Entre la militancia, la medicina y el béisbol
Gerardo Vega y Carolina Paoli se casaron el 5 de octubre de 1945. Doce días después, nacía el peronismo y los descamisados se harían escuchar en la Plaza de Mayo. Él era tucumano y suboficial del ejército. Ella entrerriana y de origen campesino. Formaron una familia con cuatro hijos y Eduardo –el tercero– es el eje de una historia cruzada por la dictadura genocida, sus consecuencias todavía latentes de negacionismo y el deporte que la ubica en un tronco común: se trata de un nuevo caso entre más de doscientos atletas detenidos-desaparecidos o asesinados por su militancia política. Un caso del que no se tenía registro, acaso por la escasa popularidad de la disciplina que había elegido: el béisbol. Jugó de pitcher varios años en Ferro e integró la selección argentina. Una fotografía que se conserva en el club lo demuestra. Las subcomisiones de Derechos Humanos y Béisbol le hicieron un homenaje el 16 de noviembre.
Los Vega se afincaron en Caballito, en la esquina de Yerbal y Rojas. Ferro, el club del barrio, era como la continuación natural de las prácticas recreativas y deportivas de Eduardo y sus hermanos: él había nacido en 1949, Héctor el mayor en 1946, Víctor el segundo en 1947 y María Luz en 1958, la ansiada hija menor de la pareja asesinada en 1977 por un grupo de tareas.
Una familia que vivía apretada
Paoli, una mujer corajuda que buscó justicia para sus hijos hasta sus últimos días, madre de Plaza de Mayo línea Fundadora, compañera de Norita Cortiñas, tuvo a los cuatro en la maternidad Sardá de Parque Patricios donde trabajaba. “Éramos felices y pobres. Una familia que no puedo decir de clase media-baja, yo creo que éramos menos. Realmente vivíamos apretados. Mamá, con la máquina Singer, nos cosía toda la ropa, salvo la ropa interior y los zapatos”, recuerda Héctor, contador y economista que trabajó 38 años en la multinacional IBM.
“Todos fuimos a una escuela de Caballito, que es el famoso Instituto Social Militar Doctor Dámaso Centeno. Bien conocido porque Charly García estudió ahí. Cursamos en ese colegio porque estaba muy cerca de casa, papá era militar y teníamos media beca, o sea que había que pagar la mitad”, cuenta Héctor en el cómodo living de su departamento en Palermo. Está junto a Víctor, recién llegado de Estados Unidos donde reside.
“Nosotros en verano usábamos mucho el club. Íbamos a Ferro porque estábamos muy cerca, a cinco cuadras, y lo hacíamos con el grupo de los niños de campamento, o sea en vacaciones. Pasábamos toda la mañana jugando básquet o vóley, y después en la pileta. Y al mediodía venía mamá para llevarnos a comer a casa. Después del almuerzo nos volvíamos acá, y nos buscaban de nuevo a las 7 u 8 de la noche”, describe Víctor, el más memorioso.
El año dramático: 1977
El 25 de abril de 1976 murió el padre, Gerardo, en el hospital militar. Al año siguiente la familia sería arrollada por la tragedia. El 18 de marzo una patota acribilló a balazos a María Luz cuando salía del departamento donde vivía en Villa del Parque. Tenía 19 años. Eduardo desaparecería el 26 de diciembre. Los hermanos que sobrevivieron al régimen militar, siguieron caminos diferentes desde el 77. A Héctor lo transfirió IBM hacia Ecuador. Un hecho providencial que tal vez le salvó la vida. Y Víctor salió primero vía Brasil y después se radicó en Venezuela. Nunca más volvió. Hace más o menos una década vive en Miami.
Eduardo y Víctor habían compartido los estudios durante unos años en el Liceo Militar. Pero el Centeno pudo más, abandonaron la vocación del padre y terminaron la Secundaria en el colegio de Caballito. “Eduardo era un líder dentro de su camada y no le podían hacer nada porque era brillante. El becado, el de mejor puntaje. Pero él veía que había cosas absurdas de los militares y con 16 o 17 años tenía la fuerza de un adolescente y les discutía. Cuando terminó cuarto le dijo a papá: me quiero ir, y el viejo lo metió en el Damaso Centeno en quinto año. Él quería irse del liceo”, evoca Víctor, el arquitecto de la familia.
Eduardo se recibió de médico en la UBA. Hay una foto que Héctor conserva en un álbum donde se lo ve con un traje impecable, brilloso, el día de su promoción. Le saca el celofán, la muestra junto a otra imagen de María Luz y comenta con cierto pudor: “Eduardo tenía varios atributos. Vamos a decir, era de los tres varones el más alto, un metro noventa y pico, fácil. Era según mamá y otras voces, el más pintón. Las damas opinaban eso en aquella época. Era el más atlético, el más musculoso, el más fuerte, o sea tenía todas las condiciones para ser un atleta, y lo fue”.
