«El santo», la mediatización de los milagros
Sin caer en la tentación de la parodia o de retratar a su protagonista como un farsante aprovechador de desgracias ajenas, el realizador argentino construye un registro de corte realista, envolvente y pegajoso.
El santo – 7 puntos
(Argentina/2023)
Dirección y guion: Agustín Carbonere
Duración: 75 minutos
Intérpretes: Roberto Suárez, Elisa Carricajo, Claudio Da Passano y Benjamín Mateos.
Se exhibe en el Cine Arte Cacodelphia.
“Hay que tener fe”. Hasta las más ateas de las personas recurren a frases de ese estilo cuando no hay argumento lógico para entrever la posibilidad de sortear una adversidad o reducir un dolor que atraviesa el alma. Esa fe, ese lugar del que esperar lo imposible, adquiere múltiples formas. Están las religiones tradicionales, claro, con su liturgia, íconos y dogmas ordenadores (y muy tranquilizadores). Pero también las aproximaciones más paganas hacia figuras ancladas en el ideario de una comunidad particular.
El último 8 de enero, por ejemplo, la ciudad correntina de Mercedes recibió a más de 300 mil personas para la celebración del Gauchito Gil. Rubén Sosa (Roberto Suárez) no tiene el alcance geográfico del mesopotámico, ni sus seguidores ni mucho su tradición, pero podría tenerlos si se corriera la voz sobre sus poderes curativos. Porque Rubén, ese hombre hosco, taciturno y enigmático, ese fumador empedernido que resopla de hartazgo y responde a súplicas haciendo su tarea con desdén, cumple.
Estrenada en la Competencia Internacional del último Bafici, de donde se llevó un merecido premio a la mejor dirección, El santo es de esas películas que parecen dirigidas por un veterano de mil batallas. A su capacidad para construir un universo propio donde lo místico es sinónimo de transpiración y lo fabulesco se entrelaza con lo real, el realizador Agustín Carbonere suma una proverbial atención al diseño de sonido. Algo por demás lógico, dado que Carbonere también es músico y supo dirigir el documental Babasónicos por Melero (2009). La banda sonora está hecha mayormente de motivos que van acelerando su tempo a medida que avanza la escena, dotándolas de una atmósfera ominosa y aletargada, como si todo lo que ocurre en ellas fuera el fruto de una vigilia. Un hombre en apariencia común y corriente trayendo de la muerte a la víctima de un accidente de tránsito con solo imponer sus manos sobre ella: no puede ser otra cosa que un sueño.
Si uno de los personajes más reconocidos de Peter Capusotto es Jesús de Laferrere, este podría llamarse Rubén de Balvanera. En una galería de ese barrio que tuvo tiempos mejores recibe, junto a su asistente (el fallecido Claudio Da Passano) a las personas que se acercan a pedirle trabajo, hijos y curaciones. Sus métodos son poco tradicionales e incluyen rituales con huevos batidos, mangueras, cuchillos y abrazos sudorosos. La ambientación de la “oficina” no se asocia a la idea de espiritualidad, porque donde suele haber estampitas, musiquita new age y altares, acá hay una piecita con muebles desvencijados, sonidos urbanos de fondo y hasta una estufa de cuarzo: ¿una futura deidad de las clases populares? Podría llegar a ese lugar de la mano de la madre (Elisa Carricajo) de un chico al que le curó una parálisis motriz. La mujer tiene la llave del éxito, es decir, la posibilidad de convertirlo en una estrella televisiva.
Dividida en cinco capítulos que puntean las etapas de su particular calvario, El santo apela a un registro de corte realista, envolvente y pegajoso para seguir a Rubén, a través de una cámara que no lo abandona ni un minuto, durante su ascenso a los cielos de la mediatización a través de actos masivos donde las curaciones son la parte más jugosa del show. Si bien la película abraza allí un relato más clásico, la posición de Carbonere sobre el fenómeno que retrata se mantiene en el terreno de la ambigüedad. Lejos de la parodia o de tratarlo como un farsante aprovechador de las desgracias ajenas, El santo es respetuosa de Rubén y de todo lo que genera. La mirada más punzante recae, en todo caso, sobre la parafernalia y el negocio creados alrededor de su particular don. Un don que es también su mayor castigo.