Turismo

Inesperado encuentro en el pueblo donde nació mi abuela en el País Vasco

Los paisajes de Aoiz, destino del viaje a las raíces de Ana María Fernández

El siguiente relato fue enviado a LA NACION por Ana María Fernández. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 5000 caracteres y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar

En 2002 fui por primera vez a España. El destino, Vitoria, capital del País Vasco y el objetivo visitar a nuestro hijo y a su familia, recientemente emigrados. Iba a estar muy cerca de Aoiz, el pueblo donde había nacido mi abuela. Pero no tenía datos ni contactos y tampoco a papá para consultarlo. Sentía curiosidad por esa gente y ese lugar del que abuela apenas hablaba y que enamoraba a mi padre cada vez que iba de visita.

Así que un domingo temprano, emprendimos la aventura de pasar a Navarra, acercarnos a Pamplona para luego ir hacia Aoiz (28 km al noreste, cerca de los Pirineos). La ruta que nos llevó recorre paisajes serenos, de colinas verdes, salpicadas por caseríos típicos en los que siempre se destaca la torre de la iglesia.

Desde lejos vimos el pueblo y advertimos que estaba surcado por la ruta que nos llevaba. Paramos en el primer bar que encontramos en la entrada. Había dos o tres personas acodadas en la barra, a las que les expliqué que había llegado de la Argentina y buscaba a la familia de mi abuela. A pesar de dudar de obtener respuesta, di el apellido de la familia y alguien, con desgano y sin mirarme, comentó: "Dolores, la de la tienda de las chuches, creo que lleva ese apellido".

Después supe que las chuches son golosinas y que, en realidad, buscábamos algo así como un quiosco, que aparentemente estaba en la otra punta del pueblo. No lo encontramos. Pero estábamos ahí e insistimos. Entré a un local donde vendían ropa deportiva y accesorios. Y nuevamente expuse mi búsqueda. Esta vez, la mujer que me atendía, abrió sus ojos azules, sus brazos y exclamó "¡Pues entonces somos familia!" y me abrazó. Fue conmovedor. Ella es Maricarmen, una de mis numerosos primos segundos, pero sin dudas, la más cercana.

De inmediato se organizó un almuerzo familiar con paella incluida y otras delicias típicas. Mientras, familiares a los que todavía no había visto, avisaban al resto y organizaban la comida, Maricarmen nos llevó a conocer el pueblo. Primero visitamos la casa en la que nació y vivió abuela, de la que solo se conserva el frente, y recorrimos el casco antiguo.

También fuimos a conocer el antiguo puente romano que cruza el río Irati y a la sidrería, emplazada en el viejo molino que está junto al río. La importante iglesia de piedra que se terminó de construir entre los siglos XV y XVI también fue parte de ese primer paseo.

La magia de Aoiz

Después, alrededor de una mesa enorme, conocí a Dolores, la de la tienda de chuches, y a otras personas de las que no tenía ninguna información y que nos recibieron con una alegría genuina. En la reunión, que duró hasta la noche muy tarde, vi un desfile de caras y gestos que me confirmaron parecidos con los que emigraron a la Argentina a principios del siglo XX, y así mi pertenencia a ese grupo.

Nos despedimos con la promesa de volver. Nuestra última visita fue en mayo de 2019. Esta vez, ya como parte de la familia, participamos de la romería de San Román.

Salimos temprano. La mañana estaba muy fría y ventosa pero soleada y el aire se sentía limpio y puro. Junto a muchos caminantes, recorrimos los 3 km que nos llevaban a la cima del cerro donde está la ermita de San Román, construida en el siglo XIII.

Allí, en 1479, firmaron la paz agramonteses y beaumonteses, luego de 30 años de guerra civil. La tradición dice que este acuerdo se selló enterrando las espadas en la tierra. Como recuerdo de este gesto, hay una espada en el escudo de Aoiz, que a partir de ese momento recibió de los reyes la consideración de Buena Villa.

Allí, se conmemoró y festejó con misa, discursos, bailes tradicionales que evocan la historia, música tocada por gaiteros y comidas típicas. La romería de San Román, además de permitirme participar en una de sus tradiciones, me mostró algo más de Aoiz; descubrí que todavía tenía familiares lejanos por conocer, disfruté de la cordialidad con la que se tratan todos y recorrí otros paisajes.

Definitivamente Aoiz, o Agoitz (en euskera), es un lugar mágico, una mezcla de naturaleza pura, vida tranquila, donde todos se tratan con familiaridad, con tradiciones que se conservan, se festejan con alegría y se transmiten.

De las 2560 personas que habitan Aioz, la gran mayoría trabaja en importantes industrias reunidas en el Polígono (Parque Industrial), servicios y emprendimientos locales. Parte del verdor que rodea el pueblo, en el que hoy abundan edificios modernos, son campos sembrados de cereales, también parte de lo que allí se produce.

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Fuente de la noticia (La Nacion)

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