El béisbol en Ferro y la Selección
Víctor interviene con otro recuerdo del Liceo Militar: “Cuando estudiábamos ahí no había béisbol, pero sí otro deporte parecido. Yo entré primero al Liceo y era del equipo de softball. La diferencia está en que la pelota es más suave y Eduardo hizo lo mismo, me siguió”.
Héctor, el mayor de los Vega, el dueño de casa que nos recibe con su esposa Graciela, ex camarista del fuero laboral, responde a la pregunta de si Eduardo había elegido el béisbol por alguna circunstancia especial: “Creo que fue por opción, porque quizá le gustaba más, honestamente no lo sé. Él era pitcher, y si sabés algo de béisbol, se trata del lanzador”.
El sábado de noviembre en que Ferro recordó a Eduardo Vega y Pancho Riglos – “figuras esenciales de la historia del béisbol de nuestro club”, como decía el comunicado de la actividad -, Héctor se cruzó con un compañero de su hermano en el deporte del bate y la pelotita que pesa unos 150 gramos. Contó que “esa persona, una institución del béisbol en Ferro, Panchito, me miró y me dijo: ‘yo conocí a tu hermano y fui entrenador de él. Estuvo entre los años 70 y 73′. En el mismo acto había otras personas de DAOM, que era el club rival de Ferro. Se acercaron y también me comentaron: ‘Conocimos muy bien a tu hermano, yo estuve con él en 1971 en un campeonato en Antofagasta, en Chile, y Eduardo vino con nosotros porque era del seleccionado’”.
En los años 60 y 70 los partidos de béisbol en Ferro se jugaban en la cancha auxiliar de fútbol vecina al viejo estadio de madera, que daba hacia la avenida Avellaneda. De esa etapa, Víctor recuerda un detalle curioso para principiantes: “Generalmente, en el béisbol el pitcher tiene lo que se llama una lomita y todo el recorrido de las bases es de polvo de ladrillo. El resto es grama. Pero como aquella era una cancha de fútbol, no nos dejaban hacer nada. O sea, el pitcher no tiraba desde la lomita, porque el pitcher tira desde un poquito más arriba”.
La misma dictadura que desapareció a Eduardo hasta que sus restos fueron encontrados en una tumba de la Chacarita como NN, construyó en 1977 el estadio nacional de béisbol camino a Ezeiza sobre la autopista Ricchieri, muy cerca del predio de la AFA. El mismo año en que la familia perdió a dos de sus hijos.
Víctor intenta precisar la etapa en que su hermano integró el plantel de Ferro: “Creo que Eduardo estaba jugando béisbol en 1971, porque él ya lo hacía en el 67, 68, o sea, antes de eso. Además, yo me gradué en la secundaria en el 64 y al año siguiente ya estaba en la universidad. O sea, jugué en el 63, 64 y 65 al béisbol. Y no jugué con Eduardo, él entró después”.
El deporte en Ferro podía convivir en armonía con la militancia política de los Vega. Héctor recuerda los orígenes peronistas de su padre como militar: “Para papá, como buen milico obediente, el ejército era su vida. Me acuerdo que la familia era muy politizada. Había permanentes discusiones con mis tíos de Entre Ríos, todos familiares de mamá, que eran chacareros, agricultores y papá defendía algunas cosas sin ser abiertamente peronista. Su vuelco se produjo cuando cayó Perón. En el 55, papá y la suboficialidad eran absolutamente leales a Perón. Él no era peronista pero se hizo después del golpe”.
Gerardo Vega, según sus hijos, presidía el casino de suboficiales. Era el mayor de su camada en lo que aquella época se conocía como el Ministerio de Guerra, hoy de Defensa. Tuvo que negociar su salida de las fuerzas armadas en 1958 cuando lo dieron de baja. Tenía apenas 40 años.
El padre decía de Eduardo – según cuenta ahora su hermano Héctor – que era “el único que tenía pasta de milico en la familia. Ninguno de ustedes la tiene, nos explicaba. Y no se equivocó”. Cuando ingresó a Montoneros, el tercero de los hermanos Vega ya era médico clínico. Integraba el área de Sanidad.
