«Del cielo a casa», que se inaugura este miércoles en el Malba, conecta la vida simbólica y afectiva de la cultura argentina con la materialidad de lo cotidiano a través del tiempo y de objetos que funcionan como archivo de la vida de todos los días: una botella de lavandina sobre un auto, un surtidor de combustible YPF, elementos domésticos como una heladera marca Siam o cacerolas, hasta piezas emblemáticas del diseño local como la silla Butterfly.
Desde el siglo XX hasta el presente, «Del cielo a casa» se detiene en la experiencia cotidiana de los objetos y en el significado que tienen esas piezas para los argentinos y las argentinas, en la subjetividad que evoca esa materialidad en relación al pasado. El recorrido hace conexiones inmediatas como la cacerola que representa mucho más que un utensilio de cocina porque es símbolo de protesta y malestar social, otras -en cambio- son más subrepticias, como la forma de una galletita merengada o el envoltorio de una golosina que ya no se consigue.
Con más de 600 objetos, piezas de arte, poemas, recortes audiovisuales y documentos, la muestra aúna historia, diseño, arte e industria. Los objetos dicen, recuerdan, hacen historia porque tienen una historia con las personas: para algunos serán los marcadores Sylvapen que se usaban en la escuela, para otros, las sillas Bristol de la esplendorosa Mar del Plata, para los jóvenes post noventa principios de los 2000 la tapa de discos de cumbia villera. La lista es infinita.
«Del cielo a casa» fue imaginada y proyectada de manera colectiva por un grupo multidisciplinario integrado por historiadores, diseñadores gráficos e industriales, arquitectos y editores y se agrupa, como le gusta definir al equipo, en constelaciones. Las constelaciones -se sabe- forman galaxias y estas se resumen en tres ejes: la identidad del territorio, el diseño por fuera de los cánones y las vicisitudes políticas, sociales y económicas de nuestro país.
En palabras de Paula Zuccotti, una de las curadoras, la muestra propone una mirada etnográfica que va más allá de quién creo o con qué fin se imaginó cierto objeto y en tal sentido no se trata de una muestra de historiografía argentina del diseño sino una narrativa material de la cultura argentina.
«Lo que hace la etnografía es pararse desde el usuario en esa casa donde habita y entonces estudia las cosas que van más allá de la intención del diseñador o del publicitario. Estudia esa relación muy íntima ente los objetos y las personas, historias que se generan que a veces no se pueden explicar, valores, costumbres, creencias», explica a Télam.
Un ejemplo concreto de «historias invisibles» es la lavandina apoyada sobre el techo de un auto, un código urbano que avisa que un coche está en venta sin decirlo y fue una costumbre para evitar el pago de impuestos. Así, en esta exposición la lavandina amarilla marca Ayudín se posa sobre el techo de un Dinarg D-200, un pequeño y moderno sedan de origen nacional pero del que sólo de fabricaron 300 de las 3000 unidades planificadas para 1961.

Un hilo que une la gran exposición que ocupa el segundo piso del Malba es la economía. «Del cielo a casa» comienza con la exhibición de objetos de plata para desplegar una metáfora sobre el origen de la historia argentina con la búsqueda de ese mineral en estas tierras, pero también la asociación linkea con esa frase bien argentina de que «la plata siempre falta», una realidad material histórica fruto de vaivenes económicos, crisis, golpes de Estado.
Del interés que colonizó esta geografía a narrativas cercana a los bolsillos de los argentinos y las argentinas, está la crisis de 2001. De un lado al otro, se agrupan una cacerola de aluminio machucada, con una olla Essen (tan emblemática de un modelo de negocios, por cierto) y una de marca Lafont (producto de actual moda con el regreso de la pasión por el hierro e inaccesible para muchos) y por arriba sobrevuela la trompa de un helicóptero, réplica de la aeronave realizada por el ingeniero autodidacta Augusto Cicaré en 1959, pero también evocación del día en el que un presidente abandonó la Casa Rosada.
