La Fiesta Nacional del Teatro festejó su 36ta edición con una novedosa programación
La 36ta. Fiesta Nacional del Teatro, que se desarrolla en la ciudad de Resistencia, Chaco, funciona ante un público ávido y con entradas siempre agotadas, que entre la variedad de la programación se encontró con espectáculos de valía como «Los Santos», de la provincia de Neuquén, la ya conocida «Ana y Wiwi», porteña y para el público menudo, y «Piel de cabra», de la provincia de Buenos Aires.
«Los Santos»
«Los Santos», sobre idea y con actuaciones de Eleazar David Fanjul y Claudio Daniel Dorigo, dirigidos por el danés Karl Stets, trata acerca de un matrimonio de años y según las gacetillas habitan una desvencijada casa que perteneció «a una vieja dama, rodeados del lujo de antaño y olor a humedad».
Esos datos parecen una introducción innecesaria, porque nada de eso sale a la luz durante la función, pero el gozoso espectáculo, en el que no se pronuncia una sola palabra, participa del mimo, de la acrobacia, de la música informal y de la composición exacta de los personajes, y sobre todo posee un humor punzante que no es para reír a carcajadas pero sí para reflexionar acerca de algunas convivencias.
Ambos actores ingresan a escena en paños menores, lentamente, como muñecos sin vida, pero de pronto y frente al público, irán proveyéndose de las ropas que darán el carácter a sus criaturas: Fanjul será la mujer, el ama de casa de peluca enloquecida que arrastra los pies al caminar y carraspea en forma amenazante, al punto de que algún espectador temió ser alcanzado por salivazo inesperado, y Dorigo será un esposo a la antigua, con actitud de dominio y bigotito hitleriano, aunque a la larga saldrá siempre en desventaja.
La mayor parte de la acción ocurrirá alrededor de una mesa circular, donde la pareja beberá cerveza de numerosas botellas pero de un solo vaso y donde cada cual hará todas las trampas para vencer al otro. Esos elementos –además de cierta cantidad de pequeños vasos para licor- se transformarán en objetos para un juego admirable en el que rodarán sobre la mesa, en ocasión en forma vertiginosa, para describir distintas elipsis y evitar las caídas al piso.
Dorigo es neuquino y Fanjul nacido en Rosario, pero hace mucho tiempo que trabajan y estudian juntos en varios países su particular manera de encarar el arte del clown, en el que no solo realizan proezas sino que además asumen cabalmente sus personajes dramáticos. El nórdico director Stets parece ser uno de sus maestros.
En su papel de acróbatas, vasos y botellas también serán tomados por Fanjul y Dorigo para hacer difíciles equilibrios sobre ellos, en unos ejercicios de relojería en los que no puede haber falla alguna –con la excepción de una torre de botellas que en la función local se obstinaba en no llegar al equilibrio-, y también para ofrecer una clase de cómo se colocaban antaño las ventosas en la espalda para el catarro, la circulación sanguínea y otros males.
Lo cierto es que además de sus virtudes como acróbatas, malabaristas y aun «músicos» inusuales, Fanjul y Dorigo demostraron que son asimismo grandes actores; mostraron cómo con pequeños gestos se puede componer un personaje, desde la pedantería del marido al hartazgo marital de la esposa, a la que el primero otorga los ojos más azorados, desgastados, desesperados (sin esperanza) que puede contener una vida como la suya.
«Los Santos» fue un espectáculo para disfrutar y comprobar cómo ciertas disciplinas escénicas pueden parecerse a un ejército en acción.
«Ana y Wiwi»
Otro espectáculo valioso fue «Ana y Wiwi», escrita y dirigida por Lorena Romanín en su primera incursión en una obra para el público menudo, vista en Buenos Aires en 2021 y 2022 e invitada a diversos festivales, que ubica su acción presumiblemente en una estancia correntina en la que nace un ternero (Wiwi) que pronto será objeto de disputa entre una niña y la hacendada que quiere venderlo a un frigorífico.
Actúan Luciana Grasso, Mariano Mandetta, Jorgelina Vera, Daniela Fiorentino como deliciosa titiritera, más Yacaré Manso como guitarrista en escena, cantor, compositor de la música y grato silbador, con diseño de títeres de Alejandra Farley, luces de Diego Becker y vestuario y escenografía de Gabriella Gerdelics, ayudada en el segundo caso por el equipo del Centro Cultural San Martín.
La historia es previsible; la pequeña –huérfana de madre- y el animal entablan una intensa amistad, la patrona modelada a la manera de Cruella de Vil es violenta y sus incursiones se producen siempre a través de furiosos malambos e incluso ritmos propios del Oeste estadounidense y el padre de la chica, peón obediente, dirime la acción entre el amor por su hija y sus deberes como subordinado.
Por supuesto que el final es feliz y casi todo el mundo emergió de la sala con la palabra «Wiwi» en labios y oídos y tarareando la pegadiza música de la obra.
«Piel de cabra»
La inteligente «Piel de cabra», con dramaturgia y dirección de Nicolás Blandi, es un interesante juego entre la ficción y el ensayo, muestra sus trucos frente a la platea con desfachatez y sin disimulo alguno y enfoca una tragedia quizá rural en la que una hermana con rasgos de aristócrata venida a menos es vampirizada por una hermana transformada en loba.
La relación es tensa, la primera tiene como única actividad el cebado de mate y asegura sentir repulsión por esa hermana de sangre –la expresión tiene su sentido-, refugiada en algún lugar sombrío y a la que alcanza el alimento con un largo palo que termina en una pala de albañil, hasta que la llegada de un médico muy particular, que promete toda clase de curas, transforma la realidad de la cebadora.
Ese médico tiene el rostro vendado y solo deja entrever ojos y boca, lo que obedece a un gran incendio que se produjo durante su infancia, provocado por él mismo, en el que murieron sus padres. La relación entre el profesional, de palabra sentenciosa, altanera, y quien lo recibe no tardará en pasar a mayores, mientras la poesía convive con lo siniestro.
La pieza tiene actuaciones formidables que revelan la enorme preparación del equipo, delicadezas de gesto y movimientos y con una letra llena de sobreentendidos y recursos como el uso de un micrófono para añadir onomatopeyas a algunas escenas mimadas, más la incorporación de músicos que en algún momento participan de la acción.
«Piel de cabra» proviene de Lomas de Zamora y tiene como intérpretes a Soledad Bautista, Florencia Bonetti y Gabriel Raso, con música en escena de Andrea Geuna y Federico Meier, con asistencia de dirección de Emiliano Dátola.