El Diego militante, marxista y villero
Hoy Maradona cumpliría 64 años. Nació en primavera, con el orgullo villero insertado en la médula. Con la voluntad de creer se refugió en el sueño sosegado de los humildes. Ese lugar del que nunca se fue.
Hemos necesitado miles de rebeldías para dejar de ser vasallos y súbditos, y un uso autónomo de la razón para poder decidir quiénes deseábamos ser. Sin embargo, en esta realidad boca abajo, la cruda ética individualista prevalece sobre los valores menospreciados de la solidaridad.
Cada cierto tiempo se abre el debate. ¿Deben los futbolistas opinar sobre política? ¿Es conveniente que lo hagan? Se dirá que eso no garantiza que vivamos en sociedades mejores. Falso: eso garantiza que vivimos en sociedades más democráticas, que es la única garantía de vivir en sociedades mejores.
Los futbolistas no son extraterrestres: son ciudadanos comunes y corrientes, con sus deberes y sus derechos, tan responsables como usted y como yo de cuanto ocurre a su alrededor; o quizá un poco más, precisamente porque sus opiniones los dota de una influencia enorme. Pero vivimos tiempos salvajes, no ya de censura, sino lo que es mucho peor, de autocensura pensando en la supervivencia. Diego pudo callarse. No tomar partido. No meterse en problemas, escurrir el bulto, y hubiera evitado ser señalado con el dedo. La rabia que irradiaron ciertos poderosos contra él no era nueva, sino un viaje en el tiempo a las formas más ancestrales de dominio. No se calló ante los profesionales del odio, y fue el ídolo a destruir dentro del llamado marxismo cultural, esa abstracción ultra aparentemente dominada por la corriente progresista del dominio de las ideas, de las creencias, de la moral, de las artes, de la educación, del deporte. Sí, también del deporte. Son los miedos, y no la ideología, lo que se exorciza y se utiliza como arma arrojadiza en la política gubernamental. No saben que la democracia del miedo es un oximorón. El miedo es incompatible con la libertad.
El poder económico sueña con una ciudadanía integrada por súbditos silenciosos, por sujetos dóciles y obedientes. Si no hacés política te la hacen. Como hoy, donde solo hay dos clases y tú no estás en la que pensabas.
El deporte debería servir para aquello que fue creado: para integrar a la sociedad, para defender valores y para crear el carácter individual en el seno de un objetivo colectivo. Y no es mejor quien más dinero suma sino quien más deporte genera.
A Diego lo recuerdo alegre, zumbón. Volviendo, siempre volviendo, a ese islote profundo de niño agradecido, militante, combativo, villero. Cuando se fue, en parte nos fuimos con él. La herida no cicatriza.
Si un día regresas al mar de tu infancia Diego, debes saber que ese mar no te ha olvidado. Por muchas vueltas que hayas dado por el mundo, ese mar de tu niñez te tendrá siempre en su memoria.
La muerte definitiva solo acontece con el olvido. Este país fatigoso te recordará siempre. En cada sobremesa, en cada alarido ronco, en cada injusticia social que se desate sobre las espaldas de los que sobreviven en los abismos del mundo.
(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979