Espectáculos

Una muestra que recupera los nombres propios

Con distintas técnicas y estilos, las artistas plásticas Mara Abalos, Gabriela Cassano, María Giuffra y Noemí Spadaro logran rescatar historias singulares para reconstruir la memoria colectiva.

Nombres propios, se llama la muestra que Mara Abalos, Gabriela Cassano, María Giuffra y Noemí Spadaro, con curaduría de Ana Perissé, despliegan en el Espacio Cultural Bolívar (Bolívar 1019). Con distintas técnicas, con pinturas, grabados, dibujos, arte digital, las artistas plásticas ponen su ojo y su arte allí en lo que quieren rescatar a través de sus obras: los nombres, lo único y propio, lo que intentó ser robado y arrancado y eliminado, como si nunca hubiera existido, cuando secuestraron y desaparecieron a cada uno y cada una de los 30.000. Y más, siendo familiares -hermana, hija, sobrina- de personas desaparecidas: surge aquí también cada una de las historias familiares cotidianas, la búsqueda, la rabia, la tenacidad, la desesperación, incluso la culpa, de los que siguieron buscando y esperando que ese familiar volviera, a veces hasta el día de la propia muerte. Madres que debieron reinventarse al encotrarse en un lugar jamás imaginado, hermanas a las que les tocó ser sostén, hijas que forjaron una identidad signada por la ausencia siempre presente.     

Las creadoras e impulsoras de la muestra reciben a Página/12 en el bello espacio cultural abierto de San Telmo, a cargo de Andrés Ares pero con funcionamiento cooperativo, desde donde se emite también el canal de streaming Bolívar Visión. En la galería las imágenes se suceden, impactan, también las historias. Hay belleza y hay dolor y hay una idea enunciada: «Romper con la cuestión del NN, volver a darles a estas personas los nombres que para cada familia siguen teniendo».

Recordatorios  

«La muestra empieza cuando encuentro este recorte, porque Mario Pantaleo Abalos era mi primo. Salió en Página/12 a los 20 años de su desaparición, y yo lo tenía guardado», cuenta Perissé. «Empiezo a pensar en el horror de una espera de 20 años, cuando ya sabíamos el final de la historia, que lo habían asesinado el mismo día de su secuestro, que lo enterraron como NN y recién décadas después pudimos tener sus restos, gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense», repasa. 

«Siempre agradezco que Página fue el único diario que lo quiso publicar entonces, cuando se cumplieron los 20 años. Ya era 1996 y tanto La Nación como Clarín se negaron», cuenta Abalos, hija del subsecretario general del sindicato de Capitanes de Ultramar desaparecido, y una de las artistas de la muestra. Con ese recordatorio trabajó en una de las obras en un collage en el que se superponen fotos, pedidos de hábeas corpus, reclamos internancionales por la aparición de su padre, la nota al cementerio de Chacarita, de donde el EAAF rescató sus restos, «todo lo que fue pasando a partir de su desaparición». Una historia dramática que resume la historia de un país. 

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La obra de Abalos. Foto: Verónica Bellomo.

El olor de la cocina

«Previo a la convocatoria yo tenía hecho este libro, que es un homenaje a mi abuela», cuenta Abalos, mostrando la edición artesanal de fotografías trabajadas artísticamente. La protagonista es Luisa, una abuela con cuerpo, peinado, piernas firmes de abuela de las de antes. En la obra se desarma la foto en la que se la ve en el casamiento de su hijo, él con traje de marino mercante. Recortes, fragmentos o jirones, pequeñas frases: Entre las flores y las espinas. Cuerpos que niegan la ausencia. Pies que buscan. Se apoyan en tu presencia. Tu rostro será un recuerdo. Sólo quedarán las flores.

En otra obra hay una foto de infancia, los tres hermanos jugando con el padre. Y luego un poema que ella escribió cuando habían pasado dos meses del secuestro. Tenía siete años. Un dibujo de infancia. Y un poema más actual: «Hoy hay fuego en tu memoria».

