Sobre ARSAT, REFEFO y el maldito cipayaje
En estos tiempos de desazón, bronca, frustraciones y restauración de ilusiones gracias a la resistencia de patriotas que no aflojan ni se rinden, y en especial los miles de jóvenes activos en el siempre esperanzador universo estudiantil, esta columna recibe informes que bueno será que toda la República conozca. Y entre ellos y haciendo punta, uno referido a ese otro orgullo nacional en peligro que se llama ARSAT, que desde hace años es sinónimo de ciencia y tecnología argentina de calidad, y hoy también en severo riesgo de liquidación, como INVAP. Y asunto del que casi no se habla.
En estos tiempos de desazón, bronca, frustraciones y restauración de ilusiones gracias a la resistencia de patriotas que no aflojan ni se rinden, y en especial los miles de jóvenes activos en el siempre esperanzador universo estudiantil, esta columna recibe informes que bueno será que toda la República conozca. Y entre ellos y haciendo punta, uno referido a ese otro orgullo nacional en peligro que se llama ARSAT, que desde hace años es sinónimo de ciencia y tecnología argentina de calidad, y hoy también en severo riesgo de liquidación, como INVAP. Y asunto del que casi no se habla.
ARSAT nació en tiempos de Menem, cuando se creó NahuelSat, una empresa franco-alemana que iba a proveer un par de satélites pero todo lo hizo mal. Por fortuna ya entonces en la Argentina había técnicos patriotas, que ocuparon las posiciones fijas que nos habían sido asignadas en el cielo del Ecuador, meridiano cero.
Como explica a esta columna Daniel Arias –reconocido periodista científico que es uno de los más activos defensores de estas empresas estatales– esas posiciones abarcan sitios valiosos sobre continentes poblados, de manera que cada país tiene una cierta cantidad de sitios. En aquellos años, Estados Unidos tenía casi 80, Europa 60, la entonces Unión Soviética 35 y China otros tantos. Argentina tenía sólo 2 posiciones que quedaron como premio consuelo, ya que NahuelSat había cobrado incontables servicios incumplidos. “La economía hoy funciona a telecomunicaciones –dice Arias– y quien se apropia de ellas acaba con cualquier país donde se opere. Arsat entonces era un modesto e intolerable intento de autonomía”.
Por eso y por lo menos desde 2016, Arias ha hecho docencia subrayando el carácter estratégico de ARSAT: su red de fibra óptica que cubre todo el territorio nacional; sus satélites e infraestructura informática y de comunicaciones; y también la de las empresas de telefonía de línea y celular, y las de radio y TV. Por eso, hoy es el más punzante opositor a la idea disparatada de vender acciones de Arsat. Porque aunque se trata de dos empresas diferentes, están fácticamente hermanadas y si ARSAT muere sin dudas afectará a INVAP.
Haciendo un poco de Historia, Arias recuerda que fue Néstor Kirchner quien en 2006 dispuso crear esta empresa, entonces a punto de perder NahuelSat, y puso al frente al ingeniero Pablo Tognetti, quien se propuso hacer ocupación de órbita con satélites alquilados.
Los técnicos de Invap, entonces, imaginaron lanzar satélites propios: “quizás no nos dé el cuero pero podemos intentarlo”. Y así fue: desde hace menos de una década algunos pocos medios marginales –de baja circulación pero serios y bien documentados– subrayaron el carácter estratégico de la red de fibra óptica que hoy cubre todo el territorio nacional y atiende los satélites argentinos. Una extraordinaria infraestructura informática y de comunicaciones, de la que también se sirven las empresas de telefonía de línea y celular, así como de radio y televisión. Y de la cual muy pocos compatriotas son conscientes.
Sólo para ilustrar al Soberano, sirvan algunos datos esenciales y sensibles: ARSAT es el producto principal de INVAP, que es la más importante empresa argentina de alta tecnología aplicada al diseño, integración y desarrollo de plantas, equipamientos y dispositivos en áreas complejas como energía nuclear, tecnología e ingeniería espacial y de telecomunicaciones. Y cuya altísima tecnología se aplica al diseño y desarrollo de plantas y equipamientos de energía nuclear, tecnologías espaciales y de todas las telecomunicaciones.
Esa maravilla que es ARSAT –con laboratorios centrales en Bariloche– es una empresa única en todo el mundo, reconocida por su exquisita competencia internacional. “Pero lo fantástico –se embala Arias– es que nadie en este país es ajeno a INVAP ni a ARSAT, lo sepa o no. Sin ellas nadie tendría ancho de banda en su computadora o celular: las llamadas telefónicas interurbanas o interprovinciales serían imposibles y, encima, los millones de mensajes de WhatsApp no llegarían jamás a destino, o sólo funcionarían en áreas limitadas. Y obviamente todos los gobiernos provinciales, las comisarías, los puertos, la Gendarmería y la Prefectura Naval en todas las fronteras dependerían de radioenlaces específicos”.