Debido a su paso por el Liceo Militar, Eduardo había aprendido todos los rudimentos necesarios en el manejo de armas. Héctor recuerda que “sería el año 65 y él me acompañó al Tiro Federal. Estando ahí, tomó el fusil Mauser y me dijo: ‘¿querés que lo desarme?’. ‘¿Estás loco?’, le respondí yo. Desarmó el Mauser igual. Y es porque ellos lo sabían hacer desde el Liceo, yo estaba aterrorizado”.
Eduardo, entre la UBA y el hospital
Los años que siguieron fueron de asambleas en la UBA, de intervenciones de Eduardo en la Facultad de Medicina, de militancia en un local de Canning –rebautizada Scalabrini Ortiz en 1974 – y avenida Las Heras. En las evocaciones de familiares y amigos se lo recuerda en el Hospital Ferroviario de Retiro, en el de Lanús y en la clínica Cruz Azul. A esa altura los hermanos discontinuarían sus encuentros. Cada uno estaba en lo suyo. El punto de quiebre fue 1977.
“Todo pasó en ese año. El 26 de diciembre nosotros estábamos en Quito y me llamaron. Era el 3 de enero y me habló un familiar lejano. Me contó que Eduardo salió a trabajar el día siguiente de Navidad y no volvió. Eso fue todo lo que me dijo. Después supimos, por la reconstrucción de mamá, cómo había sido todo”, recuerda Héctor.
“Eduardo estaba clandestino y quedó en una cita en un bar de Caballito ubicado en la esquina de Campichuelo y pasaje Roberto Arlt. Estando adentro, entró una patrulla policial. Sabía que lo buscaban y en ese momento los patrulleros tenían una máquina especial con todos los antecedentes y lo podían localizar. El famoso Digicom. Salió de ahí corriendo, y ahí lo mataron, en Caballito. En un bar que ya no está más y ahora es una confitería. El que reconstruyó mucho la historia, y la tengo, el legajo policial y militar de Eduardo, los datos de su asesinato, es Maco Somigliana, del EAAF. Por eso y la búsqueda de mamá, se consiguió desenterrar sus restos un año después, en 1978”, dice Héctor, quien ha marchado por la memoria de los estudiantes desaparecidos del Damaso Centeno.
Además de Eduardo y María Luz, también cursaba en la escuela Alejandro Almeida, el hijo detenido-desaparecido de Taty, emblema de la lucha por los derechos humanos a sus 94 años. Son trece las víctimas del terrorismo de Estado que pasaron por la escuela.
En el blog que homenajea a los estudiantes del Centeno, Oscar Leguizamón, un amigo de los Vega y promoción 1976 del colegio, recuerda cómo lo querían a Eduardo por su labor de médico: “La solidaridad y afecto en el cuidado de sus pacientes volvía en forma de ‘tesoros’, que eran salamines o empanadas que compartían en los asados de la casa de fin de semana de la familia en la zona norte del Gran Buenos Aires”.
Un tipo muy valiente
Héctor describe a su hermano como “un tipo íntegro. Muy valiente. Porque cuando lo quise sacar del país, y yo tenía recursos, él me dijo: ‘no puedo’. Nada más que eso me dijo. Pero yo me daba cuenta que tenía responsabilidades. Y estaba en la calle”. La evocación sobre Eduardo coincide con las palabras de Víctor: “Él nos mandó una carta. Y en la carta decía, bueno, cagué la Navidad con ustedes. Nosotros le habíamos dicho, por otras cartas, por llamadas de teléfono: ‘si querés venite para acá’, cuando ya estábamos en el exterior. Y nos hizo entender que, por su grado de compromiso y de clandestinidad, él ya no podía salir. Yo lo que quería era proteger a su esposa y a su hija. A Mari y a Paula”.
La parte que sobrevivió de la familia se había reunido en Quito, Ecuador, para la navidad de 1977. Hacia allá había salido Héctor enviado por IBM: “yo planteé el tema en mi laburo. Les dije: ‘miren, secuestraron a mi hermana, hicieron mierda la casa de mi hermano. Yo no sé si me están buscando’… La compañía se portó muy bien, mi jefe se portó extraordinario, y me sacaron del país. Pero todo el trámite, hasta que conseguí la visa para trabajar en Ecuador, me llevó desde marzo hasta agosto. En agosto, me la dieron y yo salí del país”, explica Héctor.
Víctor viajó a su encuentro desde Venezuela con su esposa, su hijo mayor Lucio y su mamá. Todos esperaron en vano por Eduardo, perseguido de cerca como estaba por los grupos de tareas de la dictadura. Paula, su hija, vive actualmente en Barcelona y tiene dos nietos de Eduardo. Su pareja de aquella época, Marilyn Godoy, hoy residiría en la Argentina. Los hermanos Vega dicen que perdieron contacto con ella.
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