Si la imagen de las Abuelas y Madres de pañuelo, emergiendo a la arena política, es la que impregna el imaginario, en esta obra se rescata a la madre y la abuela cotidiana, la de las pequeñas escenas domésticas. Es como si pudiera olerse en ella la cocina de la casa familia. «Rescato el sufrimiento y lo desgarradora que fue toda la historia para las familias. Más allá de que ella era grande cuando desapareció mi papá, y no tuvo una lucha activa, es necesario contar todo lo que atravesaron las familias. Ella murió a los 96 años, y murió esperando que aparezca su hijo«, dice Mara sobre la mujer con quien creció, tras el drama familiar. 

Fotos

Ofelia Cambiaggio es la protagonista de otras de las obras, la madre de Gabriela Cassano y de su hermana Alicia, desaparecida. En sus litografías, la artista plástica rescata fotos de su madre, y con ella rescata su vida, su búsqueda, su lucha. «Mamá no militó en Madres pero acompañó siempre las rondas. Era una capa, una mujer muy, muy inteligente, que estudió Letras y que al casarse tuvo que dejar de trabajar, como se acostumbraba en la época, y que ya viuda, a los 49 años, se puso a estudiar fonoaudiología», la presenta.  

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La obra de Cassano, con el ramo de muguet como símbolo. Foto: Verónica Bellomo.

Hay dos bellísimas litografías en mayor tamaño, sobre fotos trabajadas digitalmente: «Retrato de una espera» y «No dejes de recordarme a cada minuto». «Tomé la imagen de mi madre y les agregué un ramo de muguet, con toda su simbología. Una es el renacimiento, se regala en mayo porque empieza la primavera en Europa. Y para los católicos son las lágrimas que derrama una madre por su hijo», cuenta la autora.  

«Mi madre se sacó más fotos que nosotras, porque era la época en que había fotógrafos que sacaban en los pueblos. En cambio las pocas fotos que había de mi hermana, las destruyeron en el secuestro. Cuando la secuestraron fueron a la casa con un camión y arracaron todo, hasta la cocina, el calefón. Esa es la parte del despojo», comienza la historia, que es también suya. «Mi hermana era médica, estaba en pareja con otro médico, se llevaron los libros, las fotos, obras mías que le había regalado, todo, todo. No tuvimos fotos suyas durante años, hasta que encontramos una donde se la ve chiquita, en un casamiento. En Página me rescataron la fotito, que es la que aparece en el recordatorio, y en la bandera, en el prendedor. Era la única foto que teníamos. Recién hace dos años en la Facultad de Medicina hubo un acto, y me dieron la foto del legajo, ampliada hermosa, su foto carnet a sus 18 años. Es una foto que recién estoy procesando», advierte. Ella, que es artista plástica y trabaja con la imagen, solo tiene esas dos fotos de su hermana. 

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La obra de Giuffra, con foto en la estigmatización de las infancias. Foto: Verónica Bellomo.

La niña comunista

«Yo no sé nada de mi papá ni de mi mamá no tengo recuerdos no sé qué les pasó». La frase, escrita con trazo infantil pero también rabioso, sobre el dibujo de dos osos de peluche, ocupa el lugar central de una trilogía. «Es una frase que me dijo un compañero que tiene a sus dos padres desaparecidos», cuenta María Giuffra, la autora. «El se crió con sus abuelos, que por miedo quemaron todas las fotos, todos los recuerdos. Los hermanos vivieron toda su infancia y juventud sin siquiera conover la cara de sus padres, sin saber qué habia pasado. La mayoria de las familias quedaron con mucho miedo, sin querer siquiera nombrar el tema. El miedo de las familias es una marca que cargamos, se reproduo en nuestros cuerpos. Tuvimos que reconstruir nuestra historia«, analiza. Parte de su reconstrucción tuvo que ver con esta serie de dibujos, «Los niños del proceso», que hizo entre 2003 y 2005 con una beca de la Fundación Antorchas.

También con el trabajo que devino en historietas, La niña comunista y el niño guerrillero, y que tendrá una segunda parte con historias de hijos de otras provincias. «Tienen que ver con la infancia que vivimos, la estigmatización que sufrimos por ser ‘hijos de guerrilleros’«, cuenta. Algo que se le hizo patente al volver a vivir a la Argentina, a los 8 años, luego de un exilio que arrancó a sus 5 meses, cuando mataron a su padre Rómulo Carlos Giuffra, estudiante de arquitectura y militante de Montoneros. «Mi madre alcanzó a agarrarme antes de que llegasen los milicos, nos fuimos de la casa, mi abuelo materno pasó unas horas después y ya estaba tomada por el ejército, así permaneció toda la dictadura, nos robaron todo lo que había adentro y usufructuaron la casa todos esos años», sigue la historia.

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Foto: Verónica Bellomo.

«Yo me desayuné a mis ocho años con que no podía decir algunas verdades de mi historia, como que mis padres eran militantes, que mi padre habia sido guerrillero y desaparecido. No lo podía contar libremente en cualquier lado, y era notorio cuando se me escapaba, las caras que recibía. Se me hizo todo mucho más patente en la escolarización, pasé la primaria inventando cada año que algo distinto le había pasado a mi padre, en vez de organizarme y decir, por ejemplo: sufrió un accidente», recuerda.

Ese estigma que por su historia nunca llegó a naturalizar, como sí le contaron que les pasó otros hijos e hijas de desaparecidos, es el que trabaja en estas obras. «Esa sociedad que juzgaba, que me miraba como un bicho raro, ese señalamiento, siempre lo sentí en mi cuerpo», destaca Giuffra. «En la secudaria directamente empecé a enfrentarme con mis compañeros, que llegaron a nombrarme ‘la comunista de mierda'», evoca. De ahí surgió el cuadro «La niña comunista», que llevó a la historieta. «Los niños y niñas deberían ser simplemente niños, no deberían tener jamás ningún adjetivo heredado de sus padres, porque la niñez es pura potencialidad. Poner el foco en la infancia muestra lo débil que es la teoría de los dos demonios: nada de lo que hayan podido hacer nuestros padres justifica el accionar terrorista del Estado», concluye Giuffra. 

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«Vidas iluminadas», de Spadaro. Foto: Verónica Bellomo.  

La memoria de Avellaneda

El mural «Vidas iluminadas», de Noemí Spadaro, está compuesto de decenas de rostros de mujeres desaparecidas. Son retratos hechos con distntas técnicas, todos coloridos, brillantes. Spadaro le puso color a las fotos eternamente en blanco y negro de los desaparecidos. También les subrayó los gestos, las miradas, el brillo de sus ojos. Lo singular de cada una. 

«Antes de la pandemia me invitaron hacer una muestra en el Centro Municipal de Arte de Avellaneda. Como coincidía con el mes de la memoria, y el mes de la mujer, pensé en sumar un mural con los rostros de las mujeres víctimas del terrorismo de Estado en Avellaneda. Me acerqué al Archivo Municipal de la Memoria, que está en la secretaría de Derechos Humanos, que funciona en lo que fue el centro de detención El Infierno. Me dieron la base de datos de quienes aparecieron allí como NN o se ha podido reconstruir que pasaron por distintos centros de detención. Sólo me dieron los datos básicos, con eso me puse a buscar reconstruir todas esas historias tan fuertes». De buscar, rescatar historias, reconstruir la memoria, iluminar estas vidas, se trata finalmente toda esta muestra.  

«En el Egipto romano estaban los retratos de El Fayum, se hacían los retratos de las personas antes de morir, y ese retrato después los acompañaba en los sarcófagos. Quise recuperar esas miradas, esos gestos, para que ahora nos acompañen a nosotros. Traer su presencia en esas miradas», buscó la artista. 

* La muestra Nombres propios se puede ver  en Espacio Cultural Bolívar (Bolívar 1019), de martes a domingos, de 11 a 20, hasta el 30 de junio.

Fuente: Pagina12

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