La Noche de los Lápices no fue, sigue siendo
Los tres fueron secuestrados en septiembre de 1976, cuando tenían entre 17 y 18 años. Pasaron por el horror de los campos de concentración de la dictadura y se despidieron de sus compañeros –otros pibes y otras pibas que iban a la escuela secundaria en la zona de La Plata– sin saber que no volverían a verlos más. Cuarenta y ocho años después siguen reclamando saber qué pasó con los chicos y las chicas de la Noche de los Lápices –que serán recordados este lunes con actos y marchas en todos los puntos del país. Pablo Díaz, Emilce Moler y Gustavo Calotti –sobrevivientes de ese operativo emblemático de la crueldad sin límites de los genocidas– reflexionan sobre el desafío de hacer memoria en tiempos de negacionismo oficializado.
Los tres fueron secuestrados en septiembre de 1976, cuando tenían entre 17 y 18 años. Pasaron por el horror de los campos de concentración de la dictadura y se despidieron de sus compañeros –otros pibes y otras pibas que iban a la escuela secundaria en la zona de La Plata– sin saber que no volverían a verlos más. Cuarenta y ocho años después siguen reclamando saber qué pasó con los chicos y las chicas de la Noche de los Lápices –que serán recordados este lunes con actos y marchas en todos los puntos del país. Pablo Díaz, Emilce Moler y Gustavo Calotti –sobrevivientes de ese operativo emblemático de la crueldad sin límites de los genocidas– reflexionan sobre el desafío de hacer memoria en tiempos de negacionismo oficializado.
Cuando sus captores le dijeron que iba a ser legalizado, Pablo Díaz se despidió a su modo de sus compañeros de militancia secundaria. Les gritó, ahí en el Pozo de Banfield que iban a salir. En diciembre de 1976, fue la última vez que escuchó las voces de Claudia Falcone, María Clara Ciocchini, Claudio de Acha, Francisco “Panchito” López Muntaner, Daniel Racero y Horacio Ungaro.
Pablo Díaz estuvo el viernes hablando ante pibes y pibas del Colegio Nacional de Buenos Aires (CNBA). Todos ellos tienen las edades en las que se quedaron eternizados los pibes de la Noche de los Lápices. Lleva casi 39 años yendo a distintas escuelas para mantener vivo su recuerdo. Dice que arrancó con esa práctica en 1985, después de declarar en el Juicio a las Juntas Militares. En esas charlas, a veces le preguntan cómo puede aún reírse después de haber transitado lo inenarrable.
–¿Qué significan estos 48 años?
–Es como que no tengo una fecha de aniversario. Tengo una historia permanente, particularmente desde el momento en que me separé de los chicos en el Pozo de Banfield. Había un juramento de que íbamos a salir juntos. Ellos no han vuelto, pero mi síntesis es que los traje conmigo. Yo creo que estuve bien. El esfuerzo de declarar ante la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) o en el juicio a los excomandantes o hacer la película fue necesario. Cuando hablás con los pibes, todos parten de que la historia más analizada en la sobremesa familiar es la de la Noche de los Lápices. Cuando se habla de la represión de este gobierno, los chicos cuentan que vuelven a tener una presión de sus padres con respecto a que no se metan en nada –que no militen en centros de estudiantes o agrupaciones políticas. Entonces hablamos del resurgimiento del miedo o de la paralización por parte de los adultos.
–¿Cómo se hace memoria en esta época?
–El hablar sobre la sensibilidad social, la organización de los centros de estudiantes y del amor sirve para confrontar con los discursos negacionistas. A veces me preguntan sobre la falta de libertad. Les digo que en La Plata no podían caminar tres pibes juntos o que se habían prohibido los recitales. En la última charla se habló de la nena gaseada por la policía. Es un tema que trajeron ellos.
–¿Qué esperás de la justicia?
–Yo necesito saber dónde está Claudia para irle a decir las poesías que le hice. Hasta que no sepamos si los quemaron dónde están sus cenizas o si los enterraron dónde están sus fosas, no puede haber un arresto domiciliario o lo que sea porque no hay justicia plena.
“Hay que recrear la forma de hacer memoria”
Emilce Moler tenía 17 años cuando una patota llegó el 17 de septiembre de 1976 a la casa de sus padres para secuestrarla. Era tan menudita que pensaron que no podía ser ella a quien buscaban. Para entonces, estudiaba en el Bachillerato de Bellas Artes de La Plata. Volvió a su colegio el viernes último para un acto en el que se repararon los legajos de 28 estudiantes que fueron secuestrados. Regresó a casa con la emoción en la piel y, a las horas, les mandó un mensaje conmovido a quienes, desde la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), habían estado trabajando con los pibes y con las pibas. Les dijo que ese acto era todo lo que estaba bien.
Docente, Emilce hace tiempo que se pregunta cómo mejorar la transmisión para que el Nunca Más no sea simplemente una consigna.
–¿Qué sentís ante un nuevo aniversario?
