Espectáculos

En ‘Vitalicios’ la cultura es una carga pesada cuando se idolatra a los mercados

María Rosa Frega, Cecilia Cosero y detrás Pablo Flores Maini.

La actriz María Rosa Frega descuella como una empleada pública con ínfulas de jefa en «Vitalicios», una obra del español José Sanchís Sinisterra que dirige Mónica Benavídez y cuyo elenco se completa con los efectivos Cecilia Cósero y Pablo Flores Maini; se ve en La Carpintería, una sala del barrio porteño de Balvanera.

Sanchís Sinisterra no solo es prolífico sino que sus obras suelen interesar a directores y elencos argentinos, que repasan sus títulos con frecuencia en el entendimiento de encontrar textos efectivos y muy bien bordados, que además parten de distintos géneros, desde la comedia hasta lo épico, sin desinteresarse nunca de lo político o lo social.

Así puede incurrir en la melancolía de «El cerco de Leningrado» u «Olga, Masha, Irina, Variaciones sobre Chéjov», o en el humor de feria de «¡Ay, Carmela!» o su espejo «Ñaque o de piojos y actores», sin perder su compromiso artístico e ideológico y volcarse a la comedia oscura y cínica, como es el caso de «Vitalicios».

Aquí enfoca sin disimulos el endiosamiento del «Mercado» como fenómeno promovido por la ideología neoliberal y reúne a una jefa (Frega) y dos subalternos (Cósero y Flores Maini) «en el quinto subsuelo de una sórdida dependencia estatal -lo dice el autor en el programa de mano, concebido como debe ser- donde repasan los nombres que figuran en una larga lista de personalidades artísticas para llevar adelante la misión que se les asignó: reducir los Premios Vitalicios, porque en épocas de vacas flacas hay que cortar por lo sano».

Aunque el autor sea español el asunto no resulta ajeno a la Argentina, donde, entre otros ministerios, el de Cultura se fusionó alguna vez con otras cosas y se convirtió en Secretaría, como prometen volver a hacer algunas cofradías que intentan regresar: si no produce ganancias, lo cultural es deficitario, indeseable e incluso peligroso.

Por eso ese largo juego de reprobaciones (muchas) y aprobaciones (pocas) que abre la acción de la obra, que por otra parte tiene una formidable escenografía de Eduardo Spíndola, que aprovecha la profundidad del escenario y que en su desprolijidad transforma esa oficina en una cárcel de la que será muy difícil salir.

La pieza también se permite un homenaje a Harold Pinter, porque en ella se utiliza un montacargas que trae objetos y vituallas de alguna parte, enviadas por autoridades de mayor rango, que sin embargo no deben ser las principales en jerarquía; esos desconocidos remitentes también deben someterse a otras órdenes -quizá también anónimas- para no perder su salario.

Sanchís tiene muy buen oído para el habla oficinesca, para las pequeñas miserias, para las competencias de esos seres desprotegidos y obligados a convivir tantas horas al día, a obedecer sin cuestionar; de allí los diálogos de quienes respetan las jerarquías y de quien teme perder su asiento de poder, con los que la directora Benavídez baña de verosimilitud la realidad que muestra.

Responsable de la excelente «Algo de Ricardo», de Gabriel Calderón, que Osmar Nuñez ofrece en la misma sala hasta el próximo fin de semana, Benavídez tiene la rara virtud de no entreverarse con el texto de «Vitalicios», de sortear limpiamente las transiciones, mantener la cadencia interna de la obra y mover a sus intérpretes con fluidez.

María Rosa Frega es una actriz poseedora de la gracia de actuar: en cualquier género. Puede ser la madre atormentada de «Millones de segundos», de Diego Casado Rubio, la conflictuada y desopilante maestra de «La suplente» o la reina de Egipto en «Cleopatra», las dos de Mariano Moro, y también puede levantar una errática comedia shakespeareana pre-pandemia con su sola presencia y creatividad.

Aquí es quien detenta el poder, aun consciente de sus limitaciones, pero segura de que al ejercerlo nadie se atrevería al despojo: su criatura es prepotente, arbitraria, y al mismo tiempo encantadora y llena de humanidad. El público mayor verá en su trabajo la línea de Olinda Bozán, aquella estupenda comediante.

A su lado, Cecilia Cósero -quien también aparece actualmente en «Clausura del amor», en la sala del Payró- construye lo suyo con preciosismos, no solo con su gestualidad y con su voz, sino con los pasos inseguros, con sus apresuramientos de principiante, con un profundo saber sobre el personaje.

No menos efectivo es el trabajo de Pablo Flores Maini -quien además de actor es director y fungió como tal junto al recordado Manuel Iedvabni-, porque comprende asimismo su papel de veterano al que la vida sumergió en ese pozo burocrático y sigue las reglas del juego mientras ejerce un humor vitriólico que remata con una voz ejemplar y una forma de pararse en escena que es toda una delicia.

«Vitalicios» se ofrece en La Carpintería, Jean Jaurés 858, Abasto, los viernes a las 20.

Fuente: Telam

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