A 20 años. de la Masacre de Floresta
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El 29 de diciembre de 2001, Argentina atravesaba aún días trágicos. En el minimercado de una época de servicio de Gaona y Bahía Blanca, Maximiliano Tasca, Adrián Matassa, Cristian Gómez, y Enrique Díaz – jóvenes estudiantes de entre 23 y 25 años.– compartían su cerveza mientras seguían las parte sentados frente al televisor del local,. El videograph contaba los muertos, los caídos por las balas de una represión colosal desatada en todo el País. Corría “el estallido”.
Juan de Dios Velaztiqui, de la comisaría 43, asimismo sentado, tras los chicos, “de custodia” en el lugar,, vestía uniforme y placa: portaba su arma, reglamentaria, una Browning GP-35 calibre 9 mm que desenfundó, enojado por un comentario que hizo Maxi sobre las parte, y disparó cuatro veces.
A Maxi lo mató en el acto, con un tiro certero en la cogote. Adrián (a quien el homicida creyó muerto) quedó agonizante y falleció al día ulterior. Cristian, caído boca debajo, llegó a darse reverso. Fue el único que vio la cara de su sayón antes, de morir,; el dañino lo remató en el suelo. Enrique, único sobreviviente de la matanza, alcanzó a escapar.
Acto seguido, Velaztiqui arrastró los tres cuerpos fuera del local,, plantó un arma,. Llamó a su comisaría. “Bajé a tres cacos”, dijo. “Muy bien, don Juan, tres cacos menos” fue la respuesta de sus superiores. Pero los testigos eran demasiados; y tras las audiencias correspondientes, el policía (que murió a mediados de 2021) fue finalmente condenado y preso el 11 de noviembre de 2003.
El tribunal que lo juzgó, no hizo lugar,, sin embargo,, al pedido de la fiscalía de dar curso al proceso por aparente afirmación y encubrimiento al subcomisario Miguel Arcángel García y al subinspector Diego Almada, quienes tuvieron a su cargo la brumosa investigación interna.
La Masacre de Floresta desató una genuina “pueblada” en la que todo el barrio, salió a pedir {justicia} y consiguió que, pese a los intentos de encubrimiento, se concretara, al menos, la condena del dañino.
La historia vuelve a repetirse
Resulta irrealizable, hoy, no rememorar y asociar aquellos hechos con el caso de Lucas González y con tantos otros crímenes similares, antes, y posteriormente de Floresta. Como si, pese a las movilizaciones civiles, los juicios, las verdades reveladas, poco hubiese cambiado.
En demasiados de los asesinatos por parte de las fuerzas de seguridad como el que aquí se recuerda, los verdugos y sus encubridores agravan el crimen en sí: buscan aparentar un robo, plantan un arma, y amenazan a testigos. Un “modus operandi” con color institucional, y no una excepción, según pretende la teoría de “la manzana podrida” aludiendo a estos crímenes cual meras fatalidades del destino.
A 20 años. de la matanza, conversamos acerca de esos hechos con Silvia Irigaray, la mamá de Maximiliano Tasca. Pero no empezamos hablando del horror, sino del sentimiento destino más poderoso del que estamos dotados, y que ella supo automatizar en beneficio colectivo.
-Silvia, «Yo salí del dolor con mucho amor,», la hemos escuchado opinar más de una vez. La donación de órganos de su hijo casi nada a horas de su muerte,, su tarea con las Madres del dolor y sus charlas a futuros policías, entre otras acciones, lo confirman ¿Cómo encauzó ese dolor inmenso?
–Te diría que ese día nació otra Silvia buscando la forma de poder reconstruirse. O me moría con mi hijo o juntaba los pedazos para rehacerme. Desde aquel momento hasta hoy, siento que Maxi me desprecio línea,. Y logré seguir a partir de cosas que tenían que ver con él. Su relación en la carrera de Relaciones Internacionales era sobre Medio Oriente. Él estaba inscripto en Cascos Blancos y todo lo suyo giraba en torno a la paz y a librar vidas. Eso me guió.
También hay que {hablar} de mi barrio,, que en su momento salió a defender a sus pibes, a exigir, a pedir {justicia}, fue movilizante; venían hasta con los cochecitos con sus hijos. Eso era, es y será amor,. Ese amor, nos puso de pie. Ese amor, fue el que a mí en particular me hizo reflexionar e hizo que me preguntara ¿qué hago posteriormente de esto? Así me puse a enhebrar ideas.
-A Velaztiqui lo habían cesanteado. Y pese a tener referencias de vejaciones, fue reincorporado un año antes, de la matanza. Además, pretendió fraguar un robo para encubrir su crimen, amenazó a testigos y usó balas expansivas expresamente prohibidas ¿Quiere hablarnos sobre esto?
–Sí, lo ratificaron en el razón los seis testigos que había en el lugar,. Sandra Bravo, la mujer que atendía el local,, un piloto comercial que estaba tomando un café, los playeros de la época de servicio donde estaba el maxikiosco.
