Cada vez más caro, Uruguay debate sobre la enfermedad holandesa
The Big Mac index elaborado por la revista The Economist arrojó que «el peso uruguayo está sobrevaluado 22,9% contra el dólar estadounidense» si nos rigiéramos por el costo en ambos mercados de la clásica hamburguesa, sobre cifras a fin de junio 2023.
Uruguay ganó la medalla de bronce en estos juegos olímpicos (o mejor dicho hamburgueseros) de los países en que se paga menos por un dólar. Suiza encabeza el ránking y le sigue Noruega, ambos países líderes del rico EFTA, que es el bloque regional autonomista y asociado en muchos sentidos a la Unión Europea.
El Índice Big Mac fue inventado en 1986 pretendiendo ser indicador para conocer intuitivamente si las monedas están en un nivel de equilibrio respecto de EE.UU. Y la conclusión del último reporte es que, para alinearse con los u$s5,58 que cuesta el Big Mac en el país del norte, el tipo de cambio en Uruguay tendría que marcar $46,42 y no los actuales $37,77.
Por cierto, no es que los uruguayos necesitaran la publicación del ránking para saber que tienen un problema de sobrevaluación. Con el dólar planchado en Uruguay, cayó la exportación en julio un tercio (-31%) y la suba del PBI es proyectada por la gremial del Comercio en 1% para fin de año. El crecimiento depende en 2% de una planta de celulosa recién inaugurada, sin la cual habría una recesión de un punto en el año.
La caída comercial en 2023 de Uruguay se debe a la menor demanda china, los límites argentinos para importar y su menor oferta sojera por la sequía. En siete meses que acumula este año, la caída fue de cuarta parte (-24,3%) según el órgano oficial de exportaciones e inversiones Uruguay XXI.
Once caídas mensuales consecutivas desde setiembre 2022 lleva la comparación mensual de exportaciones interanuales, informó la Unión de Exportadores del Uruguay. En los siete meses del año van u$s5.400 millones exportados, mientras que en los doce meses acabados este julio, las ventas cayeron 15,6% ante el período interanual anterior (u$s9.399 millones).
La afluencia multitudinaria de turismo de compras hacia Argentina dejó en evidencia el nivel de disparidad cambiaria creciente entre ambos países
La sequía -que redujo al tercio la cosecha de soja y a un quinto su exportación-, sumada al costo presupuestal de capear el déficit hídrico para población y producción, ralentizan el PBI muy abajo del 2% proyectado por el Banco Central y del 1,3% enviado al Parlamento.
La producción récord forestal y su celulosa derivada no es suficiente para revertir el tobogán fuera del agrobusiness, mal aliado del dólar bajo, que abarata importar y encarece exportar.
El paciente de Países Bajos
Por eso asocian en el panorama a componentes de la célebre «enfermedad holandesa», como se denomina al perjudicial impacto de la suba rápida de ingresos a un mercado por nuevas fuentes de recursos.
Hoy esa etiqueta recae en cualquier actividad que genere suba cualitativa de la entrada de dólares: sean commodities al alza por mayor demanda externa o entrada masiva de Inversión Extranjera Directa temporal o permanente.
Uruguay tuvo sobredemanda de carne de China en 2022, que aminoró a medio año de guerra en Ucrania. La Universidad Católica registró en el primer semestre un déficit comercial con China de u$s277,5 millones, cuando en igual lapso de 2022 tuvo superávit de u$s606,9 millones, según su Instituto de Negocios Internacionales.
Interanualmente, China quedó como segundo socio comercial, con caída de 41,9%, por menores ventas de carne, soja, madera y lácteos. Su baja de demanda se hizo notar tras un año récord, en paralelo al inicio del conflicto bélico.
Además de la balanza comercial, otro síntoma de la sobrevaluación vino desde la vecina orilla: el costo bajo de bienes argentinos que le copan vía contrabando hormiga o importación legal mayorista. También se abarata importar del vecino o desde extrazona, provocando menor suba del PBI en otros rubros y cierre de firmas: la industria ve recargados sus costos para manufacturar y exportar por suba del salario real en dólares, favoreciendo la desindustrialización en una economía dependiente de pocos sectores.
Las proyecciones de la Cámara de Comercio y Servicios para fin de año es de un dólar a 40 pesos uruguayos y $42 a fin de 2024.
La actividad exportadora en el puerto de Montevideo se ralentizó este año, en coincidencia con la sobrevaluacion del peso uruguayo
La caída del tipo de cambio del 16% en Uruguay en el conjunto de los últimos tres semestres cerrados, desde inicios de 2022, llevó al respetado Centro de la Realidad Económica y Social (CERES) a un diagnóstico grave: el mercado oriental quedó en una «trampa». Y del mismo deviene un pronóstico sombrío: ello llevará a una «muerte lenta».
Se revela «un problema generalizado de pérdida de competitividad frente a nuestros socios comerciales, y también frente a las economías con las que competimos», opina Ignacio Munyo, director de CERES, quien comparó el tipo de cambio real con el de los socios y competidores: Uruguay está bilateralemente 60% más caro que Argentina, 45% más que Brasil y 28% más que China.
En base a lo anterior, Munyo alertó que «esta situación es gravísima desde el punto de vista de la paridad cambiaria con los socios comerciales». Confesó que «yo nunca había visto un diferencial tan grande de precios con todos los principales mercados a los que Uruguay le vende», por lo que «vamos a seguir siendo caros, con un dólar atrasado hasta el año 2024».
A la búsqueda de remedios
La suba de la tasa de interés de referencia hasta bajar la inflación a la mitad, una mayor inversión extranjera directa, el turismo emisivo potenciado a Argentina, servicios de exportación en tránsito, y mejor nota de la deuda por el menor riesgo-país, forman un combo con un dólar que tocó piso en julio debajo de los $37, empeorando competitividad y bajando inflación.
