Entre la primera versión de “Caminito del Indio”, hasta imágenes de sus films, y secuencias de sus conciertos aquí, allá y en todas partes, transcurre este riguroso trabajo documental.
Una abrumadora y profunda imagen inicial del Cerro Colorado se funde con una música al tono para iniciar el relato. Luego, dentro de la casa que Atahualpa Yupanqui habitó en sus días –tal vez- más luminosos, alguien echa mano a sus recuerdos. Fotos del viejo rapsoda. Notas periodísticas en japonés. Cintas abiertas. Casetes U-Matic, postales… un nutrido archivo conforma un todo escénico y estético junto al rostro del poeta. Y a su palabra, claro. “Yo nací en un pequeño campo de la pampa argentina. Se llamaba Campo de la Cruz, en la provincia de Buenos Aires. Mi padre era mestizo de indios de Santiago del Estero, donde se habla idioma quechua. Mi madre era vasca. De muy niña llegó a Argentina”, empieza a contar Atahualpa, con su grave y pausado tono, musicalizado por un tenue bombo leguero, al tiempo que esas mismas manos del principio, le sacan polvito a fotos en sepia con una escobilla.
Así comienza Atahualpa Yupanqui, un trashumante, documental dirigido por Federico Randazzo Abad, cuyo estreno está previsto para este jueves en tres horarios (16, 17.50 y 22) en el cine Gaumont, y cuyo devenir intrínseco (93 minutos total) despliega al fino el intenso trashumar viajero del guitarrista. Sus interminables travesías a caballo campo adentro y por América del Sur, por caso, que sus palabras tornan elocuente en otro pasaje fuerte del documental. “A caballo, usted llega a una flor, a un amigo, a una piedra, a un árbol, a un rincón, a un arenal, a algo que parece un desierto”, se le escucha decir, perdido entre imágenes en blanco y negro, que lo muestran jineteando entre montañas y cardos norteños.
El relato en primera persona, donde manda Cronos sin veleidades –prima una ajustada secuencia temporal- compensa alteridades a través de la mirada de otros. Logra así un equilibrado péndulo entre quienes dicen al poeta, y desde dónde lo dicen. No es lo mismo, la mirada de la licenciada en letras e investigadora, Fabiola Orquera, cuando se explaya sobre las complejas relaciones maritales que el bravo Yupanqui atravesó en la Argentina (el off de su mujer Nenette no se mete ahí) que el ángulo elegido por el periodista Schubert Flores Vassella, cuyo foco está puesto en las contradictorias derivas políticas del protagonista. Desde su ninguneo al 17 de octubre de 1945 hasta su desafiliación del Partido Comunista, en 1953.
El corte geográfico en torno a la vida de Yupanqui se deja traslucir con supina claridad en los testimonios de su hijo, Roberto “Coyita” Chavero; del musicólogo, traductor y amigo japonés de Atahualpa, Jiro Hamada; y del coleccionista e investigador yupanquiano, Patrick Clonrozier. Mientras el primero, rememora detalles de su infancia de a caballo, en Cerro Colorado (“Fue un lugar sanador para mis padres, y también para mí”, evoca), el nipón recuerda que su país y Hungría eran los que más le habían gustado al cantor de las artes olvidadas, y el galo pone la lupa en el concierto que dio junto a Edith Piaf, durante su primer viaje a Francia, en 1950.
Guionado por Fernando Krapp, Germán Sarsotti y el mismo Randazzo Abad el documental se deja impregnar también por viñetas de esas músicas maravillosas que el compositor y guitarrista supo construir entre la nada y la eternidad. A ellas les pone cuerpo, mente y alma Sergio Pujol, autor de En nombre del folklore (Biografía de Atahualpa Yupanqui). El periodista es quien hila el relato de principio a final. Quien habilita el contexto para comprender no solo las secuencias antedichas, sino también el vuelco que sufre el protagonista cuando debe “reinventar su yo”, tras el lío político en que se había metido en la década del 40`, o su descubrimiento del significado de trashumante. Gravitan asimismo paradojas en el sentir interno del vate, cuando éste se pregunta cuándo y por qué el hombre deja de ser tierra que anda, al toparse con el gentío de la multitudinaria Tokio. El video de un anónimo trovador japonés tocando una versión de “El Arriero” en una peatonal nipona, justamente suma entre las secuencias más gravitantes. También lo son su larga vida hogareña en Paris, rodeado de discos de Mozart, Bach y Vivaldi; las polémicas entrevistas en que algún periodista lo “apura” por haber vivido tantos años lejos de la patria; y sus metafísicos días últimos. Las apoteósicas exequias de Atahualpa entre bagualas y montañas, en la Casa Museo Agua Escondida, son de alto impacto emocional.
Entre la primera versión de “Caminito del Indio” grabada en un disquito de pasta, hasta imágenes de sus films, y secuencias de sus conciertos aquí, allá y en todas partes, transcurre al cabo este preciado y cuidado material que el director, documentalista y guionista Abad Randazzo aborda con autoridad probada. El mismo Atahualpa, amigo de su padre, lo sentó en su falda para retarlo por jugar mientras él hablaba. “Mi deseo fue poner a circular la voz y las canciones de Atahualpa confiando en esa misteriosa forma ancestral de compartir la cultura, que a veces se parecía a un reto (…) me gusta imaginar que la película sirve como gesto artístico, político o al menos simbólico, para descubrir o visitar una obra de inagotable sabiduría”, concluye Randazzo Abad.