“Priscilla”, el retrato de una mujer que se replegó por amor para vivir una vida ajena
Cuando el año casi llega a su fin, finalmente llega este jueves a la cartelera comercial “Priscilla”, la película más reciente de Sofia Coppola, uno de los estrenos más esperados de 2023 luego de su paso por el Festival de Venecia, en donde fue parte de la Competencia Oficial.
La Priscilla de la película no es otra que Priscilla Beaulieu, la hijastra de un militar estadounidense que luego de su casamiento con el héroe de Memphis se convirtió para siempre en Priscilla Presley.
Se trata del sexto largometraje de Sofía Coppola (“Las vírgenes suicidas”, “Perdidos en Tokio”, “María Antonieta”, “Somewhere”, “La seducción”), que toma como base el libro “Elvis and Me”, escrito por la propia Priscilla Presley junto a Sandra Harmon, pero la directora neoyorkina se apropia del texto para transitar una vez más los temas que le interesan, en especial el de los personajes aislados que buscan su razón de ser.
Con apenas catorce años y como parte de una familia que se trasladaba continuamente por los destinos a los que era asignado su padrastro militar, la entonces Priscilla Beaulieu conoció en Alemania en 1959 a Elvis Presley, ya coronado como el rey del Rock and Roll, que cumplía con el servicio militar en la ciudad de Wiesbaden.
Ese comienzo de la relación entre una chica que empezaba a transitar la adolescencia y un hombre de 24 años, le da pie a Coppola para transitar una época en donde el empoderamiento femenino no figuraba en ninguna agenda y, claro, los años en que no era demasiado inusual que una joven apenar púber tuviera como novio a alguien mucho mayor.
El relato registra conductas sociales hasta cierto punto naturalizadas, entonces la invitación de un oficial a una fiesta para que la jovencísima Priscilla conozca a Elvis encuentra cierta resistencia de sus padres, que finalmente ceden. Las amistades del propio músico señalan divertidas su nuevo amorío pero no lo condenan o, por caso, dos meses después de conocer a Presley la chica es autorizada a convivir por dos meses en los Estados Unidos con una persona que apenas conoce y lejos de su familia en Alemania.
La película está dividida en dos partes: por un lado el tránsito vertiginoso de niña a mujer de Priscilla, y por el otro el vacío y la soledad viviendo en Graceland, la residencia de Elvis en la ciudad de Memphis.
El primer tramo trabaja a sus anchas sobre la incomodidad que resulta de lo monstruoso como norma propia de la época. No condena, pero registra con rigor, aunque sin acentuaciones innecesarias, la anomalía vista desde la actualidad de una niña con un hombre, aunque no puede evitar planos en donde los casi dos metros del Elvis que encarna Jacob Elordi contraste casi obscenamente con el poco más de metro y medio de Cailee Spaeny en la piel de Priscilla.
La niña que se salta la adolescencia para ser una muñequita vestida de adulta, no hace más que satisfacer los deseos y manipulaciones de Presley, que le ordena vestidos, le sugiere cambios en su cabello y la introduce en el consumo de drogas.
Y la manipulación incluye un factor determinante, que es la pulsión del despertar sexual de Priscilla, que Elvis mantiene candente pero sin consumar, como una manera más del dominio absoluto sobre su vida.
Luego de esa primera parte, la película se interna en la rutina de la flamante esposa en Graceland, mientras espera el regreso del músico de sus giras y de los rodajes que lo tenían como protagonista de películas ligeras.
Allí Priscilla pasa sus días en lo que comúnmente se llama una jaula de cristal –al igual que las hermanas de “Las vírgenes suicidas”, Charlotte de “Perdidos en Tokio”; o la reina en “María Antonieta”-, mientras consume revistas del corazón que dan cuenta de los amoríos de su esposo.
La niña que se salta la adolescencia para ser una muñequita vestida de adulta, no hace más que satisfacer los deseos y manipulaciones de Presley, que le ordena vestidos, le sugiere cambios en su cabello y la introduce en el consumo de drogas
Esta pausa en una vida tiene más de un punto de contacto con lo reflejado en películas como la “Spencer” de Pablo Larraín, pero con una medianía que no hace honor a un comienzo tan potente como perturbador.
La conclusión es que probablemente la fascinación de Sofía Coppola con el personaje tiene el techo de la propia vida de Priscilla Presley, que tuvo el arrojo de entablar una relación y sostenerla impulsada por el amor, pero que, en ese tránsito, agotó su vitalidad y no supo o no pudo ser algo más que la esposa de Elvis Presley.