Obras de Salta y Tucumán se destacan en los últimos días de la Fiesta Nacional del Teatro
La obra salteña «Nunca nadie se murió de amor excepto alguien alguna vez» y la tucumana «Jardín florido» (lo que subyace») destacaron en los últimos dos días de una nutrida y alentadora agenda de estrenos en la ciudad de Catamarca en el marco de la Fiesta Nacional del Teatro, que reúne grupalidades escénicas de todo el país, y que se desarrolla hasta este miércoles 20.
También se vieron la propuesta riojana «Crucificción», que se desarrolló en el Centro de Cultura y Trabajo Comunitario de Villa Dolores dirigido por el teatrista Oscar Nemeth, un espacio autogestivo vecinal con un bello jardín, una casa centenaria y una acogedora sala en las afueras de la ciudad de San Fernando del Valle de Catamarca, que se unió así a las celebraciones y funciones de esta 37ma edición de Fiesta.
La obra de títeres «Cuando el viento ruge» del grupo Tándem Teatro de la Ciudad de Buenos Aires, el espectáculo «24 toneladas», que une teatralidad y circo para contar una historia sobre la quema de libros en la última dictadura orientada al público adolescente e infantil y que procedente de la provincia de Buenos Aires llegó invitada, completaron lo que se vio ayer en Catamarca.
Mientras que el domingo se conocieron el sensible dúo de la provincia de Jujuy que componen Juan Villegas y Luis Sánchez en «La Compañía Americana de Danza en gira a China», con dramaturgia y dirección de Sergio Mercurio; y la experiencia mendocina de teatro de luces y sombras «Fuera de este mundo», de la Compañía Pájaro Negro de Luces y Sombras, versión del clásico de Albert Camus, «El extranjero».
«Nunca nadie se murió de amor excepto alguien alguna vez»
«Nadie nunca se murió de amor…» es una nueva versión, que vira el registro dramático y lento de la obra original de Ricardo Ryeser y que con puesta de Guillermo Baldo estuvo en esta Fiesta Nacional en 2019 representando a Córdoba, hacia un lado casi escatológico, humorístico y extremo que funcionó perfectamente con el público e «incendió» literalmente la platea de la repleta sala Urbano Giraldi.
La obra sitúa una mujer casi completamente vendada, con el 98 por ciento de su cuerpo quemado y su cuidador, entre los que se establece un juego de amor-odio, que en esta versión alcanza ribetes desopilantes y transgrede el gestó dramático original.
Con dirección y puesta de Rodrigo Cuesta y las actuaciones de Daniela Canda, de notable despliegue y especialísimo carisma, y Pablo Aguierre, esta versión salteña de «Nadie nunca se murió de amor…» vira hacia el absurdo, se detiene y vuelve sobre sí misma introduciendo el detrás de escena, rompe de a ratos la cuarta pared y entabla diálogo con el público y bajo un clima de euforia y festejo se desarrolla modificando de raíz el registro sobre la crueldad y el amor del original en un gigantesco pase de comedia farsesca.
«Jardín florido»
En el caso de «Jardín florido…», título que remite al «Jardín de la República», la obra con dramaturgia y dirección de Carlos Correa trabaja sobre el distanciamiento para pintar una representación del horror de la última dictadura militar pero desde dispositivos discursivos externos: canciones, libros de divulgación, avisos publicitarios, sin relación manifiesta con la situación política.
El texto se arma a modo de collage uniendo extractos de un manual de jardinería, publicidades de época, un artículo sobre prótesis y «miembros faltantes» y pequeños segmentos ficticios sobre el lado oscuro de la angustia, que terminan de componer una puesta sólida, que se desarrolló con el escenario invertido y una pequeña platea de 45 personas sobre él mirando hacia el interior de la sala.
Alejandra Páez Salas y Martín Lombardelli extreman notables trabajos actorales con composiciones sólidas que registran el código corporal, las muecas y las acentuaciones de una época para dos personajes barnizados con el brillo fatuo de la felicidad y los buenos comportamientos alentados por la propaganda inorgánica del sistema, quebrado solo por atisbos de angustia y desesperación que llegan desde el personaje de Páez Salas en determinadas conversaciones con su pareja.
«Crucificción»
«Crucificción», que pone a cuatro mujeres en escena para narrar algunas historias de pueblo en medio de la devoción cristiana y con algunos personajes arquetípicos, como una prostituta, una virgen, una millonaria y la mujer que ayuda en las tareas del tempo, arranca con una fuerte impronta, en un monólogo divertido y lleno de ritmo de Carla Vázquez, que parece un clown instintivo que arrasa con su comicidad y el contacto que establece con el público.
El ingreso a la historia y la escena de las otras mujeres le resta al relato parte de la originalidad que venía desarrollando y estanca su dramaturgia hacia lugares más transitados aun cuando se trata de un trabajo que logra desarrollar sus intenciones y en proceso de construcción.