Imbassaí, la playa que se impone en el litoral bahiano
Hay una tortuga enorme en una palangana de plástico, con una toalla húmeda cubriéndole el caparazón. No hay que ser Jacques Cousteau para comprender que la pobre está luchando por su vida. A razón de un latido por minuto, la medicación tardará meses en hacer efecto en sus 200 kilos; y ya no tiene tanto margen. La encontraron varada en la costa, casi asfixiada entre plásticos -principal enemigo de estos mamíferos, junto a las redes de la pesca industrial-, y la llevaron de urgencia a la sede del Proyecto Tamar, en Praia do Forte, a una hora y media de ruta desde Salvador de Bahía.
El complejo de esta ONG, dedicada a proteger a las tortugas marinas de la extinción en la costa brasileña, balconea con un mar azul turquesa, que forma piscinas naturales entre las barreras de coral, según el dictado de las mareas.
Cualquier morador de aquí dirá que hace 20 años Praia do Forte era sólo una villa de pescadores, una bahía con barquitos de madera y palmeras escoradas sobre la arena blanquísima. Actualmente es una pequeña ciudad hecha y derecha, con comercios, bancos, puestos de artesanos por todos lados y una peatonal de piedras que desemboca en la entrada misma del Proyecto Tamar, principal atractivo turístico. Quizá este sitio sea un caso testigo de lo que vaya a ocurrir, tarde o temprano, con los pueblitos de la llamada Costa dos Coqueiros, una extensión de 200 kilómetros que arranca en las afueras de Salvador y se prolonga hasta Mangue Seco, la última playa del extremo norte del litoral bahiano.
Durante la década del 80, el gobierno brasileño tuvo planes muy concretos para estas tierras, más precisamente para las pocas decenas de kilómetros que separan Praia do Forte de Costa do Sauipe. "Querían que esto fuera la Cancún de Brasil", explica Ailton Barbosa, director de Recursos Humanos del Grand Palladium Imbassaí, uno de los resorts más importantes de la zona. Y así fue cómo, en las últimas cuatro décadas, desembarcaron en un área relativamente chica cinco all inclusive a gran escala.
El último en orden cronológico fue el colosal Grand Palladium Imbassaí, en 2010, que puso en el mapa la palabra Imbassaí como destino resortero para los que viajan al Nordeste. "Los argentinos llegaron a ser el 60% de nuestros huéspedes, pero hoy por la inflación esa proporción es del 30 por ciento", confía Jesús Zalvidea, director general de este establecimiento. Según fuentes del sector, el próximo desembarco de inversores extranjeros será un faraónico complejo en la playa naturista de Massarandupió, a 46 kilómetros al norte de Praia do Forte, que tendrá 1500 habitaciones.
Se calcula que en este Cancún brasileño trabajan unos 4000 empleados para los 3750 cuartos que ofrecen estos mega hoteles, un promedio de casi un empleado por habitación. "Cuando empezaron a llegar los resorts, todos pensamos que iban a cambiar la zona. Los agricultores y la mano de obra de Salvador querían trabajar en el rubro hotelero pero muchos eran analfabetos o no tenían documentos", cuenta María Helena Brasileiro, del Instituto Imbassaí, una ONG financiada por el Grand Palladium para formar a los jóvenes que trabajarán en estos complejos. El problema, dicen los que conocen la mentalidad nordestina, es la falta de ambición. "Acá se vive como todos quisieran vivir: de la pesca, de los turistas, sin esforzarse demasiado. El drama nuestro es el ritmo lento de las personas", dice un chofer que hace el trayecto desde el aeropuerto de Salvador hasta Imbassaí. Tampoco él parece muy apurado.
De la caza y la pesca
Imbassaí es un pueblo de no más de 1800 habitantes, partido al medio por la llamada Línea Verde, una carretera de 142 kilómetros que llega hasta Mangue Seco, y por un río del mismo nombre. En 1554 plantó cocoteros en estos pagos el hijo bastardo de Tomé de Sousa, primer gobernador general del Brasil. Y así, durante siglos, la gente vivió de los cocos y la pesca (el carnoso pez vermelho y las distintas especies de atún), sin que nadie pudiera imaginar, siquiera en los sueños más futuristas, el desembarco hotelero que sobrevendría.
Hoy, Imbassaí vendría a ser una versión de Praia do Forte hace dos décadas: pocas calles, algunas posadas pequeñas y, cruzando un puente sobre el río caudaloso, una playa amplia. Sobre la orilla, frente a desordenadas barracas de madera y un barcito con mesas, aparece la gigantesca huella de una tortuga verde que quedó varada hace un par de noches y fue llevada de urgencia al Proyecto Tamar.

