Un crack descomunal en un equipo mediocre
A cuatro décadas de la última vez que entró en la zona de los 16 mejores y más lejos todavía de sus años luminosos tras su paso sin pena ni gloria por Rusia 2018, Polonia vuelve a una Copa del Mundo con un equipo consolidado cuyo soporte nodal y factor añadido es nada más ni nada menos que uno de los más calificados delanteros del planeta: Robert Lewandowski.
En efecto, Lewandowski, el mismo que en Baviera hizo delirar semana a semana a los seguidores del Bayern Múnich, hasta dejar la inaudita aureola de 344 goles y 73 asistencias en 375 partidos, con un promedio de rúbrica en la red de 0.92, para tomarse el avión a Barcelona y recalar en el Camp Nou previo pago de 50 millones de euros.
Esta portentosa gacela que en Qatar se las verá con «Cuti» Romero, Nicolás Otamendi, Emiliano Martínez y compañía, es hoy, con 34 años cumplidos el 21 de agosto y tantísimo hilo en el carretel, el noveno goleador histórico de la historia del fútbol.
Lo preceden ocho conspicuos monstruos como Cristiano Ronaldo, Josef Bican, Lionel Messi, Romario, Pelé, Ferenc Puskas, Gerd Müller y Jimmy Jones.
Originario de Varsovia, Lewandowski goza de los favores de la madurez y de la plenitud, viene de jugar unas eliminatorias fabulosas y de una temporada en la que prosiguió en su proverbial costumbre de establecer récords, sea en el Bayern Münich, sea en la selección de su país.
Con la camiseta polaca hace casi un lustro que consumó un logro si no imposible que parecía de lo más dificultoso: borrar la marca de máximo anotador que estaba en manos de Wlodzmierz Lubanski, con 45 goles en 67 partidos.
Aunque con un promedio más bajo, en su caso 76 goles en 134 partidos, Levandowski pasó a dominar una galería que incluye a unos cuantos próceres, incluso algunos de peso propio en la historia de los mundiales, tal como Grzegorz Lato, el calvo wing derecho que atormentó a la Selección Argentina en Alemania ’74 y con sus siete goles, marca mayor en esa competencia, impulsó un tercer puesto hasta entonces inédito, que sería repetido en España ’82.
Además de Lubanski con 45 y Lato con 42, quedaron por debajo de Lewandowski el inolvidable Kazimierz Deyna (el mismo al que el Pato Fillol atajó un penal en Rosario durante la Copa del Mundo del 78), Ernest Pohl, Andrzej Szarmach y Zbigniew Boniek.
Sencillo de describir en su póker de virtudes sustanciales (frialdad, paciencia, sentido de la ubicación, espléndido remate con pelota en movimiento o en los tiros libres), se inscribe en la tipología de esos delanteros que, vistos desde fuera de la cancha, parecen fáciles de controlar, pero desde adentro se vuelven una permanente fuente de inquietud bajo la latente amenaza de lo tortuoso.
Y a la hora donde mueren las palabras, donde todo goleador exhibe su desnudez, en las estadísticas, la figura del número 9 polaco cobra una dimensión extraordinaria.
Es el segundo anotador en la historia de la Bundesliga, el jugador más rápido en convertir tres goles (en cuatro minutos), y el más rápido en convertir cuatro (en seis minutos), y el más rápido en convertir cinco (en nueve minutos) y el jugador extranjero al que menos partidos demandó llegar a los 100 goles: 168.
Y con la camiseta de su selección, la de las Águilas Blancas, hizo efectivo el segundo triplete más rápido de la historia, a Georgia, en cuatro minutos, por la clasificación a la Eurocopa de 2016.
Lewandowski, el goleador de grandes ligas que además del Barsa pretendieron Real Madrid, Chelsea y Paris Saint-Germain, es el otrora muchacho al que hostigado por su delgadez se sintió urgido de pasar seis horas diarias en un gimnasio y el mismo al que una lesión puso al borde del retiro y Legia Varsovia II descartó y mandó a la calle.
También es el que jugó en cuatro clubes polacos (Delta Varsovia, Legia, Znicz Pruskow y Lech Poznan) antes de desembarcar en la Bundesliga por 4.5 millones de euros, esperar su momento y soltar amarras favorecido por una lesión del delantero centro por entonces titular del Borussia Dortmund, el argentino-paraguayo Lucas Barrios.
Y por cierto, por sobre todo, con índole de dichosa dinastía, es el eslabón más virtuoso de una red familiar estrechamente ligada con la práctica de los deportes federados.
Su padre, Krzystof Lewandowski, fue campeón de yudo y futbolista profesional; su madre fue jugadora de vóley y vicepresidenta de Partyzant Leszno; su hermana también juega al vóley y formó parte de la selección polaca Sub-21 y su esposa, Anna Stachurska, con quien tiene una hija de cinco años, Klara, es una destacada karateca que cosechó una medalla de bronce en el Mundial de 2009.
Lewandowski es licenciado en Educación Física y Deporte egresado de la Wyzsza Szkola de Varsovia, consta en los archivos su fotografía con vestimenta acorde, traje azul, camisa blanca, toga negra, amplia la sonrisa, pero en materia de alimentación y de cuidados todo lo deja en manos de Anna.
«A veces ni sé qué pone en el plato, lo piensa todo ella», dice distendido, confiado, el fabuloso delantero, indispensable usina de ilusión para los polacos y de desvelo para los defensores de Arabia Saudita, México y Argentina en el mano a mano del miércoles 30 de noviembre en el Estadio 974 de Doha.
Habitué del Guinness futbolero, Míster Lewangoalski, que así lo llaman, ya ha gritado un gol propio centenares de veces… y va por muchos más.