El Satélite Argentino Geoestacionario de Telecomunicaciones (ARSAT) fue creado por INVAP y fue el primero de tres que brindan servicios de telefonía y datos, e Internet y TV, a millones de usuarios en todo el territorio nacional y el Cono Sur. La Argentina se convirtió, así, en una de las ocho únicas naciones del mundo que desarrollan y producen sus propios satélites geoestacionarios. Y junto con los Estados Unidos, las dos únicas en el continente americano.
El ARSAT fue también el primer satélite de su tipo puesto en órbita por un país latinoamericano. E informes de incuestionable certeza llegados a esta columna especifican que “por eso, no fueron solamente los dos satélites de telecomunicaciones que ARSAT puso en el cielo en 2014 y 2015 los que cambiaron el hasta entonces desastroso servicio comunicacional argentino, sino que el cambio lo hizo la llamada y casi desconocida REFEFO, o sea la Red Federal de Fibra Óptica, que se compró a China y que, desde sus inicios en 2006, había creado la empresa. La cual entre 2012 y 2016 hizo de la Argentina la mayor compradora e instaladora de cable óptico troncal de todo el mundo. Fue a partir de entonces que –como millones de argentinos comprobaron y hoy disfrutan– la comunicación en este país cambió para mejor y facilitó vínculos y contactos como nunca antes. “La REFEFO es ejemplar –dice Arias con orgullo– por construcción, despliegue y mantenimiento argentino”.
Paralelamente, la huella geográfica de la telefonía celular privada empezó a expandirse, porque donde no pasaba la fibra ninguna empresa privada de telecomunicaciones ponía en servicio una torre de microondas.
Más bien al contrario, recuerda Arias, sarcástico, “porque antes pasaba la cuadrilla de celular de ARSAT enterrando fibra a la vera de las rutas nacionales y provinciales, pero al mes o dos llegaban al trote operarios de las privadas con sus torres, y anunciaban, ridículamente triunfales, que estaban invirtiendo para comunicar a los argentinos. En 25 años no habían hecho un pomo, pero ahora cacareaban para vender celulares y facturar a lo bestia”.
Aparecieron así las llamadas “tarifas planas” y los abonos, gracias a que la tecnología argentina había instalado para entonces 40.000 km. de REFEFO, o sea, líneas ópticas repartidas en 6 grandes anillos regionales. Así, la inmensa geografía nacional se intercomunicó de modo extraordinario, aunque siempre zarandeada y violada por funcionarios cipayos. “Y a todo lo aguantó la orgullosamente argentina REFEFO” que funcionó y funciona siempre bien por tres causas: a) Porque nunca dejó de crecer en kilómetros; b) Porque siempre que algún intendente, arquitecto o ingeniero la rompía con obras mal ejecutadas, se arreglaba al instante; c) Y porque los gastos de ARSAT para mantener en buen estado la REFEFO y diseñar, construir y poner en órbita los ARSAT 1 y 2 hoy no cuestan nada. “Ni un mango, dicho en criollo, porque todo lo pagan esos dos satélites, que facturan entre 40 y 50 millones de dólares por año. Por eso duele tanto que el actual presidente –por ignorante, bruto y mal aconsejado– quiera romper todo, como niño caprichoso y soberbio”.
Duele también reconocer que ya deberían ser 6 nuestros satélites, lo que no sucedió porque en 2016 Mauricio Macri detuvo su construcción. “Decisión idiota y dolorosa que, sin embargo, a ningún gobierno posterior se le ocurrió corregir, siendo que son las vacas lecheras de la firma”.
Pero hay vacas y vacas, como hay los ARSAT-3, 4, 5 y 6 que iban a ser de diseños evolutivamente distintos, con cada vez más potencia eléctrica y ancho de banda. “De haberse respetado ese plan de un nuevo ARSAT cada 2 años, hoy ya tendríamos en órbita el ARSAT 6, con mayor velocidad y ancho de banda. Sumando ése y los anteriores, ARSAT estaría facturando hoy entre 500 y 700 millones de dólares/año por venta de servicios de TV desde Ushuaia hasta la tundra canadiense, pero a la vez dándole servicio gratis de internet a escuelas, municipios, hospitales y también a las fuerzas de seguridad y fuerzas armadas de nuestro país”.
De todos modos, incluso con dos satélites preliminares que promedian una posible vida útil de 15 años, la empresa todavía se autosustenta. Por eso no hay ninguna razón para venderla. De hecho, como empresa pública es un rotundo desmentido a la vieja cháchara de que “el Estado es ineficiente”. Mentiroso eslogan que ya echó a circular una fuerte empresa latinoamericana que aspira a quedarse con todo. Como era de esperar. Claro está.
El drama argentino es que hoy todos estos activos son tan valiosos y estratégicos, y tan soberanos, que no tienen precio. Hasta que algún magnate extranjero acierte el número, claro, y mientras tanto fanáticos y cipayos sigan, descerebrados y desalmados, a un presidente decidido a entregar todo.
De donde está cantado que para frenarlos es urgente, para empezar, que todo esto se sepa.