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Reflexiones de la vida diaria: ‘Trapos son los viejos’

Trapos son los viejos

¿Alguien se puso a analizar alguna vez la vida de los trapos? No hablo de las banderas deportivas, políticas, geográficas, idealistas, multicolores, ni siquiera hablo de un banderín. Hablo de los trapos.

Ese cacho de tela que usamos para limpiar, lavar, pisotear, ensuciar, matar moscas, apoyar las patas y, dependiendo el estado, como repasador o servilleta.

¿Cómo llega un trapo a ser un trapo? Y no hablo de los que nacieron para trapo, sino a los que la vida los llevó por un camino de manchas, costuras rotas, polillas, navajazos o problemas de equilibrio y pulso a la hora de sostener un cucurucho, hasta convertirlos en trapos.

Yo creo que debo ser el único que cuando compro una remera nueva, por ejemplo, pienso inmediatamente: “esto algún día va a ser un gran trapo”. Y no es que tenga el espíritu reciclador ecologista habitando mis ventrículos. No. Yo pienso en los trapos. Porque no todas las telas sirven para trapo. La seda, sin ir más lejos. Hay que ser muy fifí para tener trapos de seda, o ser el dueño de una sedería que cada día vende menos.

Es más: si veo que la tela es muy pipí cucú, aunque me quede bien, no la compro. La tela pipí cucú, habitualmente, no sirve ni para trapo. Y además, habitualmente, no la puedo pagar.

Además es mucho más meritorio ir pensando en una remera que será trapo que en un calzoncillo o una bombacha que será trapo. Trapo de calzón, hace cualquiera. Es el destino inevitable, a menos que ya estén tran transparentes que no resistan una juntada de mugre de la mesada más.

Y yo al comprar la remera nueva pienso en trapos, porque no se puede vivir sin trapos. Usted tal vez me diga: “pero andá y comprá un trapo”. No señor. Que te vendan un trapo nuevo es una estafa. El trapo no nace. El trapo se hace.

Por otra parte, es mucho más sencillo transformar una remera en trapo que un trapo en remera. Y ni te cuento en calzón. ¡Lo incómoda que debe ser una zunga de trapo de piso nuevo!

Y aquí viene mi gran queja: ¿por qué no venden trapos hechos de prendas viejas que se reconvierten así en trapos? Claro. La gente quiere trapos nuevos, limpios, con olor a celofán, envueltos al vacío, con la etiqueta cocida a la costura que después no la podés terminar de sacar nunca. ¿Sabés la cantidad de puestos de trabajo que podrías dar si te ponés a fabricar trapos rejillas con ropa vieja deshilachada y vuelta a hilachar en fina cuadrícula? Después solo te queda meterlo en un poco de lavandina, ¡y tenés un  trapo rejilla hecho de cosas que nacieron para ser trapo!

El trapo nuevo, en cambio, hasta tenés que trabajarlo para que responda. Lo empezás a usar y no es como “escoba nueva que barre bien”. No. Tenés que ablandarlo un poco, sacarle el olor a tinta química y sobre todo, evitar atragantarte con la pelusa que desprende.

Es más: a un trapo nuevo lo cuidás. Y eso te hace limpiar peor. En cambio a un trapo ya entrapeado… nada lo detiene. Se anima a todo.

Yo entiendo que no esté bien visto que el encargado del edificio ande pasando el lustra metales con un resto de corpiño. ¡Pero es que los corpiños no sirven para lustrar metales! ¡Qué lo use para los pisos de los pasillos! No. Al lustra metales, no. ¡Al corpiño!

Por otra parte: ¿qué gracia tiene aparecer ante una emergencia con un trapo nuevo recién comprado en la mano? Mucho más heróico es, a las 3 de la mañana, cuando se detecta la gotera de agua turbia, recurrir a esa remera Hering que compraste en Camboriú y que ya te quedó mal al segundo lavado, y arrojarte con la remera hecha un bollo, ya camino de ser trapo, a salvar el piso flotante de su irremediable destino. Ni hablar si partís la remera al medio y usás la mitad para cubrir el piso y la otra mitad para intentar detener la gotera. ¡Dos trapos de un solo tiro!

Un caso digno de mención son los elementos que no son trapos, y que se niegan a ser trapos. En esta categoría caen las franelas, los repasadores y servilletas y las más rebeldes: las toallas. Porque la toalla es como el calzón: hasta que no parece una radiografía, no se deja de usar como toalla. Podrá quedar relegada por otras toallas más mullildas, pero a trapo, por alguna causa, la toalla no se rebaja nunca.

Las franelas, en cambio, tienen un derrotero muy distinto. Porque se utilizan, en principio, para cosas delicadas, hasta que un día, por no tener trapos a mano, lo único que queda para contener el agua hervida desbordante de los fideos, es la franela. Y ahí se le va toda la fineza al demonio. ¡Bien merecido lo tiene la franela! ¿A quién le ganó? Incluso en los autos, la franela va codo a codo con la rejilla, pero siempre con un aire de superioridad. Hasta el día que empieza a salir humo del radiador: ahí adiós a todo blasón de nobleza de la franela. Nada de secar vidrios o pasarla por el tablero de instrumentos. ¡Derecho al carter que pierde, mi amor!

Los dichos populares, además, discriminan al trapo. “Le pasó el trapo”, “le sacó los trapitos sucios al sol”, “quedó hecho un trapo” o “estoy hecho un trapo”…¡Momentito! ¡Más respeto! ¿Qué sería de tu vida sin trapos? Una roña sería.
Si, ya sé. Me van a decir que los trapos sucios se limpian en casa. Eso es porque nunca vinieron a mi casa.

Fuente: Telam

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