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Vicentin. Fue profesora de los empleados y en una carta pide que no expropien la empresa

Yoly Agretti, profesora jubilada de Avellaneda, escribió una carta contra la expropiación
Yoly Agretti, profesora jubilada de Avellaneda, escribió una carta contra la expropiación Crédito: ReconquistaHoy

Para Yoly Agretti, profesora jubilada de geografía de una escuela parroquial secundaria -la primera que hubo en el pueblo de Avellaneda-, el martes pasado no fue un día más. Se levantó temprano y se dirigió hacia el centro de la ciudad donde están las oficinas centrales de Vicentin para junto a cientos de vecinos, a través de un banderazo, dar su apoyo a la empresa.

Con 66 años y 42 como docente, sabía que debía estar presente. Cuando llegó al lugar y miró a su alrededor, no tardó en emocionarse: la bandera de 141 metros que abrazaba el edificio era la que, año a año, cada 18 de enero, aniversario de la fundación de Avellaneda, se le agrega un metro como símbolo de los años que tiene la ciudad. Yoly fue maestra de decenas de empleados que están en Vicentin.

"Hay que imaginar lo que significó ese momento en que la bandera del pueblo rodeó a esa empresa. El mensaje para la familia Vicentin era simple: Avellaneda te está cuidando", cuenta a LA NACION.

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Agretti cree que se debe defender el ADN de su pueblo, sus raíces y su identidad porque "Vicentin es Avellaneda y Avellaneda es Vicentin" y es importante que se conozca "algo de la idiosincrasia para entender por qué los vecinos salieron a decir al unísono: Nos quieren robar la historia".

Nacida y criada en Avellaneda, ella sabe que la ciudad y la empresa tienen una relación simbiótica. "Nosotros lo hemos vivido, no nos lo contó nadie, estamos en la calle con lo que consideramos que es justo", dice.

El martes pasado se produjo el primer banderazo que abrazó el edificio de Vicentin en Avellaneda
El martes pasado se produjo el primer banderazo que abrazó el edificio de Vicentin en Avellaneda Crédito: Gentileza

De muy chiquito, su padre llegó a principios de siglo desde el norte italiano, de Gemona del Friuli. En un principio trabajó en el campo como campesino pero al tiempo le ofrecieron entrar a trabajar en los almacenes de Vicentin que estaban ubicados en donde están hoy las oficinas centrales de la empresa.

Un día Don Pedro Vicentin le propuso ir a la planta y allí fue. "Me contaron mis hermanos mayores que ahí papá bajaba las bolsas de maní de 75 kilos a hombro y que por las noches mi madre le pasaba un ungüento en su espalda para aplacar el dolor. Como la de mi padre, son miles las historias de la gente de aquí con la empresa. Esta es la historia de nuestras vidas que muchos no la conocen: dependemos de Vicentin en lo afectivo y en lo simbólico", relata.

Días atrás, una sobrina que vive en Corrientes le pidió que le brinde algunos argumentos válidos contra la expropiación de la empresa. Y la docente decidió escribirle una carta, a la vieja usanza. Se sentó frente a su computadora y empezó con su relato. Sin darse cuenta el tiempo que había pasado, el escrito quedó listo después de cuatro largas horas.

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En ella narra la historia de un pueblo de inmigrantes que llegaron "con nada", solo con la idea de trabajar la tierra. "Avellaneda es producto de la inmigración. Nunca y por mucho tiempo, hubo presencia del Estado. Para organizarse, comprar, vender y defenderse de los malones recurrieron a una herramienta que traían aprendida de Europa: esa herramienta fue la ayuda mutua", describe.

Agretti cuenta que así se fundó la Unión Agrícola Avellaneda, una de las cooperativas más reconocidas del país y que 10 años más tarde nació Vicentin. "Lejos de todo, en medio de la nada. Con caminos de tierra y sin infraestructura, Avellaneda nunca espero que el Estado la asista para tener algo", detalla en la carta.

En la narración, la profesora explica cómo los vecinos, frente a esa ausencia estatal, lograron tener luz eléctrica, a través de una cooperativa, un primer centro de asistencia médica, los primeros colegios privados.

Y en busca de darle buenas razones de la importancia de Vicentin en la vida avellanedense, la maestra le enumeró las cientos de obras financiadas por la familia: un teatro, viviendas para sus empleados, centros de salud, escuelas primarias y secundarias, guarderías infantiles, una escuela para niños especiales, becas de estudios para los hijos de los obreros.

"Pasaron 105 años para que el Estado se acordará que aquí había jóvenes que necesitaban estudiar. Y hoy aparece y dice esto me pertenece porque Vicentin tiene una deuda insalvable. El Estado papá que casi nunca estuvo presente en nuestra zona aparece al rescate, como una especie de superhéroe, cuando no puede con sus propios fantasmas", dice con enojo.

"No tenemos rutas, ni planes de desarrollo y ¿vienen al rescate? Nunca estuvieron presentes y vienen al rescate para entregar Vicentin a gente que no sabe qué es una semilla, una cosecha, una sequía, ni trabajar de la mañana a la noche, confiando que la naturaleza te acompañe", concluye.

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Fuente de la noticia (La Nacion)

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