‘La crueldad es la forma en que el arte expresa la piedad’
El actor, director y dramaturgo argentino César Brie, residente en Italia donde desarrolló una extensa carrera, llegó a la Argentina para presentar en Córdoba, Rosario y la Ciudad de Buenos Aires, «Telón», su última creación teatral que define como «un testamento».
Escrita en conjunto con el teórico y ensayista teatral italiano Antonio Attisani, «Télon» viene de tener más de 40 funciones en ciudades italianas como Milán, Bologna, Roma, Ravena, Lecce, y Empoli, entre otras, y propone una reflexión sobre los últimos 50 años de teatro, el trabajo desde la independencia y la biografía.
«Telón», que nació durante la pandemia luego del reencuentro entre Brie y Attisani después de muchos años y ante la hipótesis de un cierto final, se podrá ver este jueves 5 y viernes 6 en el Festival Internacional de Córdoba; el martes 10 y domingo 15 en Chacarerean de la ciudad de Buenos Aires y el jueves 12 en Rosario .
Además, Brie estará dictando una clase magistral en el Festival de Córdoba y, junto a Mauricio Dayub, productor del recorrido argentino de la obra, un taller en el espacio porteño de No Avestruz.
Entre la fábula y la historia, dos amigos del pasado, se encuentran y comparten razones artísticas para una misión común, ambos van evocando distintos momentos, ficciones y memorias, envueltas en el sueño del niño y el despertar del adulto en la obra.
«Se llama Telón porque da la idea de algo que se cierra, de un final y la obra es, de alguna manera, un testamento cómico, absolutamente irónico, cruel con nosotros mismos», cuenta Brie en charla con Télam sobre este proyecto que compuso en un intenso y urticante intercambio epistolar entre él y su antiguo amigo, que fue actor del Teatro Piccollo de Milán entre fines de los 60 y comienzos de los 70, se dedicó luego a la dirección y más tarde dejó la escena para convertirse en un reconocido teórico del teatro italiano.
De hecho «Telón» fue una excusa para que Attisani volviera a la escena, ya que en Italia ellos dos fueron los actores de la obra pero dolencias del italiano le impidieron venir a la Argentina, y su lugar fue tomado por Dardo Sánchez para estas seis funciones.
«Con Antonio (Attisani) éramos amigos cuando yo era joven, lo considero mi maestro intelectual, fue una persona que siempre fue muy frontal en las devoluciones que hacía de mis trabajos y si algo no le gustaba lo decía sin ningún problema», relata Brie para comenzar a dar pistas sobre la relación que dio origen a esta aventura teatral, que podría ser la última de su amigo, mientras que él ya tiene nuevos proyectos y promete seguir trabajando.
«Siempre valoré mucho esa honestidad -continúa- y también las discusiones que se daban entre los dos. Me lo volví a encontrar de viejo con él, vivíamos muy cerca en Milán, fue antes de la pandemia, yo estaba por estrenar una obra sobre Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, los dos jueces que mató la mafia (‘En el tiempo que nos queda’). En una de nuestras conversaciones él me habló de una serie de enfermedades que tenía, me dijo que había tenido ganas de poner fin a su vida y me preguntó si yo lo hubiera ayudado y yo le dije que sí, porque ese es también un pensamiento mío, el de no querer sobrevivir a un cuerpo que se vuelve una carga, sobre todo para otros».
«Estábamos en esas conversaciones lúgubres que transitábamos con mucho humor -sigue detallando Brie- cuando nos agarró la pandemia y a mí me dio temor de lo que pudiera pasar con él y entonces le empecé a escribir para animarlo. Busqué provocarlo y así dimos pie a un intercambio epistolar que terminó en la obra. Construimos dos personajes: Gato (que soy yo) y Zorro (que sería él), los criminales desventurados de Pinocho que se encuentran en un teatro abandonado y recuerdan vagamente, porque tienen Alzheimer, que tienen que matar a Pinocho pero no saben por qué. Con esa excusa empezamos a crear un diálogo sobre el arte y sobre lo que nos tocó vivir, pusimos en juego nuestras ideas de arte, y sobre nuestra vida».
«Dimos pie a un intercambio epistolar que terminó en la obra. Construimos dos personajes: Gato (que soy yo) y Zorro (que sería él), los criminales desventurados de Pinocho que se encuentran en un teatro abandonado»
– ¿Cómo se dio en concreto esta colaboración creativa en medio de la pandemia?
– Le mando textos y él me responde con otros, así fuimos construyendo la dramaturgia de la obra entre los dos y después yo decido comenzar a dirigirla y para eso utilizábamos un ardid, él fingía ser mi doctor que llegaba al teatro, pero se quedaba seis horas. Después nos fuimos de Milán a unas colinas donde compré una casa abandonada y monté un centro de trabajo que se llama Isla del Teatro.
– Es un texto en que entra en juego la biografía.
– Es una reflexión muy personal de cada uno de nosotros y al mismo tiempo tocamos la historia del teatro de los últimos 30 años del siglo 20 y los primeros 20 de este siglo, tocamos la historia que hemos vivido como protagonistas, yo desde el teatro de periferia, de contestación no partidario y Antonio como alguien que ha reflexionado sobre el teatro.
– Decías que el diálogo de estos dos viejos amigos en escena es un diálogo lleno de ironías.
– Ellos se sacan la mugre, estoy convencido que la crueldad es la forma en que el arte expresa la piedad, hay que ser crueles con nosotros mismos y acá, en esta obra, nos sacamos la mugre pero al mismo tiempo la obra inicia con un encuentro casi fastidiado entre los dos y termina con un desconsolado matrimonio con los dos viejos que se están yendo a morir.
– ¿Qué apareció en este diálogo y esta construcción que hicieron con Atissani?
– Descubrimos que los dos somos derrotados, siempre digo que toda batalla cultural está destinada a ser perdida pero que mientras tanto la guerra continúa y continuar esa guerra, que no se acabe, es una forma de estar ganándola. Nosotros dos, históricamente, nos hemos opuesto a la instrumentalización del teatro por parte de los partidos políticos de centro y de izquierda, que necesitan controlar a través de sus asesores y burócratas, que son siniestros y deciden sobre la cultura sin tener las competencias.
– Él no pudo estar para estas representaciones en Argentina.
– Lamentablemente no, sufrió tres infartos en el lapso de una hora dos meses atrás y no pudo viajar, yo tenía muchas ganas que viniera porque se hubiera enloquecido con el teatro de Buenos Aires que, para mí, es una de las mecas culturales del mundo hoy en día, que está lleno de artistas honestos, capaces, sensibles y que tienen coraje, cosa que es muy rara en el Primer Mundo, donde tienen muchas menos agallas. La idea del actor poeta, del actor como creador es algo que en el sistema teatral europeo es mucho menos contemplado.
– ¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo o este testamento también es un cierre para vos?
– Sigo trabajando y voy a seguir, estoy creando una obra que se llama «Rey Lear murió en Moscú» sobre dos actores hebreos rusos que Stalin asesinó. Estoy trabajando en eso hace casi dos años con un grupo de actores jóvenes que se liberan una semana por mes y vienen a trabajar conmigo a esta casa de la colina sin cobrar un peso, un modo de trabajar muy independiente, muy distinto del sistema europeo que suele sustituir tiempo con dinero.