del golpe de Onganía de 1966, Spivacow, como muchos profesores, renunció a sus clases en la universidad y fundó el Centro Editor de América Latina (CEAL), donde también trabajó Sarlo.

Militancia y clandestinidad

En su búsqueda política se acercó al peronismo a través de la CGT de los Argentinos en el ’68, pero finalmente ingresó al Partido Comunista Revolucionario. En los años ’70 integró el consejo de dirección de la revista Los libros, que había sido fundada por Héctor Schmucler en 1969, y que fue clausurada después del golpe militar de 1976. La imagen de Folon, que ilustró la portada del primer número de la revista Punto de vista, abría las compuertas del lenguaje en una época en la que se imponía sistemáticamente la clausura y la destrucción del sentido. En el fondo de un cubo negro, una suerte de túnel oscurísimo, aparecía la cabeza de un hombrecito que pugnaba por salir adelante. Era marzo de 1978 cuando ese ejemplar apareció en los quioscos de Buenos Aires. Sarlo, su pareja de entonces, el ensayista Carlos Altamirano, y Ricardo Piglia estaban en el fondo del pozo y eran buscados por su militancia política en Vanguardia Comunista, un partido marxista leninista con el que mantuvieron una relación de discusión política muy intensa, y que fue el que aportó el dinero para financiar la publicación. 

La revista se manifestó para ellos, y luego también para los que se incorporaron poco después, María Teresa Gramuglio y Hugo Vezetti, como una forma de supervivencia intelectual. “Nosotros la necesitábamos más que los supuestos lectores potenciales”, confirmaba la escritora. “Yo me considero una persona de izquierda, pero no comparto la nostalgia de los ‘70 -aclaraba al recordar la gestación de la revista-. No podíamos ir a ninguna parte, estábamos viviendo en una pieza de cuatro por cuatro, más o menos en condiciones de clandestinidad. Teníamos tiempo y disposición intelectual para volver a mirar todo. Veníamos de una militancia muy activa y una vez que esa militancia terminó, algo había que hacer. Decidimos revisar la conciencia filosófica anterior, como diría Marx”.

El valor Saer

Punto de vista estuvo al borde de fracasar. Sin el dinero de Vanguardia Comunista no hubieran podido sacar el tercer y cuarto número porque de los primeros dos números no se habían vendido ni cien ejemplares. Con esa lucidez implacable, tan demoledora para los demás como para ella misma, decía que la revista no era minoritaria, era “invisible”, y que fue esa invisibilidad lo que les permitió paradójicamente subsistir. Desde las páginas de Punto de vista se introdujo la sociología de la cultura de Pierre Bourdieu y el materialismo cultural de Raymond Williams, a quien la revista entrevistó en 1979. Durante la guerra de Malvinas, la revista condenó de manera explícita la aventura bélica de la dictadura cívico militar. Como si esto no fuera suficiente para estar en la historia, propuso otras lecturas del canon literario argentino, con nuevas interpretaciones de Domingo Faustino Sarmiento y Jorge Luis Borges. También revisó el lugar de la revista Sur y leyó tempranamente la obra de Juan José Saer, como también la narrativa de Sergio Chejfec o la obra del poeta Daniel García Helder.

Sarlo conoció a Saer en marzo o abril de 1979 en París. “Juani” –como lo llamaban cariñosamente al escritor– le regaló una traducción de Walter Benjamin al francés, libro que perdió, y el último ejemplar que tenía de la primera edición de El arte de narrar, publicada en 1977. Preservaba ese valioso ejemplar, que estaba dedicado a otro destinatario cuyo nombre el autor de Glosa tachó con tanto esmero que nunca pudo descubrir quién era el tachado o tachada. La felicidad y el asombro que le provocaba la literatura del autor de Responso, Cicatrices y El limonero real –por mencionar apenas un puñado de novelas “iniciáticas”– se despliegan en las páginas de un librazo de principio a fin: Zona Saer (2016). A Sarlo, lectora omnívora de narrativa, poesía, teoría literaria y filosofía y polemista de alto vuelo, le sentaba bien la controversia en el terreno de la escritura. Sus interpretaciones expanden más aún “el valor Saer” que Fogwill le atribuyó a Punto de vista, revista que Sarlo dirigió durante treinta años. “La relación que Borges entabló con Hernández es la que Saer tiene con Borges –plantea la escritora y crítica literaria en uno de los capítulos del libro–. No se puede matar a un gran predecesor, ni es posible escribir simplemente instalándose en su territorio. José Hernández ordena una línea de cultura del siglo anterior a Borges. Martínez Estrada, un contemporáneo de Borges, cree lo mismo y escribe sobre el Martín Fierro el ensayo más extenso, más intensamente crítico y más lúcido del siglo XX. Borges supo bien que, con Hernández, no se arreglaban fácilmente las cuentas. Por eso, lo citó y lo magnificó”.

