Terminó el Festival Piriápolis de Película
En la muestra participaron figuras históricas del cine argentino, que compartieron sus memorias como si estuvieran en familia. Pero no solo hubo lugar para la nostalgia: la programación de Piriápolis de Película también habilitó diálogos directos con el presente.
Los festivales de cine son una experiencia que va más allá de lo cinematográfico. También son las personas que se encargan de hacerlos posible, sus invitados, sus espacios y las ciudades que los alojan. El Festival Internacional Piriápolis de Película, que este año llegó a su 21° edición, es un claro ejemplo de eso. Un encuentro pequeño en comparación con sus parientes mayores, pero que cumple con el requisito de ofrecer en primer lugar calidez humana. A eso se le suma el aporte invaluable de una sede como el imponente Hotel Argentino, joya arquitectónica que representa un fuerte rasgo en la identidad del festival. Y una ciudad que parece arrancada de la costa azul francesa en plena belle époque y trasplantada con éxito en la ribera oriental del Plata.
En Piriápolis de Película es posible sentarse en la misma mesa de figuras históricas del cine argentino y escucharlos compartir sus memorias como si estuvieran en familia, en el living de su casa. Una de ellas fue la actriz Mercedes Carreras, invitada junto a su hija Victoria para presentar el documental Amor y cine, un homenaje a la figura de Enrique Carreras, esposo y padre respectivamente. Durante un almuerzo, ella recordó una gira teatral que realizó por Uruguay en los ‘60, como parte de un elenco encabezado por el mítico Luis Sandrini. Ahí, durante una conferencia de prensa, a un incisivo crítico del país vecino se le ocurrió cuestionar la filmografía de Sandrini, preguntando por qué se dedicaba a hacer películas tan simples en lugar de trabajar en producciones más prestigiosas. Carreras contó que, sin perder la calma, don Luis miró al periodista y con tono paternal respondió: “Pibe, si toco bien la guitarra, ¿por qué me pide que me ponga a tocar el violín?”
Pero no solo hubo lugar para la nostalgia. La programación de Piriápolis de Película también habilitó diálogos directos con el presente, como ocurrió durante la presentación de la producción brasileña Seguimos siendo los mismos, dirigida por Paulo Nascimento. La misma está ambientada en Chile durante el primer año de la dictadura de Augusto Pinochet y tiene como escenario la embajada Argentina en la ciudad de Santiago, donde, como en muchas otras sedes diplomáticas, se refugiaron miles de perseguidos políticos en busca de protección. El encargado de interpretar al embajador argentino es Néstor Guzzini, uno de los actores más importantes del cine uruguayo contemporáneo, quien dialogó con el púbico antes de la proyección. Espacio que aprovechó para flexionar acerca de la forma en que a veces se pretende manipular el pasado.
“Uno se ve tentado a decir que la de las dictaduras en América latina es una historia vieja, sin embargo en la historia de un país se trata de un hecho sumamente reciente que hay que seguir contando”, comenzó diciendo el actor. “Sobre todo cuando, sin entrar en cuestiones partidarias, persisten algunos vicios que pretenden contar la historia poniendo demonios en lugares donde no los había, cuando lo que hay es una cosa muy concreta: que cuando el Estado interviene en la vida de las personas para reprimir su forma de pensar y de expresarse, eso tiene que ser condenado, en cualquier Estado y en cualquier lugar”, sostuvo Guzzini. Una forma de seguir valorando el rol del cine en el ejercicio de una memoria siempre en construcción.
En la misma línea, el jurado de la Competencia Iberoamericana de Cortometrajes de Piriápolis de Película, integrado entre otros por la periodista uruguaya Myriam Capriles y el académico brasileño Wagner Da Rosa Pirez, le otorgó el premio al Mejor Cortometraje al documental Ojalá pudiera decir la verdad, del peruano Víctor Augusto Mendivil. El mismo cuenta la historia de la llamada Masacre de Uchuraccay, en la que ocho periodistas fueron asesinados en el sur de Perú, en 1983, pero lo hace a partir del vínculo familiar que une al director con una de las víctimas, su tío. La película utiliza de forma virtuosa el archivo para fundir lo personal y lo histórico, y presente con pasado. Por su parte, los cortos Imborrable, de Victoria Herrerra, y El huésped, de Guillermo García, compartieron el premio al Mejor Corto Uruguayo.