Macarena Trigo: «El teatro independiente porteño me cambió la vida»
Vino a la Argentina en 2002 y se enamoró de la escena de Buenos Aires, donde reside actualmente. Este sábado presentará en La Maza Teatro el libro Como puedo y el unipersonal Por eso las curitas, en ambos casos textos que dan cuenta de su traumática infancia.
Poeta, actriz, directora de teatro y docente, Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Historia del Arte y Comunicación Audiovisual. Todos esos rótulos no le impidieron a Macarena Trigo exponerse al máximo, sino articular la palabra en Como puedo (En el margen Editora), una autobiografía novelada tan descarnada que cuesta creer la asimilación notable que la artista tuvo de una infancia traumática. Nacida hace 45 años en Madrid, Trigo vino a Buenos Aires en 2002 y se enamoró del teatro porteño. Desde entonces, alterna entre la provincia y la ciudad de Buenos Aires presentando sus obras de teatro independiente. Este sábado la propuesta será doble: presentará el libro y la obra Por eso las curitas, un unipersonal biodramático que ofrece el singular testimonio de quien creció institucionalizada, bajo el amparo del Sistema de Protección de Menores español, y encontró en la literatura y el teatro herramientas para forjar su identidad. La cita es a las 21 en La Maza Teatro (Maza 908).
Trigo tenía una cuenta pendiente con escribir sobre su infancia, y en el contexto de la pandemia, donde no había muchas posibilidades de imaginar nada, se encontró con mucha gente «mirando hacia atrás». «Entonces, ahí se presentó el contexto de ese exceso de tiempo y la mirada hacia el pasado. Me animé a retomar ese campo de trabajo, que era la infancia y empecé a ver qué pasaba si profundizaba desde la escritura», cuenta Trigo sobre el origen de Como puedo. En ese momento, le ayudó mucho la editora y psicoanalista argentina Helga Fernández a dinamizar la escritura porque «por momentos ella iba acompañando esa escritura, abriendo nuevas preguntas a medida que avanzaba el trabajo», relata Trigo.
-¿El libro es todo autobiográfico?
-La inmensa mayoría, en la medida en que uno cree que la biografía es un género posible. La escritura tiene eso de la reescritura y la memoria. Pero el libro está muy enmarcado en el ámbito de lo autobiográfico.
-Te exponés fuertemente en la narración. ¿Fue difícil asimilar tu propia historia para después crear este relato?
-Tenía el antecedente del unipersonal Por eso las curitas, que en el libro lo menciono. Esa fue mi primera experiencia escribiendo sobre mi vida. Es una obra que estrené en 2014 y que todavía la estoy haciendo. En ese unipersonal abordaba una parte mínima de lo que es el relato, concretamente lo que fue llegar a estar institucionalizada, que el Servicio de Protección de Menores español me internara primero en un internado, después en los Hogares Funcionales. Ya tenía esa experiencia de haber transitado la escritura sobre lo personal y, además, convertirlo en un unipersonal biodramático. Así que con ese antecedente, esta escritura fue más sencilla.
-Decís en el libro: «La vida se me fue en huir de la infancia». ¿Qué pasó cuando finalmente lo lograste?
-No lo logré en absoluto (risas). Lamentablemente sigo ahí. También había un deseo de que este libro funcionase como una posible bisagra, determinada estructura de cierre que uno le quiere poner a las cosas, pero para los que hemos tenido una infancia compleja es muy difícil salir de ese contexto. Nuestra manera de ver el mundo, nuestra forma de vincularnos, de premiarnos y de castigarnos sigue estando muy determinada por eso que atravesamos. Así que por lo menos en mi caso, no siento que sea algo que haya conseguido.
-También en un pasaje señalás: «Viví más como huérfana que como hija». ¿El libro sirvió para exponer esas marcas?
-Sí, igual no soy una persona que esconda gran cosa en relación a todo esto. Durante mucho tiempo, fue una vergüenza el haber tenido una infancia tan compleja, mi familia…Durante muchos años no pude enfrentarlo y, de alguna manera, ya viviendo en la Argentina, también gracias al unipersonal Por eso las curitas, y a la «facilidad» con la que acá se abordan determinadas conversaciones y situaciones (porque el psicoanálisis facilita que la gente tenga mayor apertura) fui aproximándome a esas cuestiones de modo mucho más abierto que lo que nunca lo hubiera hecho en España, porque allí sigue primando un deseo de normalidad, en apariencia, por lo menos. El ser normal es una cosa muy difícil.
-¿Qué implicó la temprana ausencia de tu padre? Porque en un pasaje describís situaciones de abuso…
-Lo que pasa es que como yo era tan chica cuando todo eso sucedió, los primeros años a mi padre lo quise muchísimo, igual que a mi madre. En ese ámbito, cuando eres pequeño, son los referentes que tenés en el mundo. Pero también él desapareció como figura cuando yo tenía 4 años. Entonces, realmente el proceso de idealización fue breve y después pasó a convertirse en alguien muy demonizado, digamos. Fue de un lado al otro la cuestión. Es una constante ausencia.
-¿Cómo fue la reconstrucción de la etapa del internado?
-Hablábamos esto de salir de la infancia. Tengo una memoria bastante fresca. Es algo raro porque ahora hablando con muchos amigos que forman parte del relato del libro, los amigos de España estaban muy sorprendidos de encontrar tanta lucidez, como si hubiera pasado ayer. Y para mí, el internado, pese a que solo estuve un año y medio, también sigue siendo algo que está muy vivo. No tuve que hacer un gran esfuerzo para reconstruir todo eso que forma parte del libro porque son cosas que inclusive recuerdo con más nitidez de lo que hice en el pasado.
-Después, llegó la etapa de los Hogares Funcionales. ¿Cuáles eran las diferencias entre estar en un internado y en un Hogar Funcional?
-Por fortuna, ahora las políticas de infancia están apostando por terminar con los macrocentros. Se ha entendido hace años que la infancia necesita una atención personalizada y que es imposible hacerse cargo de grandes instituciones con niños. Para mí fue un cambio abismal y durante todos los años que estuve ahí, desde los 9 hasta mi mayoría de edad, fueron casi los mejores años de mi vida, en el sentido de tener algo parecido a una tranquilidad, una seguridad, una estructura. Siempre estaba el temor de qué iba a pasar después, como seguiría la película cuando yo cumpliese los 18, pero en el tiempo en que estuve allá éramos solo cinco niños y recibí las mejores atenciones que se pueden tener en un contexto tan complejo como ese.
-¿Cómo viviste la experiencia del teatro independiente porteño en la Buenos Aires del 2002? Fue determinante, ¿no?
-A mí me cambió la vida. Estuve solamente un mes y todo lo que vi en ese momento fue increíble. El teatro era una de las cosas que sostenía la actividad cultural en la ciudad. Y yo no tenía idea de que eso existía. Entonces, fue ver todo ese teatro a la gorra, con una calidad increíble, con un altísimo compromiso político, muy reactivo. No tenía nada que ver con el teatro que yo conocía en España. Y me partió la cabeza. Fue un mes. Y, a partir de ahí, decidí que tenía que volver a Buenos Aires. Nunca me imaginé tampoco que mi vida terminaría de este lado del mundo, pero fue muy impactante lo que vi en ese mes.