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Reflexiones de la vida diaria: ‘Ningún niño nace turista’

«Ningún niño nace turista»

“Industria sin chimeneas”. Así definen muchos al turismo. Que no aplica si te toca un contingente de fumadores en pipa. O una convención de fabricantes de chimeneas.

Hay muchas formas de turismo: están el turismo gastronómico, el turismo de compras, el turismo religioso y el turismo de lujo, que engloba a todos los turismos anteriores, incluso al religioso, porque cuando ves lo que cuestan esos viajes de lujuria exclamás: ¡Dios mio!

Luego están los falsos turismos, a saber: El turismo de aventura, por ejemplo. Eso no es turismo. Eso es una aventura. Ir a hacer trecking, o en castellano, caminaring, en medio de una montaña en Timbuktú, es exactamente igual que ir a caminar a una montaña en Lomadelquetejedi. ¿Qué cambia? ¿Los peligros que te acechan?

Otra falsedad: esa gente que se va de safari al África y va custodiada por 3 camionetas y 12 personas con rifles, armas largas y dardos tranquilizantes no vive una aventura. Aventura es otra cosa. Es sin red. Aventura es ir a un restaurante de moda y pedir sin mirar los precios. Eso es arriesgar la vida.

Otro turismo falso es el llamado “turismo deportivo”. Si vas a esquiar, no vas a hacer turismo. Vas a esquiar. Y no te importa si la montaña es linda o fea. Te importa que haya nieve. Además, ¿cuál es la necesidad de ir a esquiar? Porque para partirme una gamba, es mucho más económico agarrar un martillo y partírmela en bañadera de casa que es mucho más calentito. Y te dicen los que esquían: “No sabés qué sensación increíble: es como volar”. No es como volar. Volar es como volar. Esquiar es como andar patinando haciendo eses sobre la nieve sin ningún propósito como un nabo.

El ski no es para los que vivimos en las ciudades. Es para los que viven ahí en las montañas en esos pequeños pueblitos, tan típicos, tan pintorescos y tan aburridos que lo mejor que puede pasarte en la vida es hacerte bolsa contra un árbol esquiando.

O el turismo “extremo”, esa moda de viajar a Calgary, a Sydney, a las Islas Pedórricas para hacer bungee jumping. Eso de atarse de una soga y tirarse de un puente. Y yo siempre que veo las imágenes espero que no pase nada grave, pero en el fondo… siempre espero que se corte la cuerda. Que no pase nada malo, pero secretamente hincho por la cuerda rota… 

Y los que lo hacen te dicen: “No sabés la sensación, la adrenalina. Es como volar”. No. No es como volar. Es como tirarse de un puente atado a una soga. Volar es como volar. Volar es planear, subir, bajar. Las palomas tienen fama de bobas, pero vuelan. Los bobos, no.

Y después está el “mini turismo”. Que no es el turismo para gente pequeña, sino para presupuestos pequeños. Yo estoy un poco harto del mini turismo: eso de ir a la verdulería y volver sin un mango ya me aburrió un poco. Conozco el camino, todas las paradas, la única sorpresa: el precio.

Pero uno siempre sueña con viajar. Con un poco de suerte, próximamente ya podré hacer viajes más largos. Tal vez llegue al supermercado y hasta me anime a entrar. Ojo: a pasear. O sea: al supermercado iría a hacer turismo gasolero.


Después están los que abogan por un “turismo responsable”. Si hay alguien irresponsable a la hora de viajar, es el turista. Se afana las toallas, los ceniceros, los remotos, los cubiertos,  y no se llevan el hotel porque pesa mucho en la valija y te cobran sobrepeso.

Y la forma de disfrutar de un viaje no es la misma para todos. Los que más me molestan son esos que viajan para ver cosas distintas, y cuando llegan al lugar se quejan de que todo es distinto. ¡Claro! ¡Es otro lugar, distinto!

O los que viajan a un país exótico, totalmente ajeno a nuestra cultura, pero para comer buscan una parrilla argentina o un restaurante italiano. ¡Comé lo que comen en el lugar, hermano! Bueno… si son caníbales, podés buscar una parrilla argentina, aunque, por las dudas, yo recomendaría no comer cosas hechas con carne en esos lugares… 

Y después están los que viajan porque les sobra la plata, y no tienen mucho bagaje cultural. En una reunión social, la vez pasada, un señor estaba contando que había ido a Mykonos. Y otro le preguntó: “¿Dónde queda Mykonos?” “No sé”, contestó. “Nos llevó el avión”.

Y están los turistas que viajan para sacar fotos y torturar a las amistades mostrándoselas: “Mirá las líneas de Nazca: saqué 2587 fotos”.

Y eso no es nada. Ahora todo el mundo filma. Películas pedorras, movidas, fuera de foco, quemadas, con gente que no te importa, historias que no te importan y de lugares que te interesan menos que la vida sexual de los cangrejos célibes. Y mientras las vas mirando, porque no tenés más remedio, no te preguntás si algún día vas a poder viajar a ese lugar, sino que te preguntás: “¿cómo terminé yo siendo amigo de estos nabos?”

Y ahí es donde descubrís que estás rodeado de nabos y te vienen las ganas de irte de viaje muy lejos, a un país exótico, pero eso si: donde haya una parrilla argentina.

Fuente: Telam

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