«Mono, Buscando a Enrique Villegas», la biografía de un personaje único
A través de los testimonios de músicos, periodistas y allegados, el trabajo reconstruye al detalle la vida del pianista.
¿Quién fue Enrique “Mono” Villegas? ¿Qué fue? Una biografía rasa canta que un notable pianista de jazz veta Monk-Ellington que incursionó en el folklore, la música clásica y el tango; grabó discos en Nueva York, estrenó el Concierto en sol de Ravel en la Argentina; escribió un concierto para piano y orquesta, al que llamó “Jazzeta”; tenía dos pianos en su departamento; grabó un disco de folklore con todos temas de su amigo Adolfo Abalos; y Astor Piazzolla le dedicó un tango en 1948 (“Villeguita”), y no mucho más.
Pero resulta que hay mucho más en este entrañable personaje de la cultura nacional, que vivió entre agosto de 1913 y julio de 1986, y que urge, como con tantos otros, rescatar de la vertiginosa multiprocesadora de olvidos. Por ello, y a pedido de Roque Di Pietro, director de la editorial Vademecum, el periodista especializado en jazz Claudio Parisi -que además es arquitecto- escribió un libro cuyo título en gerundio dice mucho sobre su intención: Mono, Buscando a Enrique Villegas. Porque la intención pasa justamente por amplificar al detalle y en todos sus márgenes una vida que merece ser contada, abordada, reabordada. No solo porque lo vale intrínsecamente sino también porque una cultura que olvida a sus artistas no tiene destino ni como sociedad ni como cultura.
El método Parisi para profundizar en Villegas pasó por buscarlo a través de quienes conocen de él. Entre músicos, claro. Los testimonios de Ricardo Lew, Carlos Franzetti, Ara Toklatian, César Salgán, Miguel Zavaleta, Manuel Fraga, Jorge Navarro, Lalo Schifrin, Litto Nebbia y Juan Carlos Cirigliano, entre otros, reconstruyen al “Mono” músico, tan ecléctico como el conjunto de quienes lo evocan. También entre amigos, periodistas, familiares y gentes de los ambientes en que el “Mono” se movía, bajo el fin de encontrar al músico y al tipo. A la persona que era un personaje. Carlos Inzillo, Claudio Kleiman, Sergio Pujol y Selma “Pupunita” Henry (cuyas palabras atesoran la anécdota de cuando Villegas tocó a cuatro manos con Ellington en EE.UU.) suman voces en este andarivel para nada menor en la evocación de Villegas. “No conocí personalmente al protagonista de este libro y nunca presencie uno de sus conciertos”, admite con frontal sinceridad Parisi, conductor de La Herrería, programa radial en homenaje a Nano Herrera. De ahí que se sorprenda como cualquier lector atento y silvestre, ante los rasgos que hicieron del pianista un personaje singular.
Entre tales, los amores y odios que despertaban tanto su música como su carácter. Un sentido del humor corrosivo, que solía caer demasiado pesado. Su popularidad. El oxímoron que deriva de una personalidad “bohemia-abstemia” y demás características de Villegas se traslucen no solo a través de la “polifonía de opiniones, reflexiones y anecdotario” (Parisi dixit) que pueblan las casi 200 páginas del libro, sino también de un trabajo de archivo poblado fotografías desconocidas (hay una extraordinaria con sus amigos Salgán y Ábalos, y otra no menos, rodeados por los hippones de Arco Iris, en los Estudios Ion); cartas personales escritas a máquina; folletos anunciando sus conciertos; una réplica del cheque de 254 dólares emitido por el sindicato de músicos de Nueva York por orden de Columbia Records, tras la grabación de Introducing Villegas; y tupidos artículos periodísticos.
Entre ellos, Parisi rescata una semblanza sobre el “Mono” hecha por un tal “Redoblante”, para el número 33 de la revista Ondanía -suplemento semanal de la revista Sintonía-, en enero de 1945. En ella, el cronista habla de Villegas el hombre que más siente y mejor interpreta el jazz en la Argentina. En otro artículo inserto en el libro (diciembre de 1953 – Jazz Magazine), Jorge Otero Santa María escribe largo sobre la capacidad de adaptación del pianista al jazz moderno. Vinculado a su estancia en Estados Unidos, aparece un artículo de Cash Box (noviembre de 1956), que lo señala como el “pianista misterioso” del sello Columbia. De su retorno, el libro reproduce la invalorable y profusa entrevista que le hizo una joven Mona Moncalvillo para la revista Humor (octubre de 1980), donde Villegas aseguraba que Luis Alberto Spinetta era amigo suyo, que no tenía horarios, que se parecía a Vinicius y que leía mucho a Macedonio Fernández.
Hilado por una entrevista que Antonio Carrizo le realizó a Villegas en 1979 para el programa La vida y el canto, el coro polifónico de voces expresa a su turno tanto los claroscuros musicales –más claros que oscuros- del pianista, como detalles sugestivos de su vida metamusical. Entre los primeros, otro conocedor del palo –Inzillo- remarca la importancia de los dos discos que Villegas grabó en Nueva York, mediando la década del ’50: Introducing Villegas y Very, Very Villegas. El vientista Horacio “Chivo” Borraro ratifica lo que muchos: que Villegas no tenía mucho swing, pero “armonizaba bárbaro” y era un excelente baladista. Eduardo Cabral hace hincapié en sus encuentros con Thelonious Monk y Duke Ellington. Carlos Franzetti lo destaca como pianista de jazz pionero en el país. Kleiman repasa aspectos de Inspiración, aquel extraño disco que Villegas grabó con Ara Toklatián en 1973 y publicó dos años después. El propio ex Arco Iris rememora aspectos de la presentación del disco en 1975, en el Teatro Coliseo. Nano Herrera no olvida Encuentro, disco que el pianista grabó con Paul Gonsalves y Willie Cook, integrantes ambos de la orquesta de Duke.
Su vida más allá de la música es otro aspecto que seduce al coro de entrevistados. Se repiten anécdotas relacionadas con su costumbre de no fumar, no tomar, gritar en medio de la calle, ver cine, no tener pelos en la lengua para decir cosas hirientes o bizarras, despreciar a los cantantes (excepto a Edmundo Rivero y Miguel Montero), codearse con rockeros, salir con muchas mujeres, tocar parado, hablar más que tocar en muchos de sus conciertos, y patentar una frase que quedó para la posteridad desde que se quejó ante el secretario de cultura de Onganía por la falta de pianos en el país: “!Al gran pueblo Argentino, pianos!”