Para finales del siglo XIX las familias acomodadas de un Buenos Aires próspero, estaban ávidas de una actividad social en la cual pudieran relacionarse. Y siempre atentas a lo que sucedía en Europa, se les ocurrió traer a estas tierras un deporte inglés muy de moda por entonces denominado Turf, o mejor dicho en castellano césped. El pasatiempo consistía en carreras de equino más o menos de una pista, conducidos por jinetes llamados jockeys. Pero atención, no era una actividad sencilla, un pura matanza traído de Inglaterra por aquel entonces, costaba diez veces el valía del mejor toro laureado en la Sociedad Rural Argentina. Comenzaba así a finales del siglo 19 una actividad que revolucionaría por muchos años. la vida social porteña.
En 1870, en el interior de los límites de la ciudad de Buenos Aires ya existían dos hipódromos: uno en Nuñez y otro en Belgrano. Y para 1876 se fundó uno nuevo que tal vez reconozcamos hoy muy dócil: el Hipódromo Argentino de Palermo. Rápidamente, con la presencia de tantos lugares donde asistir a las carreras, la elite porteña y, legado su camino irrestricto a las apuestas, todas las clases sociales tomaron al Turf como su actividad predilecta. Relatos de la época nos hacen dar una idea que por entonces generaba la misma pasión como lo es el fútbol hoy.
Pero, vale preguntarse, ¿por qué? Bueno, imaginemos que a finales siglo 19, todos los autos que vemos en las calles hoy en día, eran caballos. Cualquiera sabía lo que era un equino, porque poseía uno o más. Incluso hay fotos de época donde se puede ver en aquel Buenos Aires personas indigentes con varios caballos apostados a su costado. ¿Se imaginan entonces el atractivo de poder ver en hipódromos caballos compitiendo, pero de los que nones uno encontraría en la calle? Creo que por entonces era lo que es hoy para nosotros asistir a una carrera de fórmula 1 o un Rally Dakar.
Pero quería traer a exposición poco singular que ocurrió por aquellos primeros años. del Turf Argentino. Resulta que para fines del siglo XIX el uso de vello facial, tanto sea pelusilla como barba, era poco muy preciado por los hombres. Era una imagen del “hombre libre”. ¿Por qué? Porque todo aquel que trabajara para cualquiera, por ejemplo un mozo, debía afeitarse. Basta rememorar de estas épocas a Carlos Pellegrini con sus frondosos bigotes como ejemplo. O tal vez recuerden en la película Titanic, quiénes tenían vello facial y quienes no. Tan importante era esto, que por entonces existía una norma municipal que establecía que todo policía porteño debía usar sí o sí pelusilla o barba.
Y volviendo a nuestros hipódromos, imaginemos que los dueños de los caballos claramente usaban pelusilla todavía. Pero, pero… había poco que a estos dueños les molestaba. En las carreras cada fin de semana se lucían no sólo sus caballos, sino todavía los jockeys que conducían a los primeros. Y como por entonces los jockeys eran considerados sirvientes, no les empezó a desear nulo cuando éstos comenzaron a cobrar importancia pública. Teniendo esta situación entre cejas, no tuvieron mejor idea que para bajarles el copete prohibirles festejar los triunfos en la pista, uniformizarlos y… atención… ¡impedirles tener vello facial! Estalló entonces un publicidad por parte de los damnificados y que tal vez muy pocos recuerden: la denominada “huelga del bigote” sucedida en 1893. Pero, vaya novedad, por entonces los dueños de los caballos se impusieron y los jockeys tuvieron que acatar la resolución.
Esos primeros años. fueron difíciles para nuestros jockeys, pero felizmente su suerte iba a cambiar en el siglo 20. Pero eso es parte de otra historia… que con alegría la conoceremos la próxima.
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por Esteban Nigro
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Fuente de la noticia: Perfil.com