70 años después, «Nido de ratas» sigue provocando polémicas
El director nunca pudo eludir el estigma de haber denunciado colegas por «rojos» ante el senador Joe McCarthy. Y la propia película, una de las grandes performances de Marlon Brando, está impregnada por la culpa.
«Chivato» y «Soplón del imperialismo racista estadounidense», rezaban las pancartas a las puertas de los premios de la Academia de 1999, en los que el cineasta Elia Kazan -que entonces tenía 89 años– iba a recibir un Oscar honorífico. Cuando llegó el momento de entregar el premio, los presentadores Martin Scorsese y Robert De Niro se deshicieron en elogios hacia el responsable de Nido de ratas, Al este del paraíso y Un tranvía llamado deseo, calificándolo de «maestro» y «romántico furioso», que exploró «el descontento reprimido de nuestra civilización». Pero cuando Kazan apareció, gran parte del público permaneció visiblemente sentado, con las manos en el regazo y negándose a aplaudir.
Nido de ratas se acaba de reestrenar en una restauración 4K con motivo de su 70 aniversario, pero el estruendo sobre la supuesta traición de Kazan aún no se ha calmado. ¿Debería perdonársele por nombrar a ocho amigos íntimos y antiguos colegas para el Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes (HUAC) durante la caza de brujas anticomunista de principios de la década de 1950? ¿O deben seguir interrogándolo a él y a sus películas?
«Elia Kazan es un traidor», dijo Orson Welles en 1982. «Es el hombre que vendió a McCarthy a todos sus compañeros en un momento en que podía seguir trabajando en Nueva York con un alto salario. Y habiendo vendido a toda su gente a Joseph McCarthy, luego hizo una película llamada Nido de ratas, que era una celebración del delator y, por lo tanto, ninguna pregunta que lo utilice como ejemplo puede ser respondida por mí».
Kazan estaba asombrosamente dotado. ¿Importa que el director, que se afilió al Partido Comunista en 1934 y permaneció en él hasta 1936, traicionara a sus colegas? En Nido de ratas, Kazan le da la vuelta a esa pregunta. Hace que esa traición parezca un gesto heroico. «Lo que para ellos es delatarse, para vos es decir la verdad», le dice al boxeador y estibador Terry Molloy (Marlon Brando) su sacerdote (Karl Malden), que lo anima a testificar contra los mafiosos que controlan los muelles. Terry es el mártir de la película, que soporta la intimidación física y la violencia antes de hacer lo «correcto».
La película fue escrita por Budd Schulberg, que también dio nombres. En el papel del mafioso Johnny Friendly estaba Lee J. Cobb, el Willy Loman original de la obra de teatro de Kazan Muerte de un viajante, de Arthur Miller. Y sí, Cobb también dio nombres.
Es comprensible que Park Circus, la distribuidora que reestrenó Nido de ratas, no preste mucha atención a la polémica de hace 70 años sobre la «traición» de Kazan a sus antiguos colegas. Su marketing se centra firmemente en los ocho Oscar que ganó la película y en el hecho de que Brando hubiera celebrado este año su centenario. Otro argumento de venta es la banda sonora de Leonard Bernstein, recientemente protagonista de la bien recibida película biográfica de Bradley Cooper, Maestro. En la publicidad no se mencionan las agrias disputas en torno a la película.
Desde 1954, muchos historiadores apologistas y revisionistas han intentado distanciar Nido de ratas de la polémica sobre el testimonio de su director ante el HUAC. El propio Kazan siguió defendiendo sus propias acciones. Señaló en repetidas ocasiones que los nombres que dio ya eran conocidos por el Comité: no estaba metiendo a nadie en nuevos problemas, razonaba. Los investigadores también han intentado establecer que Schulberg estaba trabajando duro en su guión antes de ser convocado por el comité que investigaba la influencia comunista en Hollywood. Esto significa que su obra no fue escrita, como informó The New York Times, «para justificar que se dieran nombres».
No obstante, los comentarios de Kazan sobre sus acciones eran a menudo profundamente ambivalentes e insinuaban la vergüenza que claramente sentía. «Cualquiera que delate a otras personas está haciendo algo perturbador e incluso repugnante«, dijo al autor Jeff Young. Pero luego argumentó que sus acciones debían juzgarse desde la perspectiva de principios de los años 50, con «la guerra de Corea todavía en marcha», y Rusia como una potencia amenazadora y «monolítica». Con una lógica retorcida, el director describió al mismo tiempo su testimonio como «no gran cosa», pero también como un acto de enorme desafío y valentía. «Había comunistas en muchas organizaciones, sin que nadie los viera, sin que nadie los reconociera. Pensé: ‘si no hablo, nadie lo sabrá'».
