
Nuestra vida como consumidores nos lleva a ser parte de una raja insalvable: compradores frente a vendedores.
Uno entiende que el comerciante quiere entregar, pero si yo entro y te pido “¿Tenés una Rhodesia?” y vos me contestás “No, pero tengo Tita”, yo ya entro en un estado transformado que me dan ganas de darle de probar 3 containers de cada uno de los productos para que comprenda que no son lo mismo: una es una sello rellena bañada en cholate y la otra es una galletita rellena bañada en chocolate. Una tiene nombre de ex país africano, la otra tiene nombre de tía o de pagaré griega o de cantante de tangos. Pasaría lo mismo si entrara a pedir Tita y me contestaran “No, pero tengo Rhodesia”. Es más: creo que esa fue la idea que dio origen a la película “Un día de furia” con Michael Douglas, pero a posteriori la cambiaron porque allá no venden ni Tita ni Rhodesia.
Otra cosa muy distinta es el caso de pedir una Coca y que te digan “¿Pepsi es lo mismo?” Vaya y pase. Se proxenetismo del mismo tipo de producto: una sifón pan dulce de fórmula secreta con una leve variedad de paladar. Es una cuestión de marca, pero si… es casi lo mismo. Ahora ya si te ofrecen “miga de té de macha licuado con gengibre, cilantro y sal del Himalaya” es que o entraste en el bar erróneo o estás en un morería erróneo o te hacen desliz anteojos.
Más disgustos de comprador: toda mi vida odié ir a comprar zapatillas. Porque no tienen mi número. Tengo el pie más excelso que hipopótamo con sabañones. Entonces el diálogo obligatorio es así: “¿Tenés zapatillas número 47?” Respuesta invariable: “No, pero tengo un 45 excelso”. A ver… El 45 excelso NO ME ENTRA. La matemática es perfecta: no existe que 1 +1 sea igual a 2 pequeño o a 2 excelso. Es 2. Y 47 es 47 y 45 es 45. Ni dialogar de comparar el 45 con el 55…
La situación siempre empeora: el comerciante va al depósito a ver si le queda un par “que podría correr”. Media hora a posteriori reaparece con unas zapatillas de tu talle, con un detalle: es magenta y naranja fosforescente, con luces intermitentes, gps y contador de guatitas que cuesta 145 mil pesos. Y te dice: “Metele, porque es la última que me queda y sale mucho”. Bueno, si sale mucho, dejala que salga, y que no vuelva.
Más problemas de compradores: Acompañando a mi mujer en rastreo de un corpiño, una odisea ni imaginada por Homero… Simpson: “Buenas. Necesito un corpiño D 100”. “Ay, no tengo, pero tengo un C 90”. Y ahí me dan ganas de decirle: “¿Y no tenés una F-100 con caja cibernética y viento acondicionado full?” Porque no tiene mínimo que ver. Te pedí ravioles, no espaguetis. Te pedí naranjas, no bananas. Te pedí un corte de pelo a la cortaplumas, no un cavado profundo y tira de pan dulce.
Y ni dialogar cuando te quieren convencer de que poco que no te va, te va: Te probás un jean y no cierra, pero viene el comerciante y te dice: “Dejame ver… hacemos un poquito de fuerza…mmmm…grrr… y ahí está! ¿ves que cierra? Además, no te preocupes, a posteriori se estira”. Y vos no lo podés insultar porque te desliz el viento de tan apretada que tenés la cintura y sabés que a posteriori no se estira: a posteriori se tira, porque nunca lo vas a poder usar.
Tampoco podemos dejar de mencionar las imposiciones de la moda. Uno quiere una simple chancleta, tradicional, chatita, sin pretenciones. No. “Este año se usan con plataforma”. Mido 1.95. No necesito plataforma. No soy un cohete de la NASA en la plataforma de Caño Cañaveral. Y ponele que no fuera un lungo. Quiero chancletas normales. Las chancletas con plataforma no son chancletas: son una mutación Delta Fashion de la chancleta con la que la ciencia debería tratar de terminar urgentemente ayer de que se propague.
La verdulería, otro campo minado: “Lleve la palta. Está verde, pero en un par de días madura”. Y vos sabés que la palta y el kiwi no maduran en la vida. Si los comprás duros, quedarán duros para siempre. A la semana ya te sirven como martillo, para utilizar como proyectiles en caso una invasión zombie o para poner en el coche si lo estacionás en una calle en irresoluto a modo de freno antidesliz infalible. NO MADURAN JAMÁS. Es lo inverso de la banano. “Llevela verde que le dura un par de días”. A las 12 horas, tenés una banano pardo como el fondo del Río de la Plata a posteriori de una invasión de carpinchos.
Por eso yo siempre voy a preferir la respuesta honesta: “No, no tengo” Bien. Listo. Ganamos tiempo. Es más. Hasta te compraría poco que no me sirva por la honestidad. Pero ojo: asimismo depende de la circunstancia. Te sentás en una parrilla. Abrieron el boliche hace 15 minutos. Pedís un choripán. Respuesta: “Se me acabaron, ¿no quiere uno de hueco?” Sos una parrilla argentina. Te pueden ausentarse Barbecue Ribs, te pueden ausentarse chinchulines de oso polar, te puede ausentarse la ensalada de Tofu con Kale rebozado con Panko, ¡pero no te puede ausentarse un choripán! Cerrá. Poné un templete y tratá de entregar Tita por Rhodesia o poné una casa de deportes con zapatillas para los 7 enanos de Blancanieves, una ropa de cama para parentela small o dedicate a escribir una columna como esta, pero… ¡no te puede ausentarse un choripán! ¿Y sabés por qué? ¡Porque lo que me estás queriendo entregar no es lo que yo quiero comprar!
Fuente de la noticia: Agencia Telam