–Primero, como siempre, está el recuerdo de los chicos y de las chicas desaparecidos. Tenían entre catorce y diecisiete años, y no les dieron la posibilidad de vivir. A medida que pasan los años, tomás conciencia de la magnitud de ese hecho. También está el recuerdo y la solidaridad para sus seres queridos. Es importante remarcar que los cuerpos de los chicos no están. No se sabe dónde están, y quienes lo saben no lo dicen. Es un delito que se sigue cometiendo. Entonces, la Noche de los Lápices no fue, sigue siendo. Las desapariciones no fueron, siguen siendo. Es importante explicar esto ante la cantidad de noticias que quieren sembrar dudas o negar todos estos hechos.
–¿Cómo se sigue haciendo memoria?
–Es una fecha que los estudiantes traen al presente y la resignifican con sus problemáticas actuales. Por supuesto que esto trae tensión y discusión. Y bienvenidas todas esas discusiones porque hacen que el hecho no quede en una cosa estática. Hay que ver cómo se conducen esas reflexiones o incógnitas. En la escuela, los docentes o los adultos en general tenemos un rol sumamente importante, de volver a contar, a decir y poner en palabras, pero quizá con otras estrategias. Los organismos o quienes quisimos contar la dictadura a lo largo del tiempo buscamos distintas estrategias. Hace unos años nos quedamos instalados con un determinado modo de hablar y casi como pensando que lo dicho estaba todo dado. Pensamos que si decíamos “Nunca Más”, “Memoria, Verdad y Justicia” o mostrábamos el símbolo del pañuelo o del lápiz, eso se reconocía y se respetaba. Pero eso se rompió. El Nunca Más tuvo un alcance hasta un determinado momento y hoy está deteriorado, como se vio con el intento de asesinato de Cristina Fernández de Kirchner. Por eso, es necesario construir un nuevo pacto social y político, que incluya el Nunca Más y dé respuestas a las nuevas realidades sociales.
–¿Cómo se les habla a los pibes y a las pibas en este contexto?
–A las nuevas generaciones, esos símbolos no le dicen lo mismo que a las generaciones anteriores; por lo tanto, tenemos que recrear las maneras de hacer memoria. Siempre lo hemos hecho, encontraremos el modo. Hay que pensar que para un pibe 48 o 50 años no es historia reciente, es historia. No es lo que lo interpela. Entonces, hay que hacer esos esfuerzos didácticos para que vean ese pasado en este presente. También hay que saber que no es lo mismo la respuesta a un adulto que quiere relativizar o negar lo que pasó que la respuesta que se le da a un pibe que pregunta, por ejemplo, si fueron 30.000.
“Hay que pasar la posta”
Gustavo Calotti tenía 17 años e iba al Colegio Nacional de La Plata cuando lo secuestraron. Para entonces, trabajaba como correo en la Jefatura de Policía provincial. Allí fue donde lo detuvieron el 8 de septiembre de 1976. En el Pozo de Arana compartió cautiverio con el resto de los chicos de la Noche de los Lápices. A diferencia de Pablo y el grupo que conformaban los pibes que están desaparecidos, no fue llevado al Pozo de Banfield, sino que, como Emilce, fue conducido al Pozo de Quilmes.
–¿Qué representan estos 48 años?
–Uno no se olvida porque sean 48, 47 o 50 años. Yo tengo presente cuándo me detuvieron, cuándo me liberaron. Es algo que uno lleva hecho piel. Después, uno aprende a vivir con todo eso: con sus cosas, con sus miedos y con sus fantasmas. Desde que comenzaron los juicios en la época de (Rául) Alfonsín, creo que cumplí ampliamente con lo que yo me había prometido, que era tener memoria, recordar a cada compañero o cada situación porque era una deuda. No puedo olvidar a estos compañeros, no puedo callar, no puedo dejar de testimoniar.
–¿Y cómo se sigue haciendo memoria?
–Llego ahora a una edad, casi 66 años, en la que creo que hay que pasar la posta. No es que me cansé, pero ni yo ni los compañeros que hemos sobrevivido vamos a vivir eternamente. Tienen que ser otras generaciones quienes retomen esto y que hagan perdurar la memoria de esto. La memoria tiene varios objetivos. Uno de ellos es aprender de las experiencias, fortalecerse y no volver a cometer los mismos errores. Y hacer que la sociedad comprenda que la impunidad no debe existir para nadie. Vos no podés hacer lo que querés porque tenés un poco de poder –ni en la época de los militares ni ahora con este señor que tenemos como Presidente. Yo creo que es eso lo que tenemos que dejar como enseñanza: que acá somos todos iguales ante la ley, aunque a veces no lo parece.
–¿Esperabas que dijeran algo los represores en el juicio de las Brigadas, que terminó en marzo?
–Yo perdí la expectativa de que esta gente declare algo. Hay una ley de silencio, la omertá. Es una especie de mafia. Es una protección que tienen entre ellos. Son tan jodidos como personas que hasta sabiendo que les queda muy poco tiempo de vida no van a decir dónde está Clara Anahí o los cientos de bebés que se robaron en aquella época o dónde fueron enterradas tal o cual persona. Se van a ir a la tumba con todas estas cosas.