Andrés Calamaro y los 25 años de «Honestidad brutal» en Buenos Aires
La gira «Agenda 1999» se centra en el disco «infame» de una época turbulenta para el cantante, quien se mostró en excelente forma junto a una banda brillante.
Desde que el Movistar Arena abrió sus puertas hay una suerte de certeza, sólo interrumpida por la pandemia: a fin de año, Andrés Calamaro volverá a ese escenario para retomar su vínculo musical y afectivo con el público porteño. «Somos de Buenos Aires», dijo orgulloso el viernes, durante el primero de los shows con los que ¿celebra? los 25 años del «infame» (Calamaro dixit) Honestidad brutal. La seguidilla de conciertos en la ciudad natal del cantante ni siquiera marca el fin de la gira «Agenda 1999», aunque seguramente quedará entre los puntos más altos de ese recorrido. Por pertenencia, sí, pero también por estar frente a sus «15 mil mejores amigos», como dijo justo después del tándem «No tan Buenos Aires / Clonazepán y circo». Y por lo más importante: la performance descollante de Calamaro, apoyado en una banda brillante y versátil, asentada por el rodaje de un año de faenas.
Con la consigna de la gira en claro, Calamaro llevó al escenario 13 de las 37 canciones de Honestidad brutal, aquel disco parido en medio de la resaca del éxito de Alta suciedad (1997), una separación dolorosa y con una dosis de escándalo por la pelea pública con Charly García, más una vida tóxica que sólo se profundizaría hasta explotar creativamente con El salmón (2000). No es novedoso que momentos bajos resulten en grandes discos: en todo caso, Honestidad brutal es la confirmación de esa regla no infalible. Y como para reafirmarlo, Calamaro fue al hueso desde el comienzo, con la misma canción de despecho llevado al paroxismo que abre el disco doble. Eso sí, la versión de «El día de la mujer mundial» esta vez estuvo adornada con la intro de «Kashmir», de Led Zeppelin.
«A los ojos», de los años iniciales de Los Rodríguez, fue coreadísima y amenazó con llevar la cosa para el terreno del hit, pero enseguida Calamaro estableció el balance entre «las que saben todos» y otras menos «radiables». Todas de Honestidad brutal, eso sí. Los 25 años transcurridos desde aquel disco le sentaron bien al cantante, más saludable que entonces y de look impecable: camisa roja abierta sobre una remera negra, pantalones y zapatos ídem, un pañuelo hecho vincha para contener los rulos prolijos y anteojos oscuros como símbolo de estrellato rockero. Sobre el escenario, cero distracciones del siglo XXI: sólo había dos pantallas a los costados, que mostraban exclusivamente lo que ocurría en el recinto.
Y entonces sí, Honestidad brutal: «Cuando te conocí» continuó con la energía del tema Rodríguez, pero «Más duele» bajó a las profundidades de aquel momento de la separación («voy a curarme de algún modo», vaticinaba Calamaro con acierto en la canción). «Te quiero igual» recordó el tiempo en que el cantante no sabía si estaba despierto o tenía los ojos abiertos, ese mismo en el que se propuso «Voy a dormir» con cierta dosis de humor. «Con Abuelo», esa carta de amor al gran Miguel («seguís siendo el himno de mi corazón»), puso al público en modo de escucha atenta. Y así continuó con «A las heridas», un reggae coronado por el solo de guitarra a puro wah wah -con cita musical a «Nunca es igual», de Alta suciedad– de Julián Kanevsky, el más veterano en las lides de Calamaro.
El único invitado de la noche fue Ciro Fogliatta, «el primer pianista del rock nacional». El ex Los Gatos Salvajes y Los Gatos, que fue parte de la banda de Calamaro en los ’90, acompañó con una clase de rocanrol en «Para qué» y una de blues en «No va más». Luego fue el turno de «No tan Buenos Aires» pegada a «Clonazepán y circo», como paso previo a presentar a la banda. Tuvieron sus aplausos el mencionado Kanevsky, el pianista Germán Wiedemer, el bajista Mariano Domínguez, el guitarrista Brian Figueroa y el baterista Andrés Litwin. Después de guardar una camiseta de Independiente que había volado desde el público, Calamaro se puso en el mood introspectivo de «Los aviones», que en el final desarmó a puro cencerro y cita a «El ratón», de Cheo Feliciano.
«¿Ustedes que prefieren? ¿Una chica fea o una travesti súper sexy?», sorprendió el cantante, que hasta ahí apenas había hablado entre tema y tema. «Iba a decir algo sobre embarazadas y trans, pero mejor no», dijo enseguida, dando el volantazo justo cuando el pasto estaba ahí nomás. Fue el único destello del Calamaro que discute de política en eX twitter, donde se ha declarado «un ácrata de derechas», saludado a Javier Milei y recordado con amor a Hebe de Bonafini, en una suerte de reality show provocador que distrae más que lo que aporta (como es norma en esa red social desde que la compró y rebautizó Elon Musk, por otra parte).
La decisión de parar por un rato con Honestidad brutal no significó (todavía) entregarse a esos clásicos que Calamaro acumula desde la época de Los Abuelos de la Nada. Un temazo como «All You Need Is Pop» cobra en vivo aún más esa energía de la dupla Iggy Pop-David Bowie en el disco Blah Blah Blah, pero ciertamente no es uno de los hits de El salmón. En cambio, «Algún lugar encontraré», de la banda sonora de Caballos salvajes, fue cantada por todo el estadio. De regreso al disco del aniversario por un par de temas: «La parte de adelante» mantuvo los ánimos entre el público y «Más duele» provocó una suerte de combustión. Justo a punto para que «Crímenes perfectos» generara épica desde lo íntimo, una cualidad que Calamaro maneja como nadie. Fue la primera vez en la que dejó que el público cantara varios versos sin necesidad de arengarlo. Pero no la última, claro.
La versión cumbiera de «Tuyo siempre» tuvo un efecto multiplicador de la transpiración, con cita a «Mil horas» en el final incluida. Ya embarcado en la recta final, ahora sí a puro clásico, Calamaro volvió a plantarse con «Alta suciedad», rockerísima y energética. «Como dijo Milagros Amaya, nos gusta tocar en Buenos Aires, pero nos vamos», soltó el cantante. «Porque no nos gusta el aire acondicionado» (?). El desconcierto duró apenas un segundo y fue barrido de cuajo por «Flaca», hitazo si los hay. Y enseguida «Paloma», aquella canción de Honestidad brutal que nadie imaginó como un éxito salvo el público, el punto medio exacto entre Bob Dylan y Juan Gabriel. Después de los solos, Calamaro quedó al frente del escenario con los brazos abiertos y con su guitarra en la mano derecha, como absorbiendo el cariño y devolviéndolo a sus emisores.
Los bises también fueron clásicos. Primero «Estadio Azteca», con la cita final al Martín Fierro increíblemente gritada por el público como si estuviera en la cancha. Y después, con «Los chicos», ese recuerdo para «los amigos que fueron primero». Esta vez no hubo imágenes de Pappo, Spinetta, Cerati y Maradona en las pantallas, como en otras ocasiones. Fue una buena decisión, que centró la atención en una canción rockera inmensa más que en lo que amenzaba con convertirse en el «In Memoriam» de las ceremonias de premios. Y pegadito, el fragmento final de «El salmón», antes de besar el escenario e irse a casa: había llegado una carta que decía «The End», era hora de dejarse de joder.