Espectáculos

Marcelo Savignone: «Me gusta pensar que el teatro es una forma de sentir la vida»

La obra, que coquetea con el biodrama, los clásicos y el humor, es parte de la búsqueda del actor, director, dramaturgo y docente para articular teatro y filosofía. 

Hace un tiempo Marcelo Savignone –actor, director, dramaturgo y docente– empezó a notar que la teoría teatral hablaba de algo que excedía al teatro y sintió la necesidad de ir a las fuentes. Le había pasado al leer a Lecoq, Brook, Mnouchkine o Artaud, algunos de sus referentes. «Había algo del procedimiento que me abría puertas pero no entendía bien de dónde venían», dice el actor en diálogo con Página/12. A partir de ese momento empezó una búsqueda profunda para articular teatro y filosofía: se inscribió en la carrera, se licenció con honores y tiempo después escribió Poner el cuerpo (Atuel), un libro que en palabras de Darío Sztajnszrajber «es tanto una filosofía del teatro como una propuesta de hacer de lo escénico una práctica de deconstrucción de todo dispositivo fijo; o sea, de hacer del teatro una filosofía».

Su obra más reciente, La negación de la negación. Una hermenéutica chejoviana, va por el mismo camino y articula esas disciplinas a partir de un recorrido por algunas de sus puestas, que aquí revisita con otra compañía: Un Vania (2013), Ensayo sobre la Gaviota (2014) y Mis tres hermanas, sombra y reflejo (2016). En De interpretatione (2022), una investigación en torno a los conceptos de Paul Ricoeur que le valió el Premio CTBA, también pasaba por el cuerpo los recuerdos de puestas pasadas pero en formato unipersonal. En 2023 estrenó Terco y le propuso a ese elenco (Milagros Coll, Sofía González Gil, Priscila Lombardo, Valentín Mederos, Guido Napolitano y Belén Santos) retomar la trilogía chejoviana.

Deleuze define tres áreas del pensamiento: conceptos, afectos y perceptos. «La filosofía es el arte de crear conceptos, y el arte no es que piensa menos sino que piensa por afectos y perceptos, es decir, nuevos modos de sentir y percibir», cita el director, y asegura que lo que le interesa de esta fusión es «poner en valor el oficio del teatro». Arte en tanto saber hacer. Actualmente Savignone se encuentra haciendo el doctorado en filosofía y, a la vez, estudia ciencias políticas: «Estoy tratando de producir pensamiento porque nuestro presente nos dice: hay que pensar. Si llegamos a esta realidad es, en gran parte, porque no pensamos».

–Decís que la filosofía te liberó el cuerpo. ¿Por qué?

–Cuando decidí adoptar el teatro como profesión me puse a estudiar todas las corrientes teatrales, tomé cursos con Cristina Moreira, viajé a Indonesia para buscar máscaras en Bali. El entrenamiento fue fundamental en mi práctica teatral. Hace más de 20 años que entreno físicamente todos los días. La filosofía me dio más entrenamiento en el pensamiento conceptual y eso me llevó el cuerpo hacia otros conceptos. En la filosofía el trabajo del cuerpo está más reducido, pero a mí me acompaña en un proceso donde el cuerpo empieza a necesitar otras herramientas más allá de la técnica para disponerse. Ese lugar ocupa la filosofía: yo puedo empezar a pensar otros modos y eso se convierte no sólo en otra disposición sino también en obras.

Savignone experimentó una gran conmoción al leer a Chejov. «No me pasa con muchos autores –confiesa–. De inmediato me llevó a pensar cómo sería hacer eso». Así surgió la trilogía en 2013. Más tarde llegó a fantasear con una puesta de las tres obras juntas en una jornada de ocho horas: «la experiencia sagrada del teatro». El proyecto no se concretó pero el actor se quedó con ganas de volver a encarnar esas criaturas. Esta puesta expone con claridad ese diálogo fluido entre vida y teatro. «Uno se prepara para la función, repasa la letra, los movimientos, las acciones. Se le dedica mucho tiempo más allá de la obra y ese tiempo es la vida. Yo puedo estar bañando a mis hijos mientras paso letra. ¿Qué ocurre cuando eso se puede materializar? Spinoza dice que la metafísica es una forma de sentir la vida y a mí me gusta pensar que el teatro es una forma de sentir la vida», reflexiona.

La negación coquetea con el biodrama, los clásicos y el humor. La pieza narra algunos datos de su propia biografía: «Algunos son ciertos y otros no. Se intenta develar esa ficción para jugar un poco con algo que nos interpela hoy: ¿dónde está la verdad?». Desde su perspectiva, «los clásicos siempre tienen algo nuevo para contar» y recuerda que cuando estrenó Un Vania era más joven que el personaje; hoy, en cambio, es más grande entonces los conflictos lo interpelan de otro modo. Vania es una de las criaturas chejovianas que más lo atraviesan y explica que lo más curioso es esa postergación de la vida: «Esto sigue dialogando conmigo. El teatro tiene la capacidad de mostrarnos a los sobrevivientes para ser vivientes. Creo que a veces necesito seguir hablando de eso para no convertirme en eso». El sentido del humor, por otra parte, es algo que siempre le interesó y reconoce que brota en él de manera natural, aunque advierte que «últimamente hay mucha gente graciosa sin humor y es una de las grandes paradojas». Pero también encuentra un humor irónico y absurdo en los textos de Chejov.

Cuando se le consulta por su mirada sobre la escena actual, dice: «Considero que el capitalismo nos lleva a un exceso de producción e individualismo, creo que esa es nuestra gran dificultad. Hay algo entre el placer y el padecer en algunas cuestiones de la comunidad artística. Es muy difícil acceder a ciertos espacios si no hay una amistad dando vueltas y eso le quita erotismo. Creo que está bien acceder a ciertos lugares por el trabajo que uno hace». 

Al igual que muchos de sus colegas, Savignone registra en el «resentimiento hacia la cultura» uno de los principales problemas. «La cultura es lo que hacemos con la naturaleza, entonces es casi como si hubiese un resentimiento hacia lo propio –dice–. La idea de ‘batalla cultural’ ya es un problema porque plantea enemigos y nos divide. Si la democracia es uno de los mejores gobiernos es porque existe el consenso y la tolerancia, dos cosas que no están sucediendo hoy. La consecuencia es el desfinanciamiento absoluto de la cultura. Yo puedo dar clases de teatro para sostenerme medianamente, pero me produce una enorme tristeza saber que otros no pueden. La cultura es algo cualificable, no cuantificable. El mercado vive lo cuantificable, pero ¿qué pasa con aquello que no se puede medir? Como artistas tenemos mucho que revisar: si no aparece un ejercicio de comunidad, esto nos terminará de fragmentar».

*La negación de la negación puede verse los martes y sábados a las 20 en Belisario (Av. Corrientes 1624).

Fuente: Pagina12

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