El problema es que no resulta tan fácil resolver el atraso cambiario con una devaluación. Para CERES, si el tipo de cambio aumentara 12,5% a 42,7 pesos, corrigiendo la mitad del atraso que detecta el Big-Mac Index, la inflación se iría al doble (8,7%) a fin de año. El director alertó de los impactos en las negociaciones gremiales para mejorar el salario real, la reducción de la importación, aumento de inflación, informalidad, contrabando y menos recaudación.
«Mejorar la situación» del dólar, estima, conllevaría estos «potenciales conflictos en varias dimensiones».
El IPC fue deflacionario (-0,36%) en julio, acumulando 3,40% en siete meses y 4,79% interanualmente, por fin dentro del rango meta (3%-6%), gracias a la continua suba de tasa monetaria que ahora bajó de 11,75% a 10,75% y en agosto caerá otros 50 puntos. El Índice de Confianza del Consumidor (ICC) de la Universidad Católica del Uruguay y Equipos Consultores está en 52 puntos, en la zona de moderado optimismo, pero retrocediendo 2,8 puntos porcentuales ante la medición anterior, la más alta desde marzo 2015 con 54,7 puntos.
En el «Consumo final de los Hogares» los expertos de la CCSUY destacan «la incidencia positiva del gasto de consumo durante los viajes de turismo en el exterior, principalmente a Argentina», combinados con «el consumo de servicios de transporte de pasajeros y las prendas de vestir». La Cámara de Comercio y Servicios acaba de pronosticar 1% suba de PBI 2023 y 2,3% PBI 2024, por debajo del pronóstico del FMI (2%/2,9%), del gobierno (1,3%/3,7%) y el promedio de los privados (1%/3%), dice el Boletín Económico de la institución en la segunda semana de agosto.
Los presidente Lacaqlle Pou y Alberto Fernández chocaron frecuentemente respecto del nivel de apertura y flexibilidad del Mercosur: para Uruguay, el modelo de integración está en la base de su problema de sobrevaluación cambiaria
Tipo de cambio y relaciones carnales
Las «relaciones carnales» del Cono Sur con el dólar y Estados Unidos cada vez están menos imbuidas de la «carnalidad» (SIC) preconizada por el ex canciller argentino Guido Di Tella al asumir en 1991.
La crónica oficial sobre la gaffe de Di Tella justificaba que al ex canciller no le gustaba leer discursos y cuando tocó el punto de hablar del ríspido nexo con la potencia norteamericana usó, desde el escenario, varios sinónimos para reclamar la sustancia que debían de tener dichas relaciones, lo que le llevo a mencionar «carnalidad» (SIC), en el sentido diplomático de ponerle carne a la estructura anatómica, pero vacía, de los acuerdos-marco.
Si extrapolamos el modelo argumental a la globalización económica, más de una vez llamada macdonalización, el canciller Santiago Cafiero nos manifestaba -bajo su presidencia rotativa del Mercosur el primer semestre- que Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay deben elegir cuál es el rol que quieren cumplir en esta etapa pos-Covid de cadenas regionales de suministro: si exportar a la Unión Europea valor agregado o sólo vender bienes primarios (carne, trigo, maíz, soja), secundarios de mínima industrialización (pan, queso o aceite) o servicios de menor especialización (freir papas, picar carne, armar hamburguesas y servir mesas al turista).
Es que la ganancia principal la aporta crear servicios y patronizarlos para captar inversión, con el fin de franquiciarlos. Aunque no haya desaparecido, ya superando la mera macdonalización del mundo empresario de un EE.UU. hegemónico -que criticaban a inicios de siglo antiglobales del francés Josè Bovè-, se va consolidando la bipolaridad Washington-Beijing con unos socios prioritarios, proveedores amigos y consumidores walmartirizados, amazonados o alibabeados.
El argumento del gobierno argentino es que la región demanda productos manufacturados, pero China y EEUU nos primarizan. No quieren lo mismo con UE urgida por materias críticas y energéticos.
Con el dólar bajo los fundamentos, Uruguay pierde competitividad y se refleja en exportar un tercio menos que un año atrás. Los primeros productos exportados a Brasil son lácteos, malta y plásticos, mientras que a Argentina autopartes, vehículos y energía eléctrica. Sin embargo, a China es carne bovina, soja y despojos o subproductos cárnicos. Varía levemente a EE.UU. que repite otra vez carne bovina, despojos o subproductos y madera o productos de madera.
La república oriental tiene por delante definir cuál será su rol según el combo que elija para su sueño de ser una cajita feliz. Puede hacerse el llanero solitario o ser un más modesto miembro de un famoso Club de Toby, como Mercosur, pues -más que a nivel global- debe plantearse el papel que quiere cumplir en la región, el mismo dilema o cuestionamiento que le hicieran hace tres décadas al ministro argentino de Exteriores, sobre las «relaciones carnales» de su país.
No se trata de contestar la obviedad del óptimo deseado, sin que sea planificado y alcanzable desde su posición en el barrio: cumplir el rol del pan, que es al primero que lo muerden, el del queso que está en el horno hasta derretirse, el de la carne picada obrera o emigrante o el del jamón del medio, entre dos grandes ex imperios -y hoy repúblicas gigantes- como son la Argentina y el Brasil. En vez de ser proveedor de comida para burgueses cabe la posibilidad de aspirar a ser uno. Una buena opción es agregar valor o, mejor aún, crear valor vía innovación, patentes y franquicia como la hamburguesería de Ronald. Pues no es opción hacerse el payaso.
(*) Carlos Montero Gaguine es analista de política internacional y editor de La Síntesis Económica Mercosur