Tecnología

El primer borrador de la historia será escrito por robots

En el futuro, los humanos solo podrían acceder a la enormidad de información que producimos hoy con la asistencia de la inteligencia artificial; y esa tal vez no sea una buena noticia Crédito: Shutterstock

Alguien me pidió una vez que escribiera una columna sobre la imposibilidad de que en el futuro pudiera escribirse la historia de estos tiempos, ya que la información quedó desencarnada, convertida en bits que se almacenan mediante métodos poco confiables. No le faltaba razón, en parte. ¿Quién puede acceder hoy a los diskettes de 5,25 pulgadas? Vamos, las ultrabooks, que son una maravilla, ya no leen ni CD. Lógico. En un pendrive promedio (que pronto también serán obsoletos) es posible almacenar el equivalente a 12 compactos. Y en un disco de 1 terabyte (TB) caben más de 1500 CD. Más o menos 30 kilos de discos ópticos. Todo esto, sin mencionar el hecho de que todos los soportes se degradan con el tiempo (salvo que los fabriquemos de diamante o alguna aleación no menos costosa). Hace un par de años, cuando, después de la mudanza, me encontré con una caja de rollos de cinta abierta con grabaciones de mi banda de rock de la adolescencia (no pregunten) y quise ver qué guardaban, algunas prácticamente se deshacían en los dedos.

Luego está la compatibilidad con los sistemas operativos y con los programas que se usan para acceder a esa información. He respondido cientos de consultas de lectores que me preguntaban cómo abrir archivos cuyos programas ya no andaban en la versión actual de Windows y cuyos creadores había desaparecido una década atrás. Eso con el papel no pasaba, les guste o no a los que denuestan esta antigua pero sólida tecnología.

Y todavía quedan otros obstáculos, como (y es solo un ejemplo) la gestión de derechos digitales (DRM, por sus siglas en inglés). A más de uno de nosotros le ocurrió eso de querer instalar en Windows 10 un viejo videojuego, y no quiso arrancar. ¿Por qué? Porque el software de DRM ya no era compatible con este sistema. El juego sí, y en algunos casos era posible incluso comprarlo de nuevo por Internet para poder ejecutarlo en Windows 10. Sí, comprar de nuevo un juego que ya habías adquirido legalmente. Lindísimo.

De modo que hay un futuro probable en el que los historiadores encontrarían que casi toda la documentación que necesitan para hacer su trabajo se ha vuelto inaccesible. Es una de las razones por las que defiendo los estándares y formatos abiertos y el software libre. Si tenemos el código, ahora o en 300 años, podemos recuperar la información; si no, se complica mucho.

Pero me temo que hay un problema todavía mayor, y creo que quizá este obstáculo sirva para echar un poco de luz sobre cómo será el futuro del empleo.

Fotos familiares

Tengo la impresión de que los historiadores van a encontrarse con la situación exactamente opuesta. Se van a topar con demasiada información. Todavía más escalofriante, van a tener que ocuparse de determinar qué de todo eso es cierto o fake. Porque vivimos en un mundo de noticias falsas, fotos trucadas, videos de situaciones inexistentes que, sin embargo, el ojo humano no puede distinguir de la realidad. Dicho de otro modo, la realidad ha dejado mayormente de existir, porque la observamos cada vez más por medio de pantallas y las pantallas pueden (no siempre lo hacen, pero pueden) mentirnos con una perfección que solo otras máquinas podrían detectar, y no siempre.

Miren estos números. La carpeta con mis fotos personales -esas que, tras una vida entera, antes cabían en una caja de zapatos- hay unos 14.000 archivos. Casi 13.000 son fotos. El resto, videos. Desde luego, no son fotos de toda mi existencia, sino de los últimos, digamos, 15 o 20 años. Treinta y cinco cajas de zapatos. De un solo individuo. Una sola vida. ¿Cómo podría un historiador y su equipo lidiar con una cantidad de información que ocuparía, en papel, varias montañas como el Everest? Literalmente varias montañas. Por comparación, miren este otro número: hace poco, pasé semanas digitalizando casi todas las imágenes familiares en papel y en diapositivas. Mi padre era fanático de la fotografía, y aún así no llegué a reunir 400 archivos.

Los obstáculos descriptos al principio siguen siendo un problema serio, pero el hecho es que, aún si pudiéramos leer todos los formatos digitales dentro de 50 o 100 años, no existe posibilidad alguna que un equipo de seres humanos, por grande que sea y por generoso que sea el presupuesto con que cuentan, revise todos los datos que estamos produciendo.

