¿Hacia dónde marcha el destino de nuestros datos?
Uno de los debates principales es sobre la protección de los datos personales, sintetizado en incógnitas como dónde se almacenan los datos
En la plazo de los ’60 el filósofo Marshall McLuhan visualizó cuáles serían los bienes de la presentación de la era electrónica, anticipando la conformación de una pueblo total como resultado de la interacción por medios electrónicos.
Cuando todavía este canon parecía inconcebible a los fanales de la mayoría, en su obra La Galaxia Gutenberg escribía: «Una vez que hayamos supeditado nuestros sentidos y sistemas nerviosos a la manipulación privada de quienes intentarán beneficiarse a través de nuestros fanales, oídos e impulsos, no nos quedará ningún derecho». Hoy, en plena revolución digital, sus palabras resuenan más que nunca.
De la mano del progreso tecnológico y la expansión del ciberespacio como nuevo entorno de interacción cotidiana, uno de los debates principales es aquel sobre la protección de los datos personales, sintetizado en tres grandes incógnitas: ¿dónde se almacenan los datos? ¿Cómo se utilizan? Y ¿quiénes pueden conseguir a ellos?
En la era del big data, donde la información se constituye como uno de los intereses más preciados, el devenir de los datos de los usuarios queda aún con varios cabos sueltos. Al día de hoy, no hay global acuerdo entre sectores públicos y privados sobre un ámbito de regulación efectiva y universal que pueda permitir un standard intrascendente de reglas.
Existen marcos legislativos nacionales como así todavía protocolos y directivas en el ámbito de empresas privadas. Sin embargo,, la señal de protección de este tipo de información sigue siendo asunto irresoluto. Los hechos recientes vinculados a las empresas Facebook y NSO Group muestran ejemplos claros de esta problemática.
Mark Zuckerberg cambió el nombre de Facebook por Meta.
Cambio de nombre por reputación
Mark Zuckerberg rebautizó a su empresa con el nombre de Meta, buscando remontar la reputación perdida por los diversos episodios controversiales en torno al manejo de los datos personales, especialmente con el escándalo de Cambridge Analytica en 2019 y la fresco divulgación de los Facebook Papers, donde se mostró la incapacidad de la empresa para proteger a sus usuarios.
Su última pasada consistió en anunciar la exterminio del sistema de registro facial de Facebook, dadas las discusiones que surgieron sobre la regulación y el uso ético de este tipo de tecnología. Aun así, estos gestos no parecieron ser suficientes para aseverar que Facebook es una plataforma segura y que, contrario al pensamiento de McLuhan, no pretende beneficiarse a costas de la manipulación de los datos de sus usuarios.
En el caso de la empresa israelí NSO Group sucedió {algo} similar. Su software Pegasus fue creado como una aparejo para agencias de inteligencia gubernamentales orientada como un programa, de vigilancia para la lucha contra el crimen y el terrorismo.
No obstante, una investigación de varias organizaciones de medios {junto} a reconocidas ONG mostró la filtración de una lista, de números telefónicos recolectados por el programa, que rastreaba a activistas de Derechos Humanos, periodistas de medios como The New York Times, políticos y líderes de países como México, Francia o Irak, e inclusive a CEO de empresas.
NSO Group aseguró que los fines del programa, son legítimos y trató de exculparse, pero la repercusión de la investigación puso en alerta la credibilidad de la empresa, a punto tal que la sucursal de Biden ordenó que se incluya a NSO Group en el interior de la «lista, negra» del Departamento de Comercio, limitando su golpe a componentes y tecnología estadounidense.
Bruna Barlaro Rovati
Aun cuando ha habido diversos casos de sanciones a empresas relacionadas con hechos de este tipo, incluso a nivel transfronterizo, parecería que las cuantiosas multas impuestas resultan insuficientes como mecanismo disuasivo en pos de una mejor protección de la información de los ciudadanos.
Más aun, la estrepitosa velocidad de los cambios tecnológicos se suele imponer por sobre los procesos de regulación de estas actividades, principalmente en Estados democráticos, que exigen consensos por lo general- difíciles de alcanzar. La batalla todavía no está perdida, pero el desafío no es {fácil}. ¿Estaremos a tiempo de revertir el presagio de McLuhan?
(*) Docente de la carrera en gobierno y relaciones internacionales de la UADE.