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Reflexiones de la vida diaria: ‘Pequeños momentos de porquería’

«Pequeños momentos de porquería»

Nuestra vida cotidiana está repleta de momentos malos, regulares y otros, realmente de porquería. (No hablo aquí de los buenos momentos, porque son muchos menos, y no tienen tanta gracia como los malos).

Hoy quiero analizar esos pequeños momentos de porquería con los que nos enfrentamos a diario. No nos cambian la vida, pero nos rompen las paciencias. Y nadie está exento.

Vos terminás de lavar los platos, muchos platos. Te secás las manos, pensás que vas a hacer algo más productivo con tu vida que darle a la esponja y al detergente, te das vuelta, y ahí está: una taza, un plato, un vaso, un cuchillo, una cucharita o el juego completo de platos que heredaste de tu abuela que quedó sin lavar. ¿Qué hacés? ¿Lo lavás? ¿Lo dejás ahí para que lo lave otro integrante de la familia? ¿O directamente lo hacés desaparecer tirándolo a la basura, pero a la basura del vecino, para que nadie se de cuenta? ¿Por qué nadie te avisó que estaba ahí para lavar? ¿Por qué no estaba con las demás cosas? ¿Quién lo puso ahí? Y lo más misterioso: ¿quién lo puso ahí si vos vivís solo?

Otro caso de estudio. Estás apurado. Muy apurado. O podés no tener ningún apuro. Te ponés la campera o el saco, metés un brazo por una manga, intentás meter el otro brazo… y no podés. Por un momento pensás: “¿me pasa algo en el brazo?” “¿Cómo es que no puedo embocar la manga?” “¿Quién habrá puesto ahí esa taza?” Pero en seguida te das cuenta de lo que está sucediendo. No podés embocar la manga, porque la manga está dada vuelta. ¡Ahijuna Mandinga! ¿Quién te dio vuelta la manga? ¿Por qué tardaste tanto en darte cuenta que la manga estaba dada vuelta si ya sabés que cuando no le embocás es porque la manga está dada vuelta? ¿tendrán las mangas vida propia, como los cables?

Otro gran pequeño momento execrable: querés prender la tele con el remoto. Y apretás todos los botones, pero no parece funcionar ninguno. El remoto dejó de funcionar. “¿quién lo habrá roto?” pensás – porque siempre, como verás, es culpa de otro, – hasta que caés en la cuenta. No está roto. Se quedó sin pilas. Y vos tirado en el sillón. ¿Habrá pilas de repuesto? Si las hay, ¿dónde diantres están? Esas dos pilas que están hace días sobre la cómoda, ¿son nuevas o son usadas? Porque mirá si te ponés a cambiar las pilas y resulta que las que estás poniendo no funcionan. Nadie quiere pasar por ese momento más horrible que candidato que promete bala. ¿Salís a comprar pilas? ¿Viste lo cara que están las pilas? ¿Compro las pilas alcalinas, o las comunes que son más torabas? Pero las torabas se sulfatan, y al final salen más caras. Finalmente, tomás la decisión correcta: sacás las pilas de otro control remoto, y solucionás el problema. Quien quiera usar el otro remoto, que se embrome. (So pena de ser sospechado de ser quien deja los utensilios de cocina fuera de la vista a la hora de lavar o de ser quien da vuelta las mangas de las camperas).

El baño es otro lugar de espantosos momentos. Y no hablo ya de que no haya papel higiénico o que haya, pero que no sea suficiente. Eso califica como un gran momento de porquería, como también que se corte el agua mientras te bañás, que no haya shampú o que te resbales en la bañadera. Esos son “catástrofes higiénicas de magnitud”. Sin embargo, cuando menos lo esperás, después de bañarte plácidamente, sin ningún inconveniente a la vista, manoteás y manoteás y la toalla no está en su lugar. Es más: no solo no está en su lugar. ¡No está en el baño! Y en ese momento hasta dudás si no será que tampoco está dentro de los límites de tu propiedad. ¿Quién sacó la toalla de su lugar? ¿Hay alguien que se dedica a sacar toallas, poner tazas, dar vuelta mangas y gastar pilas en tu casa? Y si vivís solo… ¿no serás vos?

Fuera del hogar, hay otro gran pequeño momento de porquería. Que sucede cuando vas a comprar algo y el sistema te rebota la tarjeta. Y vos sabés que no es posible. Que tenés fondos, a menos que un hacker te haya desvalijado. Vos tenés fondos, pero la señora oriental no entiende de sabiduría occidental, a pesar de ser uruguaya. Si el sistema dice que no tenés, no tenés, aunque vos jures que tenés. Lo peor de este momento es que no podés dejar de pensar en qué pasó con tu guita, en el tiempo que te va a llevar protestar en el banco, en la malasangre de no poder usar la tarjeta para otras cosas, y todo, sabiendo que tenés saldo. A menos que… ¿pagaste el último resumen? ¿Seguro? ¿Cuándo? ¿Pagaste el total o el mínimo? ¿Te está fallando el bocho? ¿quiénes son esas personas que te rodean? ¿Por qué te empuja uno vestido de azul adentro de un auto? Bueno… tranqui. Ya va a pasar. Son apenas momentos. Brevemente eternos. Como este texto.

Fuente: Telam

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