Arthur Miller, cuya obra El crisol se inspiró en la caza de brujas de McCarthy y que él mismo se negó a dar nombres al HUAC, veneraba a Kazan, pero su relación naufragó a causa de su testimonio. Más tarde escribió en su autobiografía Timebends que era un «hecho innegable» que el director «podría haberme sacrificado si hubiera sido necesario». Se preguntaba: «¿Quién o qué estaba ahora más seguro porque este hombre, en su debilidad humana, se había visto obligado a humillarse? ¿Qué verdad se había visto reforzada por toda esta angustia?».
Setenta años después, se puede afirmar con rotundidad que son precisamente los remordimientos y los intentos de mala fe de Kazan y Schulberg por justificar sus acciones los que hacen de Nido de ratas una película tan convincente. Se trata de una película impregnada de culpa y arrepentimiento, y eso es lo que le confiere sus capas de patetismo y complejidad moral. Si no hubiera sido por el miedo rojo, no habría sido la misma película.
Kazan amaba Estados Unidos, pero siempre fue consciente de su condición de forastero. Era un inmigrante que había llegado al país a los cuatro años procedente de Anatolia. Estaba desesperado por encajar y criticaba ferozmente la desigualdad y la hipocresía de la vida pública estadounidense. La primera escena de Nido de ratas refleja esos sentimientos de traición. Terry atrae a una terraza a Joey, su colega estibador, que accedió a testificar ante la comisión del crimen. Una vez allí, Joey es arrojado a la muerte por los matones de Johnny Friendly. La angustia se apodera inmediatamente de Terry. Había pensado que los matones de Friendly sólo iban a «apoyarse» en Joey, no a «tirarlo».
Luego está la escena más famosa de la película, en la que Terry se lamenta ante su hermano Charlie (Rod Steiger) de las ruinas de su carrera como boxeador y de la mediocridad de su vida. «Tú eras mi hermano Charlie, deberías haber cuidado de mí», dice Terry. «Podría haber tenido clase. Podría haber sido un aspirante. Podría haber sido… alguien, en vez de un vago, que es lo que soy». Kazan retrata un mundo en el que todo se desmorona. Los hermanos se vuelven contra los hermanos, los padres contra los hijos. Terry no le cuenta a la hermana de Joey, Edie (Eva Marie Saint), su papel en la muerte de Joey. Otros se sienten demasiado intimidados para hablar con la policía sobre los corruptos jefes sindicales.
La brillantez de la interpretación de Brando reside en su cualidad atormentada y en su extraña mezcla de sensibilidad y machismo. Al igual que su director, sabe que ha hecho algo malo. Su rostro expresa su extremo arrepentimiento. Incluso hay algo de masoquista en él, una sensación que medio siente cuando Johnny le da tal paliza al final de la película que no puede levantarse. Es lo que se merece.
Todos estos años después, las acciones de Kazan parecen tan ruines e incomprensibles como siempre. Decía odiar al senador McCarthy, que encabezó la campaña contra la supuesta influencia comunista y soviética en Estados Unidos, pero acabó exactamente en el mismo bando que su supuesta némesis. El guión de Schulberg se enreda al presentar al sacerdote como un héroe y a las autoridades como decentes y justas. Esta perspectiva habría sido anatema para él unos años antes.
El director y su guionista se habían alejado claramente de sus creencias comunistas de los años treinta. Sin embargo, no las habían abandonado del todo. Nido de ratas es contradictoria. Muestra aspectos de la vida de la clase trabajadora estadounidense que no se encuentran en los dramas más pulidos de Hollywood, hechos desde una posición de petulante certeza moral.
«¡Terminala con esa conciencia! Es lo único que he oído», le grita Terry a Edie cuando la culpa amenaza con abrumarle. Brando interpreta su papel con tal intensidad emocional que la mayoría del público olvida rápidamente la retorcida política de la película en la que actúa. Para muchos, Nido de ratas es una obra maestra, independientemente de lo que piensen del director que la hizo.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.