‘Más vale mascota en mano que cien volando’
No soy un gran amante de los animales, y particularmente me desagrada una especie: la de los seres humanos. Pero a la gran mayoría de los seres humanos, los animales que más simpáticos les caen, son las mascotas. Claro: si en lugar de caerte mascotas, te cayesen encima sapos o gorilas en celo, salí de ahí.
Debe ser lindo ser mascota. Porque la tienen re fácil: no tiene que salir a laburar, no tienen que jugarse la vida para conseguir morfi ni tiene que sacar un crédito hipotecario para conseguir vivienda. Una mascota, básicamente, se rasca. Sobre todo si tiene pulgas. Pero esa es su tarea: no hacer nada. El sueño húmedo de Homero Simpson y de algún amante de la reposera.
Si, ya sé. Me dirán que las mascotas te acompañan. ¿En serio te sentís acompañado por los pececitos de colores? ¿Y qué otra cosa puede hacer una tortuga en invierno, salvo acompañarte? Y el gato… ¡El gato te acompaña si él quiere! (Ojo: hablo del gato-gato, del animal felino cuadrúpedo- no confundir con otro gato).
¿Y el canario? El canario te acompaña porque lo tenés enjaulado. Habría que ver cuánto aguanta de esa música que escuchan tus hijos si tuviese la puertita abierta.
El gran enemigo de las mascotas, reconozcámoslo, es un animal depredador típico de los hogares del mundo: los niños. ¿Quién, de niño, no ha experimentado con la cola de su perro? ¿Quién no ha puesto a prueba las siete vidas de un gato? ¿Quién no ha armado un ring de cartulina y puso a pelear a la tortuga con el loro? (A mi me contaron que hacen eso…)
La otra característica de las mascotas que aprecia el humano es que las susodichas “juegan con uno” o viceversa. Yo no estoy tan seguro de que sepan jugar. Los seres humanos le damos a los animales esa cualidad humana de jugar. Y nunca vi un documental de gatos jugando al Scrabbel o un perro campeón de ajedrez y mucho menos a un loro resolviendo un sudoku.
Como ya dije, no soy afecto a los animales. Ni siquiera embalsamados. Pero una vez tuve una pecera. Me la había recomendado el médico para el estrés. Me había dicho que cuando me sintiera estresado, que me sentara a mirar los pececitos. Que me iba a relajar, y me iba ayudar a dormir. Y así fue. El problema fue cuando quise ir a hacer buceo, que ni bien entraba al agua y veía un pez, me quedaba dormido…
Y cuando uno dice “mascotas” piensa en los niños. Sin embargo, cada dos por tres, leemos noticias de tipos, ya grandotes, que tienen como mascota un yacaré en el living, un puma en el dormitorio, una araña pollito en la bañadera. Y acá hay que aclarar: una cosa son los animales llamados “domésticos”, y otra muy distinta son bestias o alimañas capaces de devorarse a una empleada doméstica. Y siempre te dicen lo mismo: “no hace nada. Es mansito”. Eso mismo decía la familia de Jack el Destripador.
¿De dónde vendrá este asunto de tener animalitos en la casa? ¿Vendrá de la época que siempre había que tener algún bicho a mano por si te quedabas sin nada para poner en la parrilla a la hora de la cena? O sea… ¿hoy?
El drama surge cuando le pasa algo al pobre bicho y hay que mentirle descaradamente a los niños: “Nemo no se murió. Se fue de shopping al centro y se perdió, pero ya va a volver. Los pescaditos tienen un olfato bárbaro” Y mientras un padre trata de calmar al niño, el otro progenitor, encargado o tutor sale desesperado en busca de uno parecido. Pero nunca será igual. El otro se parecía a Nemo y el nuevo se parece a Bob Esponja. El perrito era un caniche y ahora te trajeron un doberman con peluca. Y Firulais no volaba como este bicho que trina desde una jaula…
Y no solo te mienten cuando espicha el bicho. Te meten el verso siempre. Como una vez que teníamos un gato en casa, y yo descubro que le gustaba tomar agua del inodoro. Y mi mamá me explicó que era porque el agua es más fresca en el inodoro. Y yo me quedé pensando: ¿cómo sabe eso mi mamá? ¿la probó?
Además, los humanos tenemos un doble estándar con las mascotas. Claro. Fijate que las mascotas de los mundiales de fútbol, o de los juegos olímpicos, son siempre animalitos. En cambio, ¿por qué, con ese criterio, en las carreras de caballos, o las carreras de galgos, la mascota no es un ser humano?
Y algo que siempre me llamó la atención: esa relación de diálogo que tienen los dueños, que se enojan cuando el bicho no los entiende. Y le gritan al perro: “¿Cuántas veces te dije que no te subas al sofá?”. Y me parece ver al perro queriendo decirle: “No sé. Mi no habla castellano”.
Muchos catedráticos sostienen que, en definitiva, lo que nos diferencia de los animales, es el lenguaje, que nos hace ser la especie dominante. Y tal vez sea cierto, pero para mi hay algo más poderoso que nos diferencia de los animales: y es que nosotros, los humanos, no le tenemos miedo a la aspiradora.