En la década del 80, cuando arrancó este proyecto de conservación, las tortugas marinas (cinco especies distintas de las 17 que existen en todo el mundo) casi se extinguieron en Brasil. Actualmente siguen amenazadas a causa de las grandes pesqueras, que lanzan líneas kilométricas con 50.000 anzuelos, en las que quedan atrapadas las tortugas, célebres por su poca capacidad de reacción para huirle al peligro. Aunque Tamar no está pensado como un hospital de urgencia para estos animales, siempre hay algunas internadas, que se pueden ver junto a los estanques de tiburones lixa -conocidos porque duermen en cavernas y se mueven en patota para todos lados- y las mantarrayas de ojos siempre muertos. La entrada al complejo cuesta 26 reales.
Escapada a Salvador
Quienes estén alojados en alguno de los resorts de esta Cancún nordestina y quieran cortar la rutina de playa y pileta, siempre pueden hacer una visita por el día a Salvador.
Entre los puntos de interés para agendar figuran la Iglesia de Nuestro Señor de Bonfim, con su estilo de barroco puro portugués del siglo XVIII (1754), meca de encuentro entre la religión católica y las vertientes afrobrasileñas. Aquí llama la atención la Sala de los milagros, en donde cuelgan del techo partes de plástico del cuerpo humano (brazos, piernas, etc.), ofrendas de los fieles por las promesas cumplidas. En las rejas externas la gente ata cintitas de colores para que se cumplan sus deseos, por más mundanos que sean.
Si se quiere una buena panorámica de Salvador, antes de meterse de lleno en el Pelourinho, bien vale una visita al Fuerte de Monserrat, un fortaleza hexagonal con vista privilegiada sobre la bahía, en donde transcurrieron batallas y emboscadas mutuas entre portugueses y holandeses.

Para disfrutar el Pelourinho, el barrio enclavado en el centro histórico de la ciudad, es importante alistar todos los sentidos, porque pasan muchas cosas en pocos metros cuadrados. A saber: vendedores de casi todo (agua, acarajé, cintitas, hacedores de trenzas), una bahiana típica que se saca fotos por cinco reales, bailarines de hip hop, de capoeira y un hombre sin brazos ni piernas que se arrastra por la plaza municipal y desprecia una limosna en pesos argentinos. "Es moneda de pobre", dice, bajo la mirada divertida de un Policía Militar, y nadie se anima a contradecirlos. Desde ese punto preciso de la ciudad alta -separada de la ciudad baja por un ascensor de 80 metros-, se aprecia el puerto deportivo, varios cargueros diseminados en el océano turquesa y un barco que parte lentamente a Itaparica. Y aquí, otra vez, siempre presente, la feliz falta de ambición nordestina inscripta en las leyendas de las remeras: "Si siente ganas de trabajar, siéntese que pasa"; "El trabajo es sagrado, no lo toque".En la explanada central del Pelourinho, la estrella es el Complejo Franciscano, con sus dos edificios: uno barroco portugués y otro barroco hispánico. En el medio, barcitos por decenas, más vendedores de todo, más iglesias doradas (la de Rosario dos Pretos, la de San Pedro de los Clérigos), olor a comida aceitosa con cerveza, colores que desafían cualquier paleta posible y jolgorio bahiano en el aire.

Regresando desde la parte alta de la ciudad, en camino por la avenida Beira Mar, se pasa por la playa del Puerto de Barra (la mejor playa urbana de Salvador), hasta llegar al faro y, luego, perderse en la interminable rambla oceánica para volver a la Línea Verde.
Siempre habrá tiempo para regresar a las reposeras del hotel y, después del shot de Salvador, amansar nuevamente los sentidos en la tranquilidad del all inclusive.
Datos útiles
Cómo llegar
Por Aerolíneas Argentinas directo a Salvador de Bahía, desde 26.589 pesos durante octubre. Por GOL con una escala, desde 28.712 pesos durante octubre
Transfer desde el aeropuerto de Salvador hasta Imbassai/Praia do Forte (45 kilómetros, una hora de viaje): 40 dólares por persona ida y vuelta
Dónde dormir
Grand Palladium Imbassaí. Cuenta con más de 650 habitaciones, 10 bares, parque acuático y piscina sólo para adultos, entre otras comodidades. Estadía para dos adultos, por 7 noches, con all inclusive, desde 1400 dólares. Consultar descuentos por niños. www.palladiumhotelgroup.com
Por: José Totah ADEMÁS
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Fuente de la noticia (La Nacion)