King Krule trajo su impronta sonora oscura y desconfiada a Buenos Aires
A los 29, el músico ya no es el enfant terrible del indie inglés, y su maduración es notoria en el reciente Space Heavy.
King Krule debutó en Buenos Aires, el lunes último en C Complejo Art Media, en el momento más insospechado. No sólo porque esa impronta sonora oscura y desconfiada que lo distingue sirvió nuevamente de broncodilatador para esta Argentina distópica y trolleada, sino también porque la mayoría de sus seguidores locales habían descartado la posibilidad de que viniera a tocar a este rincón austral del planeta. Incluso teniendo entre los músicos de su banda a un argentino. Y si bien desembarcó de la mano de un notable nuevo disco, Space Heavy (2023), justo equilibrio entre jazz y post punk, al álter ego de Archy Marshall se lo esperaba tras revolucionar a una generación de público y colegas con su álbum The Ooz (2017). Y un lustro (entre uno y otro) es muchísimo tiempo en una época en la que lo que manda es la urgencia.
El asuntó en sí es que el otrora enfant terrible de la música británica, quien hoy disfruta de sus 29 años, maduró muy rápido. Y esto sería un elogio en otro periodo, pero no en uno en el que los milénicos le temen a lo que sucederá luego de los 30. Quizá le habrá pesado la paternidad, fuente de inspiración de su disco previo, Man Alive! (2020). “La única manera que tenemos de sobrevivir es crecer e ir añadiendo mejores augurios, más historias, más personalidades a la colección que compone lo que sos”, dijo el londinense en una entrevista publicada por la salida de ese trabajo. “Hablo más de un cambio en mí mismo, no tanto de un cambio en mi vida. Mucha gente joven murió durante estos años por culpa de los medicamentos, de la exclusión. Te hace ver la vida de una manera muy cruda. Pero, según me voy haciendo mayor, y supongo que más consciente, voy viendo el mundo de una forma más clara”.
Esta actitud terminó pesando en su performance en el barrio de Chacarita. Aunque siempre da gusto ver a un artista joven transformarse en un arrabalero señor mayor como Tom Waits, y más si hostiga al diablo con una canción sobre el tiempo vivido (del semblante de “16 Shells From A 30.6”). De todas formas, al mejor estilo de la metamorfosis según David Lynch en Lost Highway, King Krule aún es un músico y compositor en transición. Lo dejó en evidencia desde que subió al escenario, secundado por unos exquisitos secuaces. Al igual que sucedió en las otras fechas de su actual gira, el músico inglés, en buena medida punto de despegue de la nueva avanzada del post punk de su país, arrancó el recital en modo cantautor. Con guitarra en mano, y esa voz que pareciera remojada en tabaco y alcohol, le rasgó a la introspección sus costras más dolorosas con el tema “Perfecto Miserable”.
Tras rockear el cierre inaugural, Archy narcotizó el dolor y nadó hasta sus profundidades en la psicodélica “Alone Omen 3”. A continuación, vinieron el primer saludo de la noche, así como uno de los éxitos iniciales de su cancionero, “Dum Surfer”, donde el bajista James Wilson participó en la dialéctica discursiva, amén de la sonora. Esa combustión de intensidades detonó en un big bang de post punk y ruidismo guitarrerro, a la que el público respondió con pogo. Si justo el videoclip de la canción anterior fue una suerte de constancia del ingreso de Ignacio Salvadores en el grupo, “Pink Shell” es la confirmación de la relevancia que cobró el multiinstrumentista argentino en el proyecto. Pese a que se trata una composición firmada junto a este precursor del dream gaze (relectura de la década pasada del dream pop y el shoegaze), recién vio la luz formalmente en Space Heavy.
El crédito local, todo un campeón del under y el indie porteño de los años 2010, y mandamás en la capital inglesa del proyecto Gal Go, disparó su saxo barítono desde la penumbra. Señal para una especie de interacción entre Pharoah Sanders y Buzzcocks, lo que concluyó con un guiño al tema introductorio de Los Simpson. En este bautizo a fuego ante la audiencia argentina, King Krule no se guardó nada. Tanto así que se remontó hasta su primer disco, 6 Feet Beneath the Moon (2013), cuando deslumbró a toda una nación. Y lo hizo aferrado a “Lizard State”, canción que deja expuesta la influencia de la etapa de guitarras funk expeditivas y contracturadas de Arctic Monkeys. Aunque Salvadores no formaba parte de esa encarnación, supo acompañar el tema. Y a lo largo de las dos horas del show no sólo lo hizo con su instrumento, sino también arengando a sus compañeros y al público en plan de MC.
“Esta es mi primera vez acá y mi amigo es de acá (en alusión al músico argentino)”, espetó Archy en una de sus pocas alocuciones. Antes de que eso aconteciera, el setlist atravesó un trayecto tan rico como estepario, basado en el álbum que trajo por primera vez a King Krule a Sudamérica. Comenzó con la canción que le da título a este repertorio, que no es formalmente un bossa nova pero tiene un aire al género. Envuelto, además, en nocturnidad y desgracia. A esta panorámica urbana sobre el dolor inadvertido, le siguieron otras canciones en la misma cadencia y frecuencia: el bajonero “Flimsier”, el melancólico “Seagirl”, el fantasmagórico “Tortoise of Independency”, el hip hop melódicamente enojado “Empty Stomach Space Cadet” y el incidental “Filmsy”. El final de este tramo de la actuación la protagonizó el relato que generó la dinámica entre guitarra y saxo.
La genialidad del músico británico radica no sólo en su entelequia estética, cada vez mejor definida, sino también en su riesgo. Si bien los tours que giran en torno a un disco suelen apuntar a defender ese cancionero al principio de todo o por intermedio de la dosificación, King Krule se atrevió a hacerlo en la columna vertebral del recital. Esto desató reacciones de todo tipo: desde la comprensión hasta la distracción, pasando por la especulación y el parloteo non stop. Una vez que el artista sacó a relucir su novedad, la tercera y última parte de su recital (si es que se puede comprender en una terna de segmentos) se la dedicó a hacer gala de su eclecticismo. Ese rasgo, por cierto, impactó en parte de la escena musical independiente argentina parida en la década pasada. Archy inició ese trayecto de su show con “Airport Antenatal Airplane», en sintonía con el lado minimalista de Damon Albarn en plan solista.
La cosa se puso rapera con otro de los temas de Man Alive!, “Stoned Again”. Hubo asimismo blues (o una interpretación del género) con “Slush Puppy” y “Underclass”, en tanto que el hit indie reapareció a través de “Cellular” y “Rock Bottom”. A estas alturas de la performance, Archy había mostrado ese inventario de condiciones que lo avalan como taumaturgo de las emociones. Hizo énfasis en ello en el cierre, con el ensimismado “It’s All Soup Now”, en el que juntó las manos (al igual que el emoticon) en señal de agradecimiento. Pero se quedó con las ganas, de la misma forma que su audiencia, y volvió para improvisar una más que no estaba en los planes: “Out Getting Ribs”. Antes que altanera, bajó otro cambio más. Y es que como dice su canción “If Only It Was Warmth”, que no faltó en este show, “caminé dos horas por el espacio vacío para llenarlo”.