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El mundo en guerra

Este primer cuarto del siglo XXI que ha transcurrido nos presenta un mundo complejo y bélico. La globalización post guerra fría nos dejó la interdependencia y la cooperación como variables facilitadoras de la paz y el status quo, pero ese paradigma feneció. Asistimos a un escenario mundial de guerras que podemos caracterizar como guerras grandes, no solo por la dimensión de los territorios involucrados sino también por las potencias militares que actuan de beligerantes. En paralelo y en adición, germinan otras guerras que los especialistas estudian como posibles guerras de alcance global e incluso se estudian escenarios de escalada nuclear que podrían ser catastróficos para la humanidad.

Noam Chomsky en su libro titulado “Cooperación o extinción” plantea que la supervivencia planetaria está en riesgo y que sólo es posible revertir este escenario si se toman dos medidas fundamentales: un abordaje integral urgente del cambio climático y la abolición y destrucción total de las armas atómicas. No es intención de quien escribe estas líneas ser portador de malas noticias ni utopizar a ese gran filósofo estadounidense, pero es necesario señalar que en los últimos años entramos en una nueva fase dinámica de desarrollo y perfeccionamiento del armamento nuclear.

El Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) ha quedado en la más absoluta obsolescencia: al selecto club de países que poseen armas nucleares oficialmente -Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido- se le han sumado casi una decena de países que de manera no oficial poseen hasta un centenar y más de ojivas nucleares entre los que podemos mencionar a Israel, India, Pakistán, Corea del Norte e Irán.

Pero suponiendo que la teoría de la disuasión acuñada por von Neumann que plantea que la destrucción mutua asegurada (MDA por sus siglas en inglés) hará que ningún país accione nuclearmente contra otro y la humanidad tenga sobrevida para poder seguir discutiendo qué hacer con los arsenales nucleares existentes; aún tenemos el mundo en guerra que nos planteamos abordar desde el título mismo de este artículo.

Hablar de guerra puede resultar fascinante para los politólogos, analistas internacionales, especialistas en Defensa, etc; pero para quienes somos militantes peronistas resulta condición sine qua non hablar de las consecuencias humanitarias de la guerra. En este sentido, la muerte y las violaciones a los derechos humanos son el principal costo que debe mesurar cualquier pasión geopolítica. La Tercera Posición peronista es nuestra mejor doctrina en este escenario.

Por otro lado, las consecuencias económicas, no sólo para las poblaciones locales sino a escala global, son de magnitud: el precio internacional de los alimentos básicos tiende a subir erosionando aún más la ya golpeada seguridad alimentaria mundial; las energías se vuelven un insumo fundamental para la beligerancia apartándose de su principal objeto de generar prosperidad y desarrollo; el gasto militar se incrementa exponencialmente en detrimento de la salud, la educación y demás aristas sociales fundamentales de las que debe ocuparse el Estado; hasta el sector privado -y esto es un elemento en boga de las últimas guerras- se focaliza en los negocios alrededor de la privatización de la guerra corriéndose los empresarios de su rol como dinamizadores de la economía.

Otros asuntos que preocupan y ameritan un abordaje mayor en otra oportunidad son el agua potable como botín de guerra; el costo ambiental y las consecuencias climáticas; las tecnologías de vanguardia aplicadas a la guerra y la imprevisión de futuros ataques -téngase en cuenta la explosión masiva y simultánea de equipos de comunicación móvil personales por parte de Israel-; los ataques cibernéticos y posibles colapsos terminantes de la vida cotidiana; y por último pero lo más atroz: la desprotección, muerte y mutilación consecuente de niños y niñas y la suspicacia de los controles demográficos.

¿Y que podemos hacer desde Argentina con este estado de cosas?

La neutralidad argentina tanto en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial (el cambio de posición apenas 5 meses antes de la firma de la paz no fue significativo para los beligerantes) es un legado que ponderamos poco, pero que redundó en beneficios económicos y en el mantenimiento de la paz y seguridad en nuestra región. En la Primera Guerra Mundial, resulta un poco más obvio el alejamiento del escenario de guerra, pero en la Segunda el peligro fue latente. Por un lado, la Alemania nazi tenía planes concretos de invadir la Patagonia y anexarla al Tercer Reich; y por otro lado el Imperio del Japón mantuvo hipótesis de ataque contra Argentina y Chile en caso de sumarse a los Aliados. Situaciones que afortunadamente no tuvieron lugar pero que en caso de haber tomado posiciones distintas a la neutralidad, hoy nuestro presente sería incierto o muy probablemente distinto.

Y es desde este punto de partida de neutralidad histórica en que la Tercera Posición peronista resuelve la discusión política y filosófica para este escenario de guerra en escalada. La autonomía es la verdadera libertad de acción en este contexto, escapándole al yugo neocolonialista de las potencias centrales y al peligro de que nos conviertan en un teatro de operaciones. No sólo por los recursos alimenticios y energéticos que tenemos, sino también por la situación geopolítica estratégica de nuestro país.

Por eso resulta tan torpe y peligroso el accionar en política exterior del presidente Milei. Va a contramano de las experiencias exitosas de la Argentina y en una dirección miope que no advierte las complejidades militares del siglo XXI. Por otro lado, parece padecer de amnesia inmediata: la OTAN tiene una de sus principales bases operativas a apenas 600 km de la costa de la provincia de Santa Cruz en nuestras Islas Malvinas ocupadas, lo que le facilitaría un eventual despliegue táctico a bajo costo operativo sobre todo el Atlántico Sur y con proyección hacia la Patagonia argentina.

Es necesario, al igual que ocurrió en los años ’60, que nuestra generación vuelva a levantar la bandera de la paz; y para los militantes peronistas esto se vuelve un mandato ético. Como nos convocara la presidenta del Partido Justicialista y expresidenta y vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, en su discurso del 3 de agosto de 2024 desde México, animémonos a construir desde el sur del continente una utopía de paz.

*Franco
Metaza es licenciado en Gobierno y Relaciones Internacionales y actualmente
está cursando sus estudios doctorales en Defensa. Es Parlamentario del Mercosur
y jefe del bloque Unión por la Patria. Fue Director General de Relaciones
Internacionales del Senado de la Nación (2020-2023). 

Fuente: Pagina12

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