El salto de Darwin»: «Pinta el claroscuro de los seres humanos
La pieza escrita por el dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco, con dirección de Silvia Araújo, explora el duelo a partir de la travesía alucinada de una familia para cumplir el deseo póstumo del hijo: arrojar sus cenizas en los confines de la Patagonia. La propuesta, montada en el Centro Cultural Rada Tilly (Chubut), se suma a la que se estrenó el 4 de julio en Salta: Como espuma de corso berreta, escrita y dirigida por Natalia Aparicio.
Con menos estrenos que el año pasado –en 2023 fueron siete y en 2024 serán cuatro obras– se puso en marcha TNC Produce en el País, el programa federal impulsado por el Teatro Nacional Cervantes. Acaba de estrenarse en Rada Tilly (Chubut) El salto de Darwin, pieza escrita por el dramaturgo franco-uruguayo Sergio Blanco con dirección de Silvia Araújo que explora el duelo a partir de la travesía alucinada de una familia para cumplir el deseo póstumo del hijo: arrojar sus cenizas en los confines de la Patagonia. La propuesta se suma a la que se estrenó el 4 de julio en Salta: Como espuma de corso berreta, escrita y dirigida por Natalia Aparicio.
La convocatoria 2023 del TNC incluía un listado de textos dramáticos pensados para cada región: entre las obras contemporáneas de autores extranjeros para la Patagonia figuraba El salto de Darwin. En diálogo con Página/12, Araújo cuenta que le interesó particularmente el tono corrosivo de la obra. Ella armó un equipo para encarar la puesta –Génesis Torres (asistencia de dirección), Matías
González (iluminación y sonido), Alfaro Valente (vestuario) y Manuel Barros (diseño de imágenes)–, la propuesta quedó seleccionada y empezaron a trabajar en el Centro Cultural Rada Tilly. En abril realizaron las audiciones junto a Alejandro Bontas (productor ejecutivo del TNC) y el elenco quedó integrado por artistas locales: Marcelo Vázquez, Patricia Soto Giménez, Gonzalo Dato, Agustina Fernández Pérez, Alejandro Plaza y Nahuel Araujo.
–¿Cuáles fueron los ejes que guiaron la puesta?
–Dos ideas fueron centrales: el duelo y la transformación. La obra se desarrolla en ese umbral en que vivos y muertos comparten un mismo territorio, una misma vivencia y un mismo viaje. El duelo desgarra el tiempo de los vivos, lo tensa y lo implosiona. Duelo como dolor y como pérdida: se pierde la vida del hijo de esta familia en el campo de batalla, pero también se pierden las Islas Malvinas. Son las “hermanitas perdidas” de la historia argentina. Si como afirma Jelin cada visión sobre el pasado implica una visión sobre el futuro, la pregunta que surge es por qué en el caso de la guerra de Malvinas la consigna es “volveremos” mientras que en la dictadura es “Nunca Más”. La dictadura se piensa en términos de clausura para que no se repitan enfrentamientos, muertes y desapariciones, mientras que la guerra se evoca bajo la idea de repetición y reincidencia, no como un cierre. Quizás porque el duelo aún no está elaborado, como el de la familia de la obra. El punto de partida para pensar toda la puesta fue, justamente, el duelo como matriz de producción de sentido.
Otra premisa clave fue la transformación, tanto de los personajes como del espacio. «Ese eje orientó la búsqueda de inestabilidad y desequilibrio en la construcción de las escenas. En este sentido, el intertexto de Darwin que aparece en la obra, en consonancia con el personaje de Kassandra, nos abrió una interesante hipótesis de trabajo. Esa transformación fue central en la organización del espacio, que comienza como un camping para ir transformándose paulatinamente en otra cosa». La puesta explora también una dimensión revisada en los últimos tiempos: la construcción de masculinidades. Araújo cita una frase de Carlos Gamerro, quien sostiene que «en el servicio militar y en la guerra no se hacen hombres –se deshacen, y con las partes se arma un soldado», y piensa esa «forma hegemónica de masculinidad como una categoría estática, universal, ahistórica, inevitable e inamovible». A su vez, alude a la Iglesia y las Fuerzas Armadas como «ejemplos de instituciones que construyen, sostienen y promueven modelos concretos de masculinidad» y destaca: «El personaje de Kassandra llega para desestabilizar todas las construcciones instituyentes de familia, género, lengua, nacionalidad y, al mismo tiempo, dinamizar las transformaciones de todos los personajes de la obra».
En relación a la importancia de un programa federal como el TNC Produce, la directora señala que «contar en nuestra ciudad con el apoyo integral del TNC y la coproducción de la Secretaría de Cultura de Rada Tilly es, realmente, invaluable», ya que «este tipo de políticas teatrales públicas son fundamentales para visibilizar, fomentar y fortalecer la construcción de las identidades teatrales en nuestros territorios, sobre todo en momentos como este de desguace del Estado, a través del avance de un plan masivo de recortes y despidos en el ámbito público».