Esto amenaza directamente a la profesión del historiador, porque su material es la documentación. ¿Un tweet es documentación? Sí, y cada vez más las clase política usa un servicio online, volátil y en manos de una compañía que cotiza en bolsa para producir lo que, en otra época, habría quedado en pergamino, papel, mármol o, bueno, los dichosos diskettes. ¿Dónde van a estar los tweets de los presidentes dentro de 100 años? ¿Dónde va a estar Twitter dentro de dos (2) años? Incluso si alguien estuviera ocupándose de guardarlos para el porvenir, de todas formas el pecado original de estos tiempos persiste: serán tantos que no habrá manera humana de leerlos para observar si sirven, si echan luz sobre hechos ocurridos en el pasado, si son reales o falsos, etcétera.

Robobook

Pero la inteligencia artificial sí podría acceder a toda esa información en un plazo razonable y, llegado el caso, hacer un primer análisis, de tal modo que los historiadores obtengan un conjunto de documentos relevantes y a escala humana. Hoy, un sistema de aprendizaje automático, como Watson, de IBM, puede leer un millón de libros por segundo. Es decir que podría leer los 200 millones de volúmenes de la Biblioteca Británica, la mayor del mundo, en poco más de tres minutos.

Combinada esa capacidad con algoritmos adecuados, no es en absoluto disparatado imaginar que la primera lectura de la historia en el futuro (y uno no muy lejano) será obra de las máquinas pensantes, de los robots, de la inteligencia artificial. No obstante, y lo aclaro porque calculo que más de uno está a punto de mandarme un mail vitriólico, hay aquí un problema. Si los historiadores tienen que hacer un esfuerzo considerable para que sus sesgos mentales no interfieran con su relato, ¿entonces quién va a escribir esos algoritmos?

Ya sabemos que estas cadenas estructuradas de pasos que sirven para resolver problemas heredan los sesgos de sus creadores. Cierto, es posible suponer que los programadores, asistidos por los historiadores (y todos los demás profesionales asociados), podrían producir algoritmos bastante objetivos para explorar esa enormidad de datos con las que tendrán que enfrentarse. ¿Pero qué ocurriría si los algoritmos desarrollaran sus propios sesgos, sus propias idiosincrasias, su mirada sintética? Sabemos que la inteligencia artificial puede ser creativa. Pero sabemos asimismo que su creatividad no es humana. Resuelven problemas y para eso desarrollan lo que podríamos calificar de ideas. Pero no lo hacen a la manera humana. Ahora bien, la historia sobre la que tendrán que echar un primer vistazo es humana. ¿Qué efecto podría tener esta creatividad artificial sobre esa lectura inicial de la historia?

La respuesta es que no lo sabemos. Pero lo que parece claro, al menos de momento, es que las máquinas y los humanos podrán hacer bien una tarea solo si trabajan en equipo. Y no me refiero solo a la historia, sino a muchos otros empleos que hoy tememos que nos serán arrebatados por las máquinas.

Sé por experiencia que el futuro encontrará este texto entre ingenuo y delirante, porque así funciona la tecnología. Mi bisabuela creía que las telenovelas eran la realidad, y se indignaba de que el mismo sujeto fuera a la vez un (aparentemente) buen padre de familia y un Don Juan incorregible. Y eso que mi bisabuela, madre de mi abuelo Torres, fue de las personas más inteligentes y astutas que conocí en mi vida. Pero jamás había salido de su chacra en la ría, no sabía qué era un cine y ni siquiera tenían electricidad. Ni hablemos de la TV o el teléfono. Así que el futuro posiblemente nos sorprenda en ese sentido y estas líneas resultarán obsoletas o, mucho más probable, solo desviadas. Como esas historias de ciencia ficción que suceden en el año 2300 pero todavía usan tarjetas perforadas.

Pero como a veces las sorpresas no son agradables, mi mejor consejo es que empecemos cuanto antes a idear soluciones para el problema de una enormidad de documentación histórica que podría resultar, por uno u otro motivo, inaccesible. O, lo que es peor, solo accesible por medios artificiales cuyos sesgos son imprevisibles y 100% opacos.

Por: Ariel Torres ADEMÁS 3370229h113

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Fuente de la noticia (La Nacion)

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