Espectáculos

Smashing Pumpkins, lo alternativo en el siglo XXI

Ante 15 mil personas extasiadas, la banda estadounidense dio cuenta de historia y presente, con una lista en la que no faltaron clásicos.

Mientras los ojos del mundo estaban puestos en Estados Unidos, a propósito de las elecciones presidenciales en las que se debatieron las únicas dos maneras de ver al mundo que hay en estos tiempos (liberalismo versus progresismo), en la noche del martes The Smashing Pumpkins regresó a los escenarios porteños. Debido a su carácter volátil, y luego de confesar que es un “capitalista libertario de libre mercado”, se especuló con que el frontman de la banda de Chicago, Billy Corgan, se contaba entre los seguidores de Donald Trump. Pero siempre le huyó a la confrontación diciendo que no vota desde 1992 y que no está en contra de nada salvo del establishment. De hecho, era el chico malo del rock alternativo hasta que se convirtió en padre. Básicamente se cansó de tanta beligerancia.

Será por la culpa que desde hace un tiempo el músico se sube a los escenarios y posa en las fotos vestido con esa sotana negra típica de los curas católicos. Sin embargo, poco antes de que acabaran las dos horas de performance, alguien del público le gritó desde las plateas del Movistar Arena: “¡Dale, Nosferatu!”. Y sí. También daba con ese aire. Aunque se parecía más al Drácula 2024 del cineasta Robert Eggers que al vampiro de orejas puntiagudas inmortalizado en 1922 por Friedrich Wilhelm Murnau. En ese desdoblamiento no sólo se debate su personalidad, sino también el show que lo trajo de vuelta a la ciudad. Lo que evidencia la compleja personalidad (y su respectivo cancionero) de un artista que se metió de lleno en la lucha libre y hasta posee su propia liga: National Wrestling Alliance.

Este cuarto desembarco de The Smashing Pumpkins en Buenos Aires contó con el trío original. Si bien el baterista Jimmy Chamberlin fue parte de la encarnación del grupo que actuó en 2015 en Lollapalooza Argentina, en esa ocasión no estuvo el guitarrista James Iha, quien terminó reincorporándose en 2018. Esta formación ya tiene sendos álbumes grabados, Atum: A Rock Opera in Three Acts (2023), obra conceptual conformada por 33 canciones en la que Corgan apeló por la metáfora de la ciencia ficción tras revivir a los Smashing en 2007. Y el otro lleva por título Aghori Mhori Mei: fue lanzado en agosto y es en esencia el reencuentro de la terna con su rock contundente. A eso mismo supo esta vuelta de la banda, con excepciones como el ingreso a escena de la mano de la intro tan docta como afín al rock progresivo “Atum”.

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Iha, quien se comportó como el maestro de ceremonias del show, fue el primero en ingresar al tablado, secundado por el resto del grupo, que para esta gira sumó al bajista Jack Bates: dueño de un estilo interpretativo que evoca al de Peter Hook (New Order, Joy Division), con el instrumento colgando lo más bajo posible. El line up lo completó la violera Kiki Wong, funcional no sólo desde lo propiamente interpretativo, sino también para la puesta en escena. Batiendo además ese pelo rubio a la usanza de los metaleros de la vieja guardia. Apenas terminó la obertura, el quinteto salió a atacar con todo con material suyo manufacturado en este siglo. Inauguraron el repertorio con el rock aguijoneador “The Everlasting Gaze”, al que le secundó la licenciosa y gravitacional “Doomsday Clock”.

Entonces vino el primer guiño de la noche: una apropiación más visceral del tema “Zoo Station”, de U2, a tal instancia que poco y nada tenía que ver con lo que está en el disco Achtung Baby. Era irreconocible. No así “Today”, el primer clásico de cosecha propia que desenvainaban los Smashing, y cuya melodía, por más que pasen los años, sigue encontrando puntos en común con “I Bleed”, de Pixies. En ese pasaje se produjo el primer “Hola, Buenos Aires”, y arremetieron con otro himno: el épico “Tonight, Tonight”. Entre uno y otro hit hicieron “That Which Animates the Spirit”, oda al grunge incluida en el disco Atum. En tanto el grupo mandaba una canción tras otra, las 15 mil personas que colmaron el estadio, sobre todo en el sector del campo, devolvieron la entrega a punta de pogo.

No había pasado una hora de recital, y el grupo cayó rendido a los pies de sus fans argentinos. De hecho, llegaron a aplaudirlos tras terminar “Tonight, Tonight”. El sonido de una batería electrónica anunció el inicio de “Beguiled”, que terminaron rockeando a medio tiempo, y la fórmula se repitió con la ciber groovera “Ava Adore”. Corgan se desprendió de la viola, y mientras caminaba por el escenario agitaba a la muchedumbre para que cantara. Al finalizar, James Iha despachó: “¿Quieren escuchar más historias?”. En ese instante, Corgan se colgó la guitarra acústica para hacer la heroica “Disarm”, y a continuación un par de tributos: el primero fue para Stevie Nicks y Fleetwood Mac, el folk “Landslide”, y más tarde le tocó a la legendaria actriz Ruth Etting con la blusera “Shine On, Harvest Moon”.

Cuando el público empezó a corear “Ole, olé, olé, Billy”, el músico los corrigió y aclaró que ya no se llamaba así sino «William”. Entonces la audiencia recogió el guante y le dedicó un “Olé, olé, olé, William”. Invocaron un clásico más, el grunge “Mayonaise”, al tiempo que la gente levantaba los brazos y cantaba al unísono en señal de entrega. Cortaron la inspiración para retornar al pogo por cortesía de “Bullet With Butterfly Wings”, y la cosa golpeó tan fuerte que el predio de Villa Crespo comenzó a retumbar. “Empires” demostró que lo alternativo seguía en vigencia, y también confirmó el estupendo audio que maneja la banda. Como pocas veces sonó el Movistar Arena. Y llegó el momento pop a través de “Perfect”, lo que dio pie para que “William” presentara un tema nuevo: “Sighommi”.

El final llamó a la puerta con un himno de los años 90: “1979”. Así como en el resto del show, las tres violas y el bajo estuvieron siempre al frente, lo que no impidió un diálogo fluido de la base rítmica. Ni tampoco evitó que el frontman bailara o se moviera a su manera, siempre y cuando las limitaciones de su traje se lo permitieran. Si un ratito antes mandó la melancolía, esta vez lo hizo el caos con “Jellybelly”, en la que varias cabezas se batieron al son del rock. Luego de “Gossamer”, flirtearon con «Thunderstruck», de AC/DC, en la intro de «Cherub Rock». Algo parecido hicieron en la previa de “Zero”, donde revisitaron a Lenny Kravitz, Nirvana y Metallica, hasta que arrancó el tema. Se despidieron y volvieron para versionar “Ziggy Stardust”, de David Bowie, canción fundacional de la nación alternativa. 

Fuente: Pagina12

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