El pensamiento político de Néstor Kirchner en 2003, más vigente que nunca
El rol clave del Estado en la organización económica y en la articulación social como punto de partida hacia un proyecto nacional que tenga como eje la reindustrialización del país, «mediante un ordenado proceso de sustitución de importaciones», con impulso del mercado interno y «una agresiva estrategia exportadora» son algunos puntos centrales del libro «Después del derrumbe. Conversaciones de Torcuato Di Tella y Néstor Kirchner», cuya reedición será presentada este sábado por la vicepresidenta Cristina Fernández.
«Creo en un proyecto nacional; no sé por qué se asustan y se preocupan tanto, si lo único que digo es que reconstruyamos un capitalismo nacional en Argentina», fue una de las respuestas que Kirchner, en el 2003, aún candidato a presidente, le dio al sociólogo Di Tella en una serie de charlas mantenidas tiempo antes de las elecciones generales de ese año y que fueron sintetizadas en el libro.
Algunos fragmentos del texto formarán parte de la presentación que hará la Vicepresidenta, a un mes de las elecciones presidenciales y en su reaparición pública tras las PASO.
Desde las 18, bajo el título «De castas, herencias, derrumbes y futuro», Cristina Fernández ofrecerá una ponencia en la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), en Sarmiento 2037, en la Ciudad de Buenos Aires.
Reeditado a 20 años de su primera publicación, por iniciativa de la Escuela Justicialista Néstor Kirchner, el libro exhibe un diagnóstico de la coyuntura nacional y mundial de comienzos de siglo y la matriz del pensamiento político del expresidente, quien abogó entonces por «volver a movilizar a la sociedad».
«Es imperativo impulsar una agresiva política industrial por ser la actividad más dinámica para generar riqueza genuina, elevar la productividad global, mejorar la recaudación fiscal y, por lo tanto, crear aceleradamente puestos de trabajo. La reindustrialización es la clave», respondió Kirchner cuando Di Tella le preguntó si era necesario desarrollar una política industrial o, en cambio, «dejar que el mercado y el flujo de inversiones» decidieran el rumbo.
Estas conversaciones estaban enmarcadas en una Argentina aún resquebrajada tras la profunda crisis política, económica y social del 2001, resultante de una década de políticas neoliberales -implementadas primero por Carlos Menem y luego por Fernando de la Rúa-, en la que «el mercado y el economía desalojaron al Estado y a la política (…), en una aceptación explícita de la teoría del derrame».
«Lo único que derramó esa teoría fue miseria», afirmó Kirchner respecto a esa premisa liberal que defiende la idea en torno a que la riqueza producida por el mercado redundaría ´per se´ en un beneficio para toda la sociedad, es decir sin intervención estatal en la distribución de los recursos nacionales.
Por el contrario, Kirchner defendió la aplicación de políticas de articulación entre el Estado y el mercado que superaran «la acción pendular de haber pasado de un Estado omnipresente a un Estado desertor».
«El eje de mi proyecto será aplicar un modelo de producción y trabajo, cuyo objetivo principal será reconstituir el tejido productivo doméstico», señaló el entonces candidato a presidente, quien puso a la banca pública como instrumento de financiación central para ese objetivo.
A contramano de «superministros» que monopolizaron el control de la economía en la década del ’90, Kirchner postulaba: «El presidente de un país que quiere recuperar su autonomía y su patrimonio tiene que manejar toda la política económica y tiene que tener un ministro de Economía que instrumente las políticas como director estratégico del plan político, económico y social, que ese presidente decida llevar adelante».
Explicaba así la condición básica y necesaria para la implementación del modelo de reindustrialización y defensa del mercado interno que aplicaría el kirchnerismo entre el 2003 y el 2015. Hablaba de «un ordenado proceso de sustitución de importaciones, que tendrá al mercado interno como su demandante básico» y desde allí «impulsar una agresiva estrategia exportadora».
Ese plan de producción -que luego ejecutó- lo imaginó «dentro de un proyecto nacional que planificara la aplicación de las herramientas crediticias, logísticas, de infraestructura y de apoyo tecnológico».
Las recurrentes crisis de deuda y la presencia del Fondo Monetario Internacional (FMI) en distintas etapas del país son abordadas en el último de los diez capítulos del libro, denominado «El sistema impositivo y la deuda externa», y hoy cobran especial vigencia cuando la Argentina vuelve a sufrir nuevas imposiciones del organismo multilateral de crédito.
«Hay que lograr una reprogramación más una quita de intereses y capital para poner en marcha la capacidad productiva de nuestra economía, a través de una negociación digna y responsable», decía el exjefe de Estado y daba así señales de como se instrumentaría luego las exitosas tratativas llevadas adelante por su Gobierno, que alcanzaron una histórica quita de intereses y el pago total de la deuda con el organismo en el 2005.
Además de cuestionar la «poca flexibilidad» que el FMI había mostrado con el Gobierno de Eduardo Duhalde, Kirchner planteó que el FMI debía otorgarle a la Argentina «viabilidad interna» para que el país fuera «sustentable» porque «¿Se puede cumplir internacionalmente si la Argentina se destruye?».
«El más elemental sentido común nos dice que para que el acreedor pueda cobrar, el deudor no se tiene que morir. Tenemos que hablar del tema de la deuda externa sin complejos, sin miedos e ignorando a los sectores neoliberales que se regodean diciendo que los argentinos somos incorregibles, que nunca cumplimos con nuestros compromisos», enfatizó.
Cerró la idea y postuló: «Jamás pagaría la deuda externa sin darle primero sustentabilidad a la Nación».
«En la Argentina hay un establishment económico con apoyo de algún sector periodístico que nos hizo creer que si no gestionaban el Estado los sectores liberales y neoconservadores era imposible gobernar. Y eso es una gran mentira»
Sobre el final, en las conclusiones de un libro que dedicó a su madre, a Cristina Fernández, su «compañera de toda la vida» y «al futuro» de sus hijos Máximo y Florencia, Kirchner hilvanó uno a uno los trazos gruesos de su pensamiento político y, entre muchas reflexiones, advirtió: «En la Argentina hay un establishment económico con apoyo de algún sector periodístico que nos hizo creer que si no gestionaban el Estado los sectores liberales y neoconservadores era imposible gobernar. Y eso es una gran mentira».
«Si volvemos a exaltar el sentido de Patria y en cada acción clavamos la bandera con orgullo y reverencia, no tenga ninguna duda de que vamos a sentar las bases de un país política, cultural e institucionalmente diferente», le dijo Kirchner a Di Tella en los inicios del 2003.
Y concluyó: «A los hombres y mujeres del mundo que hoy nos miran como si esto se fuera a desbarrancar, quiero reconocerles que Argentina tiene muchos problemas, pero que no se encuentra en venta y puede volver a ser un país normal».