Un Woods en modo zen recupera la memoria con la garra del viejo Tiger
Un Woods en modo zen recupera la memoria con la garra del viejo Tiger
Es tiempo de celebrar (de nuevo) a Tiger Woods , y no tanto de bucear en esos números que ponen en cifras a sus hazañas. Su triunfo en el Tour Championship es el primero en cinco años, el primero desde el regreso tras todos sus calvarios. Aquellos que se enumeraron con dosis de morbo y estrépito, el que genera ver caer a un gigante que desbarrancó fuera del deporte y no pudo parar la inevitable invasión a su intimidad. Es una conquista, también, para agitar el puño y gritar, ¡ahí tienen!
El golfista casi retirado, que fue subcapitán de la Presidents Cup hace un año, pero no jugador, porque era el 1193 del ranking, hasta ayer estaba 21º. Hoy, 13º.
Por eso esta es, más bien, la victoria del hombre que confesó estar en la cama sin saber no ya si iba a poder volver a hacer un swing de golf, sino caminar, luego de cuatro operaciones en la espalda. Y es suya, solamente suya, porque sus errores los pagó alejándose de sus hijos, de la convivencia del padre que los ve crecer, por orden de la Justicia. Ni siquiera se le pasaban por la cabeza los 14 Majors ganados y que ya no iba a poder ir por los 18 del gran Jack Nicklaus.
Inmune a las emociones del entorno y del exterior, no se inmutó cuando un periodista de The New York Times, John Brunch, ganador del Pulitzer, lo arrinconó en la conferencia de prensa del PGA Championship, al preguntarle lo que todos saben: cómo es su relación con Donald Trump, el presidente de los Estados Unidos, dueño de campos de golf en su país y en Escocia, la cuna del deporte. Y respondió que sí, que han jugado juntos, que tiene una relación anterior al cargo del mandatario. Y que no debía él cuestionarlo por sus políticas, porque se debe respetar "the office", la Casa Blanca, sea quien fuere su locatario. Hasta Nicklaus (él sí, confeso republicano), suscribió el comentario de Woods.
Tiger, inmerso en una especie de etapa zen -si se compara con su apogeo-, estirando el brazo a chicos y grandes que lo saludan en su paso de hoyo jugado a tee por jugar, con gestos públicos que en el pasado no exhibía, acaso para que no pensaran que el tigre podía dejar de rugir y perder el respeto, jugó 18 torneos en esta temporada, uno menos que en 2008, el último período sin pausa.
Y el domingo, en el final del último playoff de la FedEx Cup, despidió el circuito con algún vestigio de aquellos tiempos, menos afable y más concentrado. Menos sonriente, más serio. Tal vez la coraza que debía imponerse en un torneo que vendió un 30% más de entradas que el año pasado, y que seguía expendiéndolas el sábado a la noche. Nadie quería perderse el acontecimiento, ni los hinchas incondicionales, ni los que no le daban chance de ganar de nuevo.
"Quiero volver a jugar bien para que mis hijos me vean", dijo Tiger cuando empezaba a revivir. Ayer, Sam Alexis, su hija de 10 años, y Charlie Axel, el varón de 9, no solamente lo vieron jugar bien. También se habrán pasmado cuando la multitud desbordó los límites como a principios de este siglo y finales del anterior, e invadió los fairways para seguir a su padre en procesión. Tiger se dio vuelta como para constatar que el murmullo que lo seguía era el de los mejores tiempos, no la sirena de un patrullero, como en la noche en que se llevó por delante un grifo de incendios, atiborrado su organismo de medicamentos jamás prescriptos para él.
Sin soberbia, Woods había dicho que con hacer el par el último día, los demás debían hacer 67 para igualarlo, consciente de lo que les esperaba a los 30 mejores jugadores de la temporada en el East Lake Golf Club. Ni el trazado accesible de los primeros dos días ni el indulgente del sábado.
Empezó con birdie en el 1 y cuando parecía que iba a hacer una vuelta sensacional le alcanzó con una estándar: le siguieron todos pares en la ida y tres bogeys y un birdie más en la vuelta, hasta ese ocho 18 que le demandó dos putts y que selló dejando el cuerpo inclinado y golpeando el pie derecho con el putter, antes de lagrimear. El norirlandés Rory McIlroy, que salió con Tiger en el último grupo y cayó en picada del 2º al 7º puesto, compartido, fue el primero en abrazarlo, cobijados los dos por el rugido que no había terminado desde que la pelota llenó la taza 18.
Fue su 80º título en 22 años, desde que se hizo profesional. Desde que su padre, Earl, veterano de Vietnam, le inculcara la disciplina militar. El gigante que se estaba desperezando, por fin despertó.
La gran emoción de Tiger
"Me costó mucho no llorar", dijo mientras atronaba el "¡Tiger, Tiger!" de la gente que no quería dejar la cancha. "A principios de año fue muy complicado, pero a medida que pasó el tiempo fui mejorando, me di cuenta de que podía jugar golf, encontré el swing, podía luchar. No puedo creer que lo haya conseguido después de todo este tiempo, no fueron fáciles los últimos dos años", dijo Woods, con un nudo en la garganta y las pulsaciones aún al máximo y antes de la premiación, que alcanzó también al inglés Justin Rose, que terminó primero en la lista de la FedEx Cupo y obtuvo 10 millones de dólares. "Todavía me quedan cosas por hacer", agregó el campeón. Rose fue uno de los que lo esperaron para saludarlo. "No lo hubiera conseguido sin todos los que estuvieron cerca de mí, los jugadores.". Michael Phelps, Stephen Curry, Harry Kane, fueron algunos de los deportistas que le enviaron mensajes de aliento para afrontar el último día del Tour Championship.