Reflexiones del autor
El autor Sergio Blanco definió alguna vez El salto de Darwin como «un texto de reconciliación con la experiencia lingüística» porque, de algún modo, hizo allí las paces con su lengua materna. El dramaturgo reflexiona sobre el tema: «escribir es una manera de relacionarse con la lengua, crear un vínculo con las palabras que es el material con el cual uno trabaja. Cuando escribí El salto de Darwin yo venía de escribir una serie de textos que hablaban del fin del lenguaje y, a medida que las piezas avanzaban, el lenguaje se iba desarticulando, dañando o deconstruyendo hasta terminar por volverlo algo incomprensible. Se trataba de formas de escritura que eran muy violentas con la lengua. En un momento me alejé tanto del lenguaje que hasta escribí todo un texto en inglés que se llama Kassandra –a fines de agosto en el Teatro Colón de Buenos Aires se estrenará una ópera compuesta a partir de este texto–. Todo ese período de escritura demostraba un malestar notorio con la lengua. Fue recién cuando escribí El salto de Darwin que pude volver a un vínculo apaciguado con el lenguaje, ya que es un texto donde las palabras vuelven a habitar a los personajes, el español vuelve a contener sus historias y la lengua los construye como sujetos. Es por eso que hablo de reconciliación lingüística: en esta obra de alguna manera hago las paces con el castellano. Y por eso el tema principal de la pieza es la celebración del fin de la guerra, la condena del combate bélico y la ridiculización de la contienda militar. El salto de Darwin es un texto que festeja la paz.
–Se define la obra como una road movie teatral, ¿qué tipo de desafíos plantea a los efectos de la puesta?
–En esta obra quería hablar del viaje y de esa necesidad que tenemos lo seres humanos de desplazarnos continuamente; por eso elegí el formato del road movie en donde todo gira siempre en torno al asunto del viaje. Hay algo que sucede frecuentemente en este género y es el desencadenamiento de un doble movimiento que me resulta fascinante: el deseo de irse como Moisés en busca de una tierra prometida y, a su vez, el deseo de querer regresar al lugar de partida como Ulises. Es una paradoja en la que conviven el judío errante y el griego navegante. Y si hay algo que muestra todo esto de forma clara es la estructura narrativa de los road movie en donde los personajes al inicio siempre se van buscando un mundo mejor –una tierra prometida–, pero luego quieren regresar al punto de partida. Esto supone muchos desafíos dramáticos en lo que respecta al ritmo y la velocidad del relato, pero sobre todo a la interpretación, porque los personajes están habitados permanentemente por este movimiento contradictorio de huida y regreso.
–¿Qué recordás del momento
de escritura de esta pieza? ¿Qué razones te impulsaban y qué necesitabas contar?
–Cuando me senté a escribir esta obra quería hablar de la guerra. Y elegí hablar de Malvinas porque mi infancia estuvo muy marcada por esta guerra, ya que fue muy próxima geográficamente. Pero en el fondo, como digo en una de las didascalias del texto, también podría tratarse de Saigón, Kosovo, Kabul, Bagdad o Troya. Cuando me puse a trabajar con las Malvinas, descubrí que son un punto clave en el famoso viaje que Darwin hace a mediados del siglo XIX: unos meses antes de llegar a las islas, él realiza una escala de varios días en Montevideo donde recibe de Inglaterra el segundo volumen de Principles of Geology de Lyell. Allí Darwin leerá por primera vez la palabra evolución empleada en su sentido transformista. Lo increíble de esta historia es que la lectura de ese texto junto a sus observaciones en los alrededores de Montevideo y las Malvinas es lo que lo conducirá hacia la idea de la evolución y transmutación de las especies. Fue así como decidí que junto al tema de la guerra también hablaría de Darwin y de uno de los aspectos que más me fascinan de su pensamiento: su profundo humanismo a la hora de estudiar los comportamientos humanos. Darwin considera que el ser humano es quien detiene la antigua ley selectiva –la del triunfo de los más aptos y la eliminación de los más débiles–, para establecer en su lugar un sistema de conductas anti-selectivas y solidarias de entreayuda y protección que constituyen el corazón mismo de la civilización. La guerra me llevó a las Malvinas, las Malvinas me llevaron a Darwin y Darwin me llevó al viaje de una familia que decide ir a esparcir las cenizas de su hijo muerto en la guerra…
–¿Cómo fue tu experiencia con las puestas y qué pensás de este abordaje que no será en Capital Federal sino en Rada Tilly, en el marco de un programa federal?
–La obra se montó en Uruguay y en España y las experiencias fueron excelentes. En ambos lugares tuvo mucho éxito porque toca temas como la guerra o las violencias intrafamiliares, que son universales. Si bien hay un amor profundo entre los miembros de esa familia, el amor desencadena aspectos complejos, intensos y hasta monstruosos. El salto de Darwin pinta el claroscuro de los seres humanos, que somos hermosos y horrorosos a la vez. Lo bello es feo y lo feo es bello, dicen las brujas de Macbeth. Y a mí esto me resulta muy interesante. La complejidad que existe en el seno de esta familia también existe en todas las comunidades de personas que deciden organizarse para vivir juntas. Es algo vinculado a la especie humana: en algunos momentos fuimos capaces de lo mejor, pero al mismo tiempo también fuimos capaces de lo peor. Es verdad que somos una maravilla capaz de levantar Notre Dame, Chichén Itzá o Lascaux, de escribir el Martín Fierro o de crear un instrumento como el clave, pero en muchos aspectos también hemos sido un desastre. Así estamos hechos y este claroscuro que nos define como especie me resulta fascinante. Que el montaje no sea en Capital Federal sino en Rada Tilly me resulta extraordinario y lo celebro como todo acontecimiento que invita a descentrarnos, a salirnos del centro, a corrernos del eje. Cada vez me interesa más aquello que propone desafiar los focos porque creo que es en el afuera de esos centros donde suceden cosas sorprendentes: en la descentralización siempre hay prodigio.
*El salto de Darwin podrá verse viernes y sábados a las 21 en el Centro Cultural Rada Tilly (Av. Almirante Brown N° 438) hasta el 28 de septiembre.