Cómo leer la literatura argentina

Pensar a Sarlo implica animarse a la incomodidad, a salir de esa zona de confort que levanta el pulgar o lo baja automáticamente, que pontifica a izquierda o a derecha, y se queda chapuceando desde el sentido común y sin profundidad. Fue hija de la educación pública y docente universitaria que ingresó a la Facultad con el regreso de la democracia. Muchos que pasaron por sus clases la recuerdan como una docente que dejó una marca fundamental porque pronto devino una especie de directora de orquesta que organizó cómo leer la literatura argentina y la cultura en un sentido más amplio, especialmente a través de la nueva izquierda inglesa con Raymond Williams a la cabeza, o el marxismo estadounidense del crítico y teórico literario Fredric Jameson. La literatura fue como una ventana a través de la cual podía mirar la centralidad de las ciudades y la modernidad para ampliar el campo intelectual hacia otras zonas. Fue profesora, y dio clases y seminarios en las universidades de Columbia, Berkeley, Maryland, Minnesota y Cambridge.

Pensarla implica volver sobre su legado, una obra en la que hay que destacar también sus primeros libros, escritos en coautoría con Altamirano, Literatura y sociedad (1982) y Ensayos argentinos: de Sarmiento a la vanguardia (1983). Después se suman los textos propios, El imperio de los sentimientos: narraciones de circulación periódica en la Argentina, 1917-1927, un estudio sobre los folletines y la literatura sentimental; Una modernidad periférica (1988), La imaginación técnica: sueños modernos de la cultura argentina (1992), Borges, un escritor en las orillas (1993), su best seller Escenas de la vida posmoderna: Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina (1994), Instantáneas: Medios, ciudad y costumbres en el fin de siglo (1996), La máquina cultural (1998), Tiempo presente (2001), La pasión y la excepción (2003), Tiempo pasado (2005), Escritos sobre literatura argentina (2007), La ciudad vista (2009), La audacia y el cálculo (2011), Ficciones argentinas (2012) y La intimidad pública (2018) y Ficciones argentinas: 33 ensayos (2021), que reúne sus reseñas de libros de escritoras y escritores argentinos que publicó en los distintos medios donde escribió: el diario Clarín, La Nación y Perfil y la revista Noticias. Recibió la beca Guggenheim, el Premio a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes, el diploma al mérito Konex, la Orden del Mérito Cultural de la República de Brasil y la Pluma de Oro de la Academia Argentina de Periodismo.

Ahí donde se la quiere encorsetar, “la Sarlo”, como algunos la llamaban, se escapaba, como si siempre quisiera subrayar una especie de autonomía que la volvía paradójicamente muy ética y polémica al mismo tiempo. Siempre apoyó el aborto. El debate por el lenguaje inclusivo le parecía “arcaico” y le preocupaba más que los adolescentes no pudieran comprender textos complejos. Por Ediciones Godot publicó el libro que condensa la polémica con Santiago Kalinowski (lingüista y lexicógrafo a favor del lenguaje inclusivo), La lengua en disputa. En marzo del 2021 había denunciado que desde el gobierno de la provincia de Buenos Aires le habían ofrecido vacunarse “por debajo de la mesa”. Sarlo se disculpó con el gobernador Axel Kicillof -aunque el daño ya estaba hecho- después de que Soledad Quereilhac, compañera del gobernador y madre de sus hijos, explicó que no hubo “por debajo de la mesa”, que estaban buscando figuras públicas que quisieran vacunarse para generar confianza sobre la eficacia de la Sputnik. Tempranamente, en mayo de 2022, cuestionó a Milei, entonces diputado. “Milei es lo más peligroso que hay, es un populista de derecha”, lo definió. “Milei sintoniza con el hartazgo, lo cual es algo pésimo. Eso sucedió en general con los fascismos”, agregó hace más de dos años, antes que nadie imaginara que ganaría las elecciones presidenciales. “También están los distraídos de las capas medias que dicen: ‘Mirá qué bien Milei, este viene a poner orden’. Esos después son las primeras víctimas”, vaticinó.

La Sociedad de Escritoras y Escritores de la Argentina (SEA), de la que Sarlo era socia honoraria, la despidió con un comunicado en el que pone de relieve la complejidad de pensar a Sarlo. “En un país donde mayormente los pocos intelectuales que se autoperciben intelectuales se han atrincherado en los últimos años de un lado o del otro de una grieta solamente para tirarse bombas, Beatriz siempre estuvo en el lugar fértil de la batalla, que es el lugar en el que se discuten las ideas, que es el lugar incómodo en el que uno tiene que llegar a una conclusión y decir estoy de acuerdo con vos, no estoy de acuerdo con vos, esta es mi idea, discutamos las ideas. Beatriz valiente, Beatriz incondicional con el pensamiento, con las ideas, con el mundo de las ideas. Luego las bajamos, las ejecutamos y vivimos en un país, pero primero hay que pensarlo. Pensemos como pensaba Beatriz. Discutamos lo que pasa. No seamos pasivos sino reflexivos. Cuestionemos las creencias de los demás y las propias”. 

Fuente: Pagina12

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