Sandra fue quien vio cómo Velaztiqui, posteriormente de tirar los cuerpos al playón, le plantaba un cuchillo a Cristian, aprovechando que la mano estaba todavía caliente y podía doblar los dedos para aparentar que lo había empuñado. Al ver esto, Sandra le gritó “¡Qué hace! ¡Eso no es de los chicos!” y el policía le contestó amenazador: “cállate, o también hay para vos”.
El dañino, es cierto, disparó con balas de punta hueca, que están prohibidas porque tienen la propiedad de hacer un daño extra, de agenciárselas tejidos blandos para expandir su luces. Son balas diseñadas para matar, que él mismo había comprado. Eso demuestra su deseo, su voluntad de apurar con la vida de otros. Pero más allá de eso, adicionalmente, yo insisto con que el Estado es totalmente responsable, porque a este criminal que antes, habían despedido de la fuerza, lo reincorporó. Por todo esto, yo recién dormí en paz y terminó mi duelo cuando murió el dañino de mi hijo.
-Asesinato, intento de culpar a la víctima fraguando pruebas falsas, amenazas: Se repiten las variantes del caso Lucas y tantos otros ¿Qué yerro para que esto cambie definitivamente?
–En los últimos y nuevos policías, los que conversación en la calle, noto un nota primordial, y es que son más amables. Pero me refiero a los muy nuevos, de casi nada un par de años. ¿Qué yerro? Falta humanizarlos. Falta que seamos más los que nos involucremos.
Por ejemplo, yo ya tengo pensado que el año que viene la voy a invitar a la mamá de Lucas para que venga conmigo a las charlas. Siempre es mejor {hablar} con un pipiolo. El policía de más de 40 años. de edad, ya está hecho. Los jóvenes, los que están en formación, tienen la oportunidad de entender que ellos son el Estado. Que están para ayudar, no para {llegar} al lugar, y matar. No es lo mismo un robo, que es un problema social: que te mate un policía es que te mate el Estado.
-¿Cómo es la experiencia de dar las charlas a cadetes? ¿Qué más podría hacerse para cambiar este tipo de cosas?
–A mí me gusta mucho dar esas charlas. Las promesas que me hacen: “no voy a ser fácil para el gatillo” me dicen, que es {algo} sobre lo que les insisto así, textualmente: “no sean fáciles para el gatillo”: el {gatillo} no es {fácil} por sí mismo. Son personas las que “se hacen fáciles” para disparar.
Ese policía dañino, en vez de utilizar la palabra utilizó el arma, para darle fin a la vida de los chicos –para fusilarlos por la espalda– y consideró que ellos no tenían que opinar… que tenían que callar. Eso es lo que hay que cambiar. Mi anciano registro en ese sentido es a las Madres del Dolor, mis compañeras, mis amigas. Si nosotras, desde el dolor, logramos hacernos oír, ¿cómo no va a poder originar un cambio un gobierno, cualquiera del poder político?
-Usted tomó una intrepidez difícil y generosa al donar los órganos de su hijo, practicamente a horas de su crimen…
-En ese momento no pregunté carencia. Fue como si hubiese escuchado la voz de mi hijo; su alma, que me decía “mami, acordate de que soy donante de órganos”. Volví a mi casa, busqué el documento, llamé al Incucai, me pasaron a agenciárselas. Yo estaba en shock. No gritaba. No lloraba. Cuando llegamos a la comisaría para preguntar cuál era el chancillería interviniente, el personal de vigilancia nos maltrató.
La persona que me acompañaba golpeó el escritorio enfurecida: “¡esta mujer quiere salvar una vida con los órganos del hijo a quien mató alguien con uniforme como el suyo!” El hombre dijo “perdón, yo no sabía”. Y empezaron los trámites. Mucho tiempo posteriormente, esto dio lugar, a que {junto} al enjuiciador Vitale lográramos impulsar Protocolo de Ablación de Órganos para fuerzas de seguridad en caso de muerte, traumática”.
PROTOCOLO DE ABLACIÓN DE ÓRGANOS
La rápida papeleo de donación de órganos del cuerpo de Maxi casi nada a horas de morir, –aquel mueca radiante que Silvia sintió “dictado” por su hijo– asimismo tuvo un intención constitutivo a {largo} plazo. Como parte de su obra reparadora, ella se movilizó y reunió fuerzas para simplificar un mecanismo que, interiormente del enorme dolor de los familiares, abrirá la posibilidad de librar vidas.
Esa otra forma de sanación colectiva, que es parte de su obra y afirmación, llegó a puerto con rango de norma justo y permitió poner en marcha desde el año 2017 –Silvia destaca en este logro la participación, del enjuiciador Gabriel Vitale– el “Protocolo de actuación para fuerzas policiales en procesos de ablación e implante de órganos y/o tejidos humanos en casos de muerte traumática”.
