Deep Purple, próceres con piloto automático
Con producción de Bob Ezrin, es el primer y único álbum –hasta ahora- con el desconocido Simon McBride en la guitarra. La histórica línea Gillan-Glover-Paice ofrece una producción despareja, con algunas pinceladas que hacen recordar los viejos buenos tiempos.
De la mejor formación de Deep Purple, la de la descomunal tríada In rock–Fireball–Machine Head –más el crítico Who do We Think We Are- ya no están ni Jon Lord ni Ritchie Blackmore. El primero, porque murió hace doce años. El segundo, porque se fue -harto de las peleas con Ian Gillan– desde la tercera y última vuelta: la del bienio 1992-1993 y el disco The Battle Rages On… El resto -Gillan, más la base rítmica formada por Ian Paice y Roger Glover– permanece intacto. El que hace de Lord desde 2002, es el reputado tecladista Don Airey. Y el que intenta hacer lo mismo, pero con Blackmore –o Steve Morse, a esta altura-, es un tal Simon McBride, irlandés él, que se ha sumado a la banda, tras la pandemia. Conclusión primera para los que gustan de nombres y estadísticas, pues: =1 , disco de la púrpura profunda que acaba de publicarse bajo producción de Bob Ezrin, es el primer y único –hasta ahora- con el ignoto McBride. El séptimo –ya!- con Airey en teclados. Y el décimo sexto con la troncal e histórica línea Gillan-Glover-Paice.
Conclusión segunda. La estadística suele ser un buen recurso cuando no hay mucho para decir de un contenido. De lo profundo. O sea, cuando se quiere desviar la atención de un foco dado. Este disco, por caso. En líneas generales, y sobre todo a oídos de seguidores históricos de Purple, =1 no es mucho lo que aporta al imperativo, extraordinario y tortuoso devenir de la banda, tal vez la más longeva en actividad, tras The Rolling Stones. Quizá lo más destacable –hecho no menor, por cierto- sea que los muchachos siguen haciendo rock and roll, pese a los años (Paice tiene 76; Gillan y Glover, 78), más ciertas aristas que se deslindan debajo.
Bajo un título que semánticamente opone a la complejidad del mundo actual -que ni por lejos es el de aquella tríada disquera- una esencia única, el vigesimotercer disco de Deep Purple está poblado por trece piezas bastante inconexas entre sí. No coinciden, es decir, con la pretendida unificación conceptual que pregona el título. Temas con el sello del viejo Purple como “Lazy Sod” o el contundente “Show Me”, poco tienen que ver con la moderna labor del tándem McBride-Airey en la desabrida “Sharp Shooter”, por caso, o con la discreta “Old-Fangled Thing”. “Portable Door”, que parece sacada del riñón de Fireball, tampoco es compatible conceptualmente con la fatua tecnicidad que deriva de “Now You’re Talkin’”, donde tanto Paice como Gillan disfrazan sagazmente la imposibilidad etariamente lógica de entrarle duro y parejo como en los años dorados. Idéntica sensación deviene de comparar temas más emparentados con el sonido inocuo de baladita prelavada (“I’ll Catch You”), o de velocidad carente de buen gusto pos Machine Head (“Now You’re Talkin’”), con la maratónica, pesada, postrera y guardiana de la mejor tradición púrpura: “Bleeding Obvious”.
Conclusión tercera y final. Si bien está lejos del fiasco que resultó para el fan tipo Turning to Crime, disco de covers que lo antecede, =1 deja con ciertas ganas al imaginario púrpura. O, dicho mejor, lo pone en caja. Lo domestica. Le frena en seco la vana necesidad de hacer presentismo histórico con otras épocas, sonidos y edades. Y luego sí, zambullido en un contexto, lo deja ser. Porque también –digamos todo- hay lapsos felices sobre los lapsus marcados. “I’m Saying Nothing” y “No Money to Burn” tienen algo de eso -solo algo porque la guitarra dista de parecerse siquiera un poco a la del viejo y alunado Ritchie-, pero sobre todo la dura “Lazy Sod”, otra que levanta un sólido puente hacia la época de la tríada esencial –más Perfect Strangers-, y en otra, nombrada también, a la que tal vez le dé el cuero para subirse al panteón de clásico: “Portable Door”.