El recorrido se presenta como en secciones y una de ellas es la ruta, que luego conectará con el campo y la vastedad patagónica. En la ruta, el diseño y el desarrollo del país se enlazan, por ejemplo, en la famosa moto tehuelche, un producto hecho en su totalidad en nuestro país, con un surtidor de la petrolera de bandera YPF del año 1943, o los típicos calendarios sexualizados que antes eran moneda corriente de publicidad, en este caso de la marca de neumáticos Fate en los años 60, o el diseño que dio origen al logotipo de ACA.
Luego, el campo: una mesa, una silla de junco, una caja de fósforos Ranchera, la pava de aluminio -intervenida con una virgen, obra del genial artista León Ferrari-, cajas que se apilan con la leyenda PAN, en referencia al Programa alimentario nacional de 1984 a 1987, que distribuía comida para la población que lo necesitaba.
Pero el campo también es una gran obra de arte, como «Bañistas» de Florencia Bohtlingk, portada del libro «Las aventuras de la China Iron», la celebrada novela de Gabriela Cabezón Cámara que resignifica en clave queer la gauchesca. Cerca nomás, hay alpargatas, un poncho araucano, una montura de polo de diseño exclusivo y se proyecta el video de la famosa publicidad de la llama que llama, ese animal tan representativo de la extensión de nuestro territorio.
Y de la vastedad al hogar: encendedores Magiclick, licuadora Yelmo, cafetera Atma, televisores Noblex, plumeros, guantes de goma anaranjados, radios o vajilla, como la de la fábrica Cristalux, recordada por sus formas bombé y color caramelo que fue recuperada en 2002 por sus trabajadores, tras el cierre y abandono de sus dueños en 1999. Hay también una prenda de vestido que representa el estilo de Doña Petrona y dos tortas de bautismo en réplica de porcelana que se inspiran en tortas que realizó la famosa cocinera, figura emblemática de la cocina, del progreso y del cambio de una época.
Inmensa e imposible de narrarla en su conjunto, «Del cielo a la tierra» es una exposición que habla de lo íntimo y de lo colectivo a través de los años. Testigos de los vaivenes sociales, políticos y económicos de la Argentina -un segmento, por ejemplo, se llama «Cicatrices» y dedica especial atención a la producción material en torno al Mundial del 78-, los objetos aquí funcionan como vehículos de memoria afectiva con el pasado pero también permiten revisitar la potencia de la producción nacional y el desarrollo de la industria y la creatividad local.

Los objetos, a veces, salen de su dimensión más expositiva -por ejemplo juguetes y elementos deportivos realizados en la industria nacional- y toman la forma también de piezas de arte intervenidas que reimaginan y aggiornan la solemnidad del pasado, como una obra de arte del Mocha Celis donde intervienen el famoso retrato de Domingo Faustino Sarmiento con maquillaje y lo llaman «La Sarmiento».
Desde un pupitre de escuela a electrodomésticos de industria nacional (lavarropa, motos, autos, heladera), de elementos deportivos a juguetes de la infancia como Rasti, de la vanguardia de la arquitectura y la creatividad de los diseñadores en mobiliarios increíbles a botas Pampero o cajas de alfajores Havanna, los objetos alojan sensaciones y significados tan enormes capaces de unir en una misma cartografía la crisis de un país con el sonido de una época, como la voz de Tato Bores en su programa de los domingos. Y en su conjunto, como se revela esta exposición en el Malba, exponen de qué forma la cultura material es también una forma de narrar la argentinidad en esas pequeñas cosas de la vida cotidiana, una silla, un sonido, un cartel visto al pasar o una cacerola.
«Del cielo a casa» será inaugurada este miércoles a las 18 con una conferencia a cargo de Martín Kohan. La exposición se puede visitar hasta mediados de junio en el Malba, avenida Figueroa Alcorta 3415.