En el instructivo se incluyen todos los pasos a seguir de forma conjunta entre los diferentes actores, y en particular de las fuerzas de seguridad. El protocolo revista la importancia de dinamizar –para humanizar– un procedimiento esencialmente tormentoso desde la experiencia del deudo que, sin embargo,, tiene la intención de sobreponerse a una tragedia extendiendo la liberalidad del donante a un destinatario a la dilación de aquello que será vida; otra paradoja, otra enseñanza, otra forma de convertir el dolor en amor,.
-¿Qué consejo le deja este aniversario?
–Para mí es como si hubiese sido ayer. Como si Maxi se hubiera tomado unos días de ocio. Pero adicionalmente siento {algo} muy doloroso con la muerte, de Lucas González: no hubo rincón del País donde esto no se asociara con lo que pasó acá en Floresta. Hubo muchas cosas en global: un dañino uniformado, un intento de encubrir…
Estoy en contacto permanente con Cinthya, la mamá. Nos hablamos todos los días. Pienso en Lucas, pienso mis nietos. Voy a seguir haciendo esto por ellos y por todos los chicos que necesitan un mundo menos violento.
-¿Cómo seguir?
–Siento que es Maxi quien orienta esto de algún modo; hay un hilo rojo que me conduce a buenas personas y acciones. En esto se convirtió mi vida. Y aunque es angustioso, me gusta. Me da la galardón de un achuchón, de mensajes amorosos. Y para mí eso es un gran regalo.
Barrio, plaza, monumento y memoria
La Plaza del Corralón, a la que se accede a la cúspide de la Avenida Gaona al 4600, en el corazón de Floresta, donde Télam entrevistó a Silvia, es un sitio significativo de la Ciudad por varias razones. A metros de nuestra conversación, se destaca el monumento “Los chicos de Floresta-Sucesos 2001” inaugurada el 29 de diciembre de 2004.
Allí se levanta una escultura de hierro realizada por María Claudia Martínez, Verónica García, Jorge Gaute y Adrién Kierszembaum. Alrededor de la obra juegan invariablemente un enjambre de niñas y niños, confiriéndole sin formalidad alguna, desde la inocencia del desconocimiento, una vida imparable: destino el correlato de la misma fuerza que madres como Silvia le imprimieron a la más dolorosa de las pérdidas.
Toda una metáfora de la continuidad esencial que incluso se expresa en la donación de órganos, en las charlas a los cadetes, en la voluntad de reponerse, de irradiar de vida aquellos recovecos de nuestra sociedad donde acecha, todavía, el siniestro lengua de la muerte,, el único que manejan los miembros de las fuerzas de seguridad que eligieron el {gatillo} por sobre la palabra.
La plaza, a su vez, es asimismo correlato de dos Argentinas posibles: desde los tempranos años. 70, ya un grupo, de militantes había comenzado a trabajar en el solar promoviendo la estructura sindical y la tarea social.
Aunque el revés del ´76 arrasó con todo aquello tras años. de militancia barrial, el predio fue finalmente recuperado por la comunidad local,. Se sumó una escuela media inaugurada en 2008 que incluye la formación en DDHH y la Asamblea barrial (https://es-la.facebook.com/asambleadefloresta/constituida en 2001, cuando la Argentina ardía y se auto-convocaba en defensa propia) logró en 2015 la ratificación de la Ley N°4261 en Sitio Histórico.
“Seguimos construyendo el Espacio de Memoria en la antigua casona para dar a conocer la historia barrial” indica el propio texto impreso que distribuyen los artífices de esta movida comunitaria por excelencia.
Un texto, y la certeza de que toda lucha merece ser colectiva
En 2017, Silvia publicó un afirmación mucho más completo del que estas líneas pueden contener, pero cuyas páginas acertadamente valen su lección. “Huellas/Después de la muerte de un hijo” presenta párrafos contundentes y conmovedores.
Compartimos, más debajo, un breve extracto que da cuenta de ese trabajo donde la autora, dando cuenta adicionalmente de lo vasto de su causa, y su certeza de las necesarias luchas colectivas a dar día a día, le deje a su hijo, desprovisto en cuerpo, pero presente en su memoria, como en la de millones de argentinos:
“Te quiero contar, Maxi, una historia que ocurrió el 3 de junio de 2015. Ese día fui testigo de un hecho social muy fuerte: miles de personas se movilizaron bajo la consigna ‘Ni una menos’. La convocatoria estuvo a cargo de un grupo de mujeres periodistas ya cansadas, tristes y enojadas de tener que dar todos los días una terrible noticia: en nuestro país, cada 30 horas, asesinan a una mujer.
(…) Salimos a manifestarnos en contra de la violencia y a decir ¡basta! Fue definitivamente masivo el deseo y el mandato de cuidar a las mujeres y pedir también por la igualdad de derechos”.