«La plaga: Vermin»: casa de arañas
7 – LA PLAGA: VERMIN
(Vermines/Francia, 2023)
Dirección: Sébastien Vanicek
Guion: Florent Bernard y Sébastien Vanicek
Duración: 103 minutos
Intérpretes: Théo Christine, Sofia Lesaffre, Finnegan Oldfield, Jérôme Niel y Lisa Nyarko
Estreno en salas
Un grupo de hombres con vestimenta árabe atraviesa un desierto rocoso abordo de una camioneta destartalada mientras el sol raja la tierra. El vehículo se detiene, ellos bajan, y comienzan a hacerse señales y a distribuirse por el terreno, prestando particular atención a la ubicación de las piedras. Levantan una a una, hasta que alguien encuentra un hoyo, avisa a los gritos al resto y la llenan con un humo verdoso. Si ésta fuera una película de acción norteamericana, en este momento entraría a escena un convoy para liquidarlos: se sabe que para las fuerzas militares del Tío Sam todo hombre barbudo y con pañuelo en la cabeza es, de mínima, un terrorista. Pero La plaga: Vermin no transita esos caminos, sino otros deudores del cine alegórico de George Romero o John Carpenter: los villanos aquí no son los árabes, sino las arañas que extraen del subsuelo y que, al picar a uno de ellos, le terminan ocasionando la muerte no a raíz del veneno, sino del machetazo de un compañero al verlo retorciéndose en el suelo.
El desenlace fatal de la secuencia de apertura de la película del francés Sébastien Vaniček –que cruzará el Atlántico para comandar la próxima entrega de Evil Dead, revitalizada el año pasado con la muy buena El despertar, con la que La plaga tiene varios puntos de contacto– deja en claro que esa muerte será el primero de varios problemas que causarán los arácnidos. Nada de esto puede saber Kaleb cuando llega a una tienda donde venden de todo, desde zapatillas conseguidas a través de métodos de dudosa ética hasta mascotas que no son tales. Las zapatillas, símbolo de status en los sectores jóvenes clases populares, operan como deseo a la vez que vehículo mortal. Si George Romero convirtió a los clientes de un shopping en los zombies hambrientos de El despertar de los muertos, aquí será nuevamente el deseo consumista el que genera el caos. Sucede cuando Kaleb le venda un flamante par de llantas a uno de los vecinos del extraño edificio circular donde vive con su hermana.
Con ella las cosas no andan bien: hay cuentas pendientes, y no precisamente monetarias, desde que la madre murió -una subtrama un tanto forzada que intenta dotar de espesura dramática a los hermanos-, y ahora barriletean a la buena de Dios. Dado que el edificio está un suburbio parisino habitado mayormente por inmigrantes, la contención social es un faltante generalizado que muestra su peor faceta luego de que una de las arañas, que escapó adentro de una de las zapatillas vendidas, pique al comprador. Eso lo empuja a él a una muerte horrible y al resto de los vecinos, a iniciar una lucha desenfrenada por salir de ahí a como dé lugar. Porque los insectos, que crecen más rápido que la cucaracha de Alf, copan los ductos con telarañas y huevos que más pronto que tarde serán arañas más peligrosas que mamá.
Nada se explica demasiado, en realidad, porque La plaga es de esas películas que definen su mundo a través de acciones y de las situaciones que enfrentan sus personajes. El guion de Vaniček y Florent Bernard puntea veladamente un estado de crisis sociocultural a través del menosprecio de la policía –que ante la noticia de la plaga toman la decisión de cerrar todo el edificio– hacia esa comunidad extranjera. Una comunidad que termina envuelta en una carnicería deudora de cierto cine clase B que enfrentaba a sus protagonistas con criaturas imposibles, pero que representan mucho más que lo monstruoso. Aquello de “Liberté, égalité, fraternité” que pregona el lema oficial de Francia